Reconocimiento para el esfuerzo de Javier Castaño en su reaparición con el toro más complicado del hierro de Zahariche
Cuando el paseíllo tocó madera, los tendidos de la Maestranza dedicaron una ovación desde el corazón al nuevo Javier Castaño, que se desmonteró. Los efectos de la quimioterapia han afeitado su cabeza con un apurado devastador. Sólo es la secuela exterior. Por dentro cae como una bomba de napalm en la selva de Vietnam, el agente naranja contra el cáncer que no distingue la célula enemiga de la inocente. Y te funde. Castaño se vistió de blanco esperanza para su reaparición. De vida y oro para dar muerte a la miurada; el peor miura ya estaba muerto. Todos sus compañeros arroparon su emocionante saludo.
Y apareció el toro de Miura con toda su largura a cuestas. Una osamenta larga pero armoniosa en su encaste. Rafaelillo lo paró sobre las piernas. La embestida se frenaba entonces. Cobró el miureño dos puyazos en serio, empujando de veras. Rafael Rubio se dobló por bajo como apertura de faena. Un cambio de mano y una trincherilla florearon los doblones. Ya apuntó su definición noble por el derecho y el parco viaje por el izquierdo. Apostó el matador de Murcia por el temple y la diestra relajado y confiado. Humillaba con franqueza un sin terminar de rebosarse; el viaje iría acortándose en las siguientes tandas. De hecho en la tercera, sin contar el prólogo, el recorrido casi se había extinguido. Rafaelillo le puso la izquierda para cumplir con el expediente al natural a sabiendas de las nulas opciones. No había más. La espada enfrió la calidez de la obra.
El aparato del segundo miura imponía. Desde su alzada se asomó por encima de burladero de salida. A sus 606 kilos no les sobraba el poder; se midió el castigo en el caballo. Lipi y Fernando Sánchez de destocaron con los palos. Javier Castaño brindó al médico que le diagnosticó, operó y trató del tumor. Topaba a brincos el miureño la muleta. A la altura del palillo la cara. Castaño trató de atemperar los movimientos sincopados. Al menos no había maldad, pero de tan desacompasado el propio toro se pegó un costalazo. No desistió el salmantino como no desisten los hombres de fe. Y por la izquierda lacia el miura respondió sin rebrincos aunque siguió carente de humillación. JC acortó distancias con aplomo, que nunca faltó. A la hora de la muerte, el matador recetó en el segundo envite un espadazo fulminante en todo lo alto. Como al cáncer.
La reaparición de Castaño probablemente robó a Manuel Escribano el reconocimiento que hubiera sido exigible tras el indulto al bravo victorino Cobradiezmos, que no se indultó solo. Escribano arrancaría esas palmas a portagayola. El asaltillado miura se presentó distraído. Angustiosa espera hasta que se fijó y libró la larga el sevillano de Gerena. Pero fue en pie cuando Escribano voló con buena onda el capote. La media verónica fue sobresaliente. Las embestidas también. Pasó el toro por el peto con doliente vara y ME con discreción por el tercio de banderillas. En ese paréntesis de cambio de tercio, se tiró un espontáneo. Claramente no era un antitaurino, pues su amor por los animales les lleva a saltar a toro muerto. El loco éste llevaba en la mano una chaqueta. Así pretendía suicidarse. No le dejaron.
Escribano concedió distancia al cárdeno miura con la muleta. Pero el bello y chato ejemplar de Zahariche se dejaba los cuartos traseros atrás. Como dañado. O hacía sentadillas o doblaba las manos. La alegría humillada de los tercios previos se perdió por el camino. O se la dejó en el caballo o se la quitó el chalao . La ejecución de la estocada fue de admirable rectitud. Tanta, que Manuel Escribano salió del embroque con la taleguilla partida a la altura de la cadera.
También Rafaelillo marchó a la puerta de toriles. El cuarto miura se embaló como una exhalación. Muy abierto afortunadamente. La larga voló con limpieza. Y el saludo sucedió a ritmo trepidante, entre verónicas y chicuelinas. Rafael brindó a Castaño y volvió a demostrar su momento de madurez, su constante obsesión por hacer las cosas bien y despacio. Y por imprimirle a todo clasicismo. Así por la mano izquierda hilvanó la manejable embestida, que viajaba por el palillo. La salpimentó, que diría Suárez-Guanes, con su aquél. Un soberbio espadazo le puso la oreja en el puño.
Fue el penúltimo miura el que se acordaría de la guasa de la casa. Su expresión lo cantaba. Precisamente para Castaño. El esfuerzo se antojó tremendo. Por encima del bruto y la quimio, Javier. Un pitonazo al pecho salvó en la estocada. Sevilla valoró su capacidad para sobreponerse. A la vida y al toro.
Otra vez Escribano postrado en chiqueros con el sexto, el más pesado y el más simple de todos los miuras. Y otra vez segundos interminables de espera. Un alivio la larga cambiada. Un respiro. El matador banderillero cuajó mejor actuación con los palos ahora. Brindó el toro de despedida de la feria al público. Poca chicha para brindar a pesar de los 639 kilos de la tablilla. De la tablilla de este año habría para hablar largo y tendido. La ausencia de poder marcó (y fondo) al miureño y la faena. Como a la manejable corrida. De Miura, por si a alguien se le olvidó.
MIURA/ RAFAELILLO, JAVIER CASTAÑO Y MANUEL ESCRIBANO
- Plaza de toros de la Maestranza. Domingo, 17 de abril de 2016. Última de feria. Tres cuartos largos de entrada. Toros de Miura, serios en las hechuras de la casa; manejables con sus matices y faltos de poder; menos el complicado 5º y deslucido el 6º, que se echó.
- Rafaelillo, de nazareno y oro. Pinchazo, media estocada y dos descabellos (saludos). En el cuarto, gran estocada (oreja).
- Javier Castaño, de blanco y oro. Pinchazo y estocada fulminante (saludos). En el quinto, estocada honda atravesada. Aviso (saludos).
- Manuel Escribano, de fucsia y oro. Espadazo (saludos). En el sexto, dos pinchazos, estocada y descabellos (silencio).
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