La madre naturaleza no se conformó con otorgarle un pitón bravo, le premió con los dos, y por el zurdo el murciano se templó
en una gran tanda, con la muleta de barrendera. Luego hubo altibajos,
sobre todo cuando no halló la distancia y se dejó tocar las telas con un
núñez de bandera. Pinchó y el ejemplar se marchó con las dos orejas
puestas en medio de una sonora ovación. Sin las excelencias del
anterior, el cuajado cuarto también fue bueno.
El murciano, algo friote, enseñó su mano baja y su búsqueda del temple,
pero a veces ahogó el viaje y otras se lo echó hacia fuera.
En lo artístico la tarde tuvo un nombre: Diego Carretero, ganador de la Espiga de Oro.
El menudito torero, con un tupé a lo Elvis, posee cierto ángel, con un
toque de fragilidad y un gusto ilusionante. Esperanzadora su faena, con
detalles como el suave prólogo y un cambio de mano ante un novillo
renqueante y de dos velocidades. Con galanura pintó los ayudados finales antes de la estocada. Suya fue la única oreja. Se llevó el lote más deslucido,
pues el sexto -con el que pegaron un mitin en banderillas- no le
permitió brillar aunque asomaron gotitas de su personalidad en algún
natural suelto. Por ahí se le metió por dentro y le pegó un volteretón. Con una contusión en la pierna, pendiente de estudio, cojeaba ostensiblemente y le costó una eternidad darle matarile.
El suelto segundo acudía con motor y son. Pedro Jesús Merín no lo entendió, recibió una dura voltereta
y a punto estuvo de oír los tres avisos. Sin chaquetilla y con una
brecha en la frente, quiso pero no pudo resolver los problemas del señor
y reservón quinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario