martes, 17 de mayo de 2016

Juan del Álamo corta una oreja al único toro entre caballos

Inmensa, desproporcionada y vacía corrida de Pedraza de Yeltes; valiente y firme confirmación de Juan Leal, que se gana el respeto con un tremendo arrimón


La Corrida de Prensa también ha sucumbido al decadente sino de los tiempos. Creyeron José María Lorente y Rafael Marichalar encontrar el Edén cuando en los 90 los Lozano acogieron la centenaria corrida en el marco de San Isidro, arropada por el abono aunque fuera de él. Se le dio calor y categoría al margen de los resultados económicos para la Asociación de los periodistas de Madrid, cuestión de supervivencia pero no sólo. De unos años a hoy, la corrida de la APM se organiza como quien cumple una condena. Por parte de la empresa de Martínez Uranga y de la propia casa, que se limita a poner la mano. Así de mal están las cosas por la sede de Juan Bravo. Y de Alcalá 237...

El ambiente desprendía en la plaza un halo de tristeza, de familia en tiempos de penuria en torno al puchero vacío. No se recordaba una Corrida de la Prensa de tan pobre entrada y sin nadie de la Familia Real. Ni aquel magnífico libro anuario que se elaboraba, ni aquella Oreja de Oro que se repescó.

Manuel Escribano brindó a Cristina Cifuentes, que ocupaba un burladero frente a ese desierto de los tendidos de sol que antes, 12 años antes, antes de Taurodelta, señora presidenta, no existía. Escribano se había ido a portagayola, librado otra larga cambiada en el tercio y banderillado con solvencia. Y luego siguió con la muleta, la misma solvencia y el mismo muermo de Pedraza de Yeltes. Un toro negro, bajo, armadísimo y somnoliento como una caja de Orfidal. Un sopapo lo despabiló para enviarlo al mundo de los verdaderamente muertos.
El honor de la divisa vino a salvarlo un precioso colorado de hechuras infalibles. Líneas de armonía para embestir, que no son las que se dibujan en cuesta arriba... Desde que tomó los vuelos de la verónica de Juan del Álamo humilló con son. Ese punto de dubitativo apoyo, incógnita de su fuerza, lo superó el toro de Pedraza con ritmo, nobleza y entrega por el pitón derecho. Del Álamo lo aprovechó con su largo concepto, y trazo, del muletazo y su velocidad inicial que fue atemperado con el transcurrir de la faena. La única tanda de naturales -por ahí el toro no era igual ni parecido- sirvió para que Juan pintase unas cuantas trincherillas y, especialmente, como raya en pared: desde ahí las siguientes tandas de derechazos sucedieron con más cuerpo y más temple. Unas bernadinas tardías fueron oportuno punto final para la obra, que ya se pasaba de punto, y el tal Holandero, que ya miraba a las tablas con cariño. La fe en la estocada, medida con escuadra y cartabón por los más cartesianos, le entregó la oreja.

La espera de Manuel Escribano en la puerta de toriles fue de infarto. El tren de Pedraza salió y se volvió, volvió a salir y miró. No lo vio. Y Escribano ya se levantó. Menos mal. El toraco de tres plantas siguió unos patrones insustanciales y a Manuel le pasaron la factura de sus tres tardes en San Isidro como torero de la empresa.

La corrida de Pedraza se escogió como un ejercicio de contención respecto al elefantiásico debut de 2015, y aun así no se pudo contener: un quinto brutalmente ensillado y con aspiraciones de alcanzar la luna reunía 630 kilos de acongojante desproporción. Por supuesto que fue ovacionado en la plaza donde se aplauden autobuses, básicamente. Luego se movía por encima del palillo, claro, y a Juan del Álamo no le daba el brazo para pasarlo en los de pecho. El toro de lidia...

El sexto asomaba también por encima de la barrera. Juan Leal había confirmado con un caballazo de espanto que casi lo arrolla en una dosantina de temeridad. Imposible el toreo, evidentemente, con el mulo. Y con este último Leal se clavó de rodillas para arrancar la faena de lejos. Con un par. Los redondos del galo sacaron más raza que el bruto, que en punto muerto no ponía de su parte ni el aliento. Tremendo el arrimón de Juan Leal con el gesto impasible y los pitones en el pecho y los ochos y las trenzas tan ojedistas. Un puñetazo en la boca del estómago es todo lo que se llevó a la hora de matar. Leal se vació por completo. Imposible más con menos.

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