Corta una oreja tras brindar una preciosa faena de oreja a Don Juan Carlos en la Feria de Abril
Roca Rey sufre una
voltereta y Manzanares no se acopla con el toro de mayor transmisión de
la decepcionante corrida de Juan Pedro
Enrique Ponce se dobla con el primer toro, al que cuajó una torera y templada faena - EFE
ANDRÉS AMORÓSSevilla
La presencia de Don Juan Carlos, en el Palco Real, realza la categoría de un cartel acogido con enorme expectación. En un momento en que la Fiesta sufre tantos absurdos ataques, lo agradecemos doblemente. Le acompañan la Infanta Elena, y su nieta, Victoria. Recibe una ovación larga, clamorosa, y el brindis de los tres diestros.
Los toros de Juan Pedro Domecq, flojísimos, descastados, de muy pobre juego, encrespan al público. A pesar de eso, Ponce corta al primero una oreja (que debieron ser dos), por una faena realmente extraordinaria y, en el otro, está valentisimo. El joven Roca Rey roza la temeridad, sufre un aparatoso percance y se gana el respeto de todos.
El primer toro es noble pero muy flojo; en manos de cualquier otro, no hubiera valido para nada. Ponce da aquí una impresionante lección de torería. No vale la pena entrar en el detalle de los muletazos : todo es un prodigio de suavidad, elegancia, naturalidad, armonía. Me basta con reproducir lo que dicen mis muy sabios vecinos: “¡Si esto lo hace quien yo me sé! ¡A ver si aprendemos a torear!”. Y otro apostilla, cortés: “Está a años luz...” No es pasión ni partidismo: con este tipo de toro – el que matan habitualmente las figuras – no tiene rival. Le da tiempo, torea relajadísimo, a cámara lenta; los ayudados, rodilla en tierra, ponen al público de pie. Y, con decisión, logra una estocada corta. El Presidente sólo concede una oreja. ¿Por qué? Todavía no lo sé. Pero da igual. Ahí queda lo que hemos visto. Y la vuelta al ruedo tiene la solemne pausa que la faena merece.
Después de dos toros muy protestados, el cuarto es sustituído por un sobrero que es un dechado de “virtudes”: cortísimo, mirón, incierto, flaquea, huye, tiene peligro. Una birria total. Lo lógico sería machetear y matarlo. Pero Ponce nos sorprende: con paciencia y técnica, logra sacarle mucho más de lo que parecía posible. Los alardes de valor auténtico hacen que el público cambie y se ponga en pie, entregado al maestro. Lo mata bien y saluda. Comenta mi cortés vecino: “’Esto sí que es vergüenza torera”. Y añade, con ironía: “En su situación, es que le hace mucha falta”. Para decir cómo ha toreado Ponce, esta tarde, los sevillanos juntan los dedos y exclaman, con énfasis: “¡Cumbre!” Pocas veces ha estado tan a gusto, en este ruedo.
Después de esto, la tarde parece despeñarse, por la desesperante flojera de los toros, mantenidos por el presidente. (Salvo el quinto, todos podían haber ido para dentro). El segundo, como sus hermanos, cae antes y después de la primera vara. Manzanares traza muletazos con empaque pero sin estrecharse mucho. En el primer natural, el toro va al suelo. Suena la música pero también algún pito. La faena se ha quedado a mitad. Entrando de muy lejos, como suele, logra la estocada.
El quinto es la excepción, hasta cierto punto: huye al sol, echa las manos por delante, pierde los cuartos traseros pero se emplea en el caballo (el primero y único). Pica muy bien Chocolate; saludan Rosa y Blázquez, con los palos. Dándole distancia, el toro tardea pero acude con alegría y transmite; como es pegajoso, no le deja al diestro estar a gusto. La faena tiene vibración pero es desigual, con series cortas y algunos enganchones. No mata bien y se repite la división.
Andrés Roca Rey viene a por todas, lo demuestra entrando a todos los quites, con variedad y brillo. El tercero parece embestir descoordinado, el Presidente lo aguanta y se gana la bronca. Suavemente, se lo lleva al centro: el trasteo, inteligente, se desluce por las caídas de la res. El peruano tiene cabeza y técnica, además de valor, pero falta toro: no transmite nada. Lo mata muy bien. En el último, que se viene abajo, Roca Rey se sube encima, se muestra valiente hasta la temeridad, acaba asustando a la gente, es encunado aparatosamente pero parece que se libra de la cornada. No se le puede pedir más.
En San Fermín suele cantarse una canción mexicana cuyo título viene al pelo: delante de Don Juan Carlos, con veintisiete años de alternativa, Enrique Ponce demuestra que sigue siendo el rey.
Manzanares corre el riesgo de quedarse en príncipe heredero (como Carlos de Inglaterra). Roca también quiere ser Rey.
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