viernes, 8 de abril de 2016

FERIA DE ABRIL: La dimensión de El Juli marca una emotiva y trepidante tarde

La espada deja en una sola oreja la importante actuación de Julián López; la genialidad de Morante de la Puebla vuelve a rozar los tres avisos; y Perera no se dejó nada atrás en su regreso a una Maestranza que colgó el cartel de "no hay billetes"

Los toreros pusieron la raza y la bravura contra la corrida de Victoriano del Río y Toros de Cortés.

Inmenso tercio de banderillas de Curro Javier con los palos y Javier Ambel con al capote en la lidia del tercer toro.

Derechazo de El Juli a su primer toro de la tarde al que cortó una oreja 


Hacía un viento intempestivo de otro siglo cuando sonaron los clarines: el 8 de abril de 1962 Belmonte detonó la historia contra su sien. Sevilla atardecía enlutada como el negro e imponente capote de paseo de Morante. "Más allá del horizonte / se citaba con el tiempo / el sueño de Juan Belmonte" (Peralta Revuelta) Las verónicas de La Puebla traían la mano de fuera alta, que era por donde embestía el toro, pero el empaque de Ronda. Foto a foto disparó Arjona en cada embroque, que era donde estaba la instantánea. Hasta la media a pies juntos arrebujada. El burraco de Victoriano del Río pisaba con fuerza serrana el ruedo maestrante. Pies de sílex para aguantar los dos puyazos de Aurelio Cruz, tremendo por duro y bueno e segundo. Entre vara y vara, José Antonio coreografió una danza de verónicas con sabor y compás, siempre vaciadas a la altura de la altiva embestida. La revolera giró con majeza. Ni los puyazos de Cruz consiguieron que descolgase el toro, que en banderillas se dolió y esperó en bloque. Morante movió imaginariamente las orejas, cual caballo resabiado. De los pases de obertura y tanteo se puso a torear directamente sobre la derecha: la embestida se quedaba corta pese al toque fuerte de la muleta y la respuesta fijada. El burraco se desentendió además en la tercera serie reservona. Y Morante también.

El Juli regresaba a Sevilla tres años después. Y con la misma ganadería le reventó la pierna y casi la vida. Saltó otra burraco a la arena, pero con otra flexibilidad, otro cuello y otro poder. Juli jugó a favor del toro desde la salutación, con las palmas casi vueltas y en los terrenos del "7" para esquivar el viento. Mimo en el caballo sin posibilidad de quite: ya habían quedado sus chicuelinas apretadas en el anterior. La faena fue de tempo y espera. Hacer e inventar sin obligar la noble embestida. Por la derecha y en línea tres series afianzaron al toro con temple, hasta que en esa tercera un cambio de mano fijó el cénit . Los siguientes naturales a cámara lenta y con la muleta a rastras lo ampliaron. Y el fuelle del toro se sintió extinguir. Juli se inventó una tanda más pero no igual y acortó las distancias en la luquecinas populistas. El objetivo, nada baladí, de la oreja en su regreso se cumplía tras la estocada tendida y la muerte demorada.

El grandioso espectáculo que se vivió en el ecuador de la corrida se mereció otro final. Y Miguel Ángel Perera tampoco. Perera volvía a la Maestranza también tras largo exilio. Y salió a cien con un ejemplar de Toros de Cortés de generosa cara y entipado cuerpo. Cuajó un saludo grande a la verónica que mezcló con chicuelinas y tijerillas. La media verónica fue enorme. Un respeto. Suelto el toro pero de tranco humillado. Morante se animó en su turno por cordobinas con el sello de su personalidad; la media a pies juntos iluminó como un fogonazo la plaza. Así de rápido y deslumbrante. Perera le replicó por saltilleras inmóviles.

Curro Javier a los palos y Posada con el capote provocaron la música. Apretaba tela el toro hacia los adentros. La gente en pie con la gallardía de Curro y el mando de Javier. La cosa se había embalado. Quedaba saber si duraría el toro. Perera resolvió pronto la ecuación con tres derechazos poderosísimos... Y el toro se rajó. MAP lo buscó en tablas y le hilvanó con impávida quietud por las dos manos las querencias. Se prometía la oreja, pero la puñetera espada...

Sorprendió Morante con un farol de pronto y de improviso a lo Rafael el Gallo. Así para saludar al cuarto, que fue un manso de solemnidad. Las verónicas de vieja y nueva acuñación por su elevada ejecución. Se escupiría del caballo el liviano toro. La faena emprendió un camino hacia toriles desde los sabrosos ayudados por alto. Y allí, al final de la obra, el genio de la Puebla se explayó al natural, al hilo de las tablas el arte. Pero el arte y la genialidad entraron de nuevo en confrontación con la veteranía de casi años de alternativa: Morante, como el Domingo de Resurrección, se pasaba de faena... Otra vez la angustia del filo de la navaja de los tres avisos. Una tanda primorosa de derechazos a cambio del riesgo. Andarín y descuadrado para la muerte quedó el animal. Metió el brazo Morante; la suerte lo hizo justo antes de la hora. Dos avisos y apasoionada ovación.

La raza de Juli lo postró a portagayola con el tremebundo y cinqueño quinto, que se paró antes de librar la larga cambiada. Vibrante saludo de verónicas de manos bajas y chicuelinas. Ardía la Maestranza de pasión. El toraco se enceló con el caballo como no habráse visto. Y le buscaba las vueltas al jaco. Morante lo coleaba. Ni modo.

La dimensión de figura de El Juli se impuso en la faena. Esa sensación que quema. Por la plomada, el asentamiento, la inteligencia, los resortes y el valor para desarrollar ante un toro que pesaba en la muleta. Tiró por una y otra mano con el poder quienes siempre mandaron en el toreo. Mucha verdad. Metido en la mente y en los terrenos del bruto, que respondía agradecido. Cuando se le paró debajo, aguantó lo indecible. Y lo vació por alto mirando al tendido; los doblones Sonaban los acordes de "Suspiros de España". Se presentía el triunfo grande. Pero se quedó agarrado El Juli a un pinchazo hondo con desesperación. La misma que le invadió con el descabello una y otra vez. Adiós a la gloria. La ovación de Sevilla fue de un reconocimiento absoluto.

No había respiro en la tarde. Perera se fue a portagayola. El corazón en un puño otra vez. No paraban de suceder cosas. Morante volvió a dibujar apuntes de Casero. Y Miguel Ángel de Extremadura apostó para encontrarse con que al toro más lavado también le faltó fondo como a todos los demás.
 Pusieron los toreros la raza. Y el gentío que abarrotó la Maestranza salió con mil historias que contar.

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