Emocionante fue su regreso y el de Jiménez Fortes, muy valiente con el lote más deslucido

David Mora sale a hombros del Palacio Vistalegre
ANDRÉS AMORÓSMadrid
A las cinco y media en punto de la tarde pisan la arena del Palacio Vistalegre dos toreros que reaparecen, después de haber sufrido gravísimos percances. Todo el público se pone en pie y los hace saludar; a la impresionante ovación se unen también –una estampa poco frecuente– los demás toreros, vestidos de luces. Es un momento de auténtica emoción. Ese clima se mantendrá toda la tarde: David Mora y Jiménez Fortes ponen todo de su parte y el público los apoya constantemente. He recordado yo un poema de Vicente Aleixandre: es como un «unánime corazón» que bombeara su latido al «corazón diminuto» –pero muy grande– de los dos toreros.

Como cualquier otro arte, la Tauromaquia posee un gran componente sentimental. A veces, esa pasión se desborda. («El corazón tiene sus razones que la razón no comprende», sentenció Blas Pascal). No sería justa, esta vez, la frialdad crítica, en la reseña. Lo que hacen estos dos diestros es auténtico heroísmo, merece respeto y admiración, que el público, cariñosísimo, no les regatea. Pero hay que dar también información objetiva de lo sucedido en el ruedo.

A cámara lenta
David Mora sufrió una grave cornada el 20 de mayo de 2014, en Las Ventas, al recibir a portagayola al primer toro del Ventorrillo. Su recuperación ha sido tan larga y complicada que se llegó a dudar si volvería a los ruedos. Felizmente, regresa con tanto arte o más que antes. Su primer Parladé es dócil y flojo, «Insuperable» para su lucimiento. Lo recibe con verónicas suaves y un quite a cámara lenta.
Se luce en excelentes naturales y un cambio de mano que parece eterno. Tan confiado está que concluye con muletazos mirando al tendido (los que inventó Angel Luis Bienvenida y popularizó Manolete). Gran estocada: dos orejas y la seguridad de salir a hombros. No cabe mejor comienzo.

En el tercero, incierto, incómodo, se lucen Ángel Otero e Iván García, que saludan. Brinda al grupo de médicos. Aunque el toro protesta, lo mete en la muleta, en un trasteo muy digno, rematado con otra estocada. En el quinto, un bravo toro, David vuelve a brillar con el capote. Brinda a sus apoderados, Antonio Tejero y Simón Casas. La faena es completa y clásica: doblones por bajo, naturales desmayados, tan largos que casi llegan a ser circulares. Está tan a gusto que se alarga demasiado, sufre una voltereta y pincha, perdiendo los seguros trofeos. No importa: ha tenido un retorno felicísimo, ha mostrado buen concepto clásico y mucha suavidad en el manejo de los engaños.

Mora y Fortes son dos héroes que han vencido las heridas del cuerpo y del espíritu. Les deseo toda la suerte, en la segunda vida que ahora inician.
Postdata. Acierta la Comunidad de Madrid –lo ha contado ABC– al crear la Escuela de Tauromaquia «José Cubero, Yiyo». Repara así el desafuero del Ayuntamiento –una «carmenada» más–, que retiró la subvención a la Escuela «Marcial Lalanda», para provocar su cierre. Como reacción contra esto, se le concedió a dicha Escuela el Premio Nacional de Tauromaquia. Lo tragicómico es que el importe de ese Premio (30.000 euros) ha ido a parar... al mismo Ayuntamiento de Madrid que ha intentado suprimir esa Escuela: es un disparate más de esta España esperpéntica que nos ha tocado en desgracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario