Faena de capacidad y hombría de José Garrido, que fue duramente volteado, con el toro más encastado y duro de la buena corrida de Cuvillo
José María Manzanares cortó una oreja a cada uno de los toros de su lote Jesús Morón
Una mano celestial enlotó. Y otra divina sacó la bolita mágica. Pitiminí y Tristón en juntaron. Para José María Manzanares las dos pinturas. Del tirón. «Toma, para ti, para que reflotes en tu Sevilla del alma», le dijo el destino. Y le entregó la clase y el tranco de Pitiminí y la alegría de Tristón. Que no tenían orejas, sino las llaves de la Puerta del Príncipe. Manzanares, que por momentos se acercó a su versión de 2011, se conformó con lo terrenal, una oreja de cada uno, cuvillos de ensoñación.
¡Qué bien le caía el nombre de Pitiminí! ¡Qué torito más guapo y más bueno! Un zapato castaño y listón, un dije maravilloso. Mira que sufrió alguna zancadilla por el camino como un estrellón contra el burladero del «7» y algún tropiezo propio y algún capotazo malo. Garrido intervino en una quite alado por chicuelinas de primor. Y una media de categoría. Qué gozosa embestida ya. De irse no uno sino dos trancos más en la muleta, de abrirse como un avión en los vuelos. Como sobre raíles. De salón no te embiste un amigo así. José María Manzanares se acercó a su versión de 2011. Por ambas manos. Mejor por la derecha. La cuarta tanda fue el cénit de la faena. Engarzada con el cambio de mano monumental y un pase de pecho sensacional. Todas las tandas medidas. Cortitas. Quería Pitiminí uno o dos pases más. Como la plaza. El espadazo lo mandó al mundo de los toros santos. Solamente una oreja.
Tristón traía capa amelocotanada. Y unas hechuras extraordinarias. No hay quinto malo. La carita lavada y recién pintá. Suelto en los tercios previos, se puso a embestir en la muleta con especial nota por el derecho. José María Manzanares se alejó de la versión de 2011. Como en estas temporadas. Velocidad de expreso y por la SE-30 el toro. Tristón embestía con alegría. Un tirón o dos le hicieron clavar los pitones en el albero. La faena fue basculando hacia la puerta de chiqueros. Allí Tristón halló la muerte de un estoconazo. La fuerza huracanada del largo volapié manzanarista. La colocación desprendida. Otra oreja para (cubrir) el expediente. En 2011...
José Garrido salvó la vida de milagro. Vino a la Maestranza con la verdad por delante. Muy tío, muy hombre. Enfrente, un toro encastado de Cuvillo, muy agarrado al piso y tobillero a derechas. Cargado por delante el bruto. Rodilla en tierra, muy torero, empezó Garrido la faena. Genuflexo siguió hasta los medios. Se sintió el cuvillo en las zapatillas. Tocó con fibra el extremeño, que apostó por el pitón izquierdo. Otra embestida. La muleta a rastras. Encajado el chaval. Firme. Importante para vaciar los viajes por debajo de la pala. Sorda la faena para un toreo al natural tan auténtico. La música, a otra parte. Para cuando volvió a la mano derecha el cuvillo pareció haberse corregido algo. Lo llevaba dentro. Siguió la faena JG quizá por demás. Tiró el estoque para cerrar obra por bernadinas. Alguna cambiada. Respondió la plaza ahora. Un público de efectismo se ha criado. Cuando José emprendió el camino recto de la suerte del volapié, el toro pegó un taponazo arriba. Por el derecho de la retranca, claro. Para haberlo destrozado. Muy fea la voltereta, la saña con que lo buscó abajo. La taleguilla destrozada. Desde la ingle hasta los machos. Increíblemente intacta la carne. Volvió a intentar la estocada otra vez ahí, en el mismo sitio (muy abierto el toro). De nuevo la misma reacción criminal. Ya había caído un aviso. Cayó otro y la estocada baja. Sin muerte. El descabello atronó al cuvillo. Saludó Garrido una ovación y se marchó a la enfermería.
Cuando volvió enfundado en unos pantalones largos -más gracia tenían los antiguos de arenero o monosabio, o los jeans recortados que su maestro Ferrera sacó en alguna ocasión-, se encontró con un sexto negro como su baraka inexistente, manso y huido. Convenía abreviar, pero ni el acero desprendido respondió letal. Y encima el descabello se encasquilló.Ni la luz de aquel lejano farol capotero de rodillas iluminó el camino.
Sebastián Castella había sostenido un diálogo de sordomudos con el cuvillo que estrenó plaza. No se dijeron nada y se lo dijeron todo. No humilló el toro, que se movió entre el escaso poder y el pobre celo. Agua. Pero el cuarto sumó a la buena corrida de Álvaro Cuvillo. Ofreció 15 pases antes de venirse abajo, 20 si se evitan algunos tironcitos... A Le Coq le pesa Sevilla un mundo y parte del otro. Se espesó como unos callos en nevera. Le esperan cuatro tardes en Madrid. Toca espabilar.
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