sábado, 7 de mayo de 2016

Toros flojos bajo la lluvia en el estreno de San isidro

Solo Miguel Abellán roza el triunfo con el mejor de la deslucida corrida de Valdesfresno 



Miguel Abellán, en un lance rodilla en tierra - Paloma Aguilar
 
ANDRÉS AMORÓSMadrid  

Comienza la Feria: 31 tardes seguidas de toros (¿acudirían lo mismo los aficionados al fútbol?); pasarán por Las Ventas cerca de ochocientas mil personas. Según parece, ya no hay billetes para cinco espectáculos y están a punto de agotarse los de otros cinco. Les guste o no a algunos, no se puede negar que se trata de un fenómeno con una trascendencia social, cultural y económica indudable. Ya en 1872 decía Edmundo de Amicis, que visitaba Madrid, que «la inauguración de las corridas de toros, en Madrid, es mucho más importante que un cambio de ministerio». ¡No digamos, ahora!

Como tantas veces, en estas fechas, amenaza lluvia, cae algún chaparrón, el ambiente parece del Norte y, lo peor, los toros flojean demasiado, los exigentes protestan, los demás se aburren. La lluvia aumenta la incomodidad de los espectadores pero es la falta de fuerza y casta de los toros lo que provoca que unos se indignen y otros se desentiendan. «Decíamos ayer»... Solo Abellán roza el triunfo, en el cuarto, que «se deja» más que los demás. Luque muestra su capacidad y Fortes, su decisión.

Le toca a Miguel Abellán abrir la Feria de San Isidro, igual que hizo, hace unos días, con la de la Comunidad. Con el lote menos malo, vuelve a mostrar su solvencia de diestro veterano. Al primer toro, que embiste con nobleza pero muy justo de fuerzas, lo recibe con una larga de rodillas, en el tercio, y aceptables verónicas. La res flaquea después del puyazo y rueda por la arena, al final de la primera tanda. ¿Cómo va a haber emoción? El diestro le da la lidia correcta, brilla en dos series de mano baja pero el toro se queda corto, se defiende. Labor correcta, sin más. A la altura del cuarto, ha cundido ya el aburrimiento. Los primeros tercios son muy deslucidos pero el toro no presenta grandes problemas, en la muleta. Abellán se mete en su terreno, consigue ligar los pases, dejándole la muleta en la cara. Es el único momento de emoción de la tarde y en los tendidos se escucha una voz, que muchos corean y aplauden: «¡Viva España!» Así nos consolamos de tántas cosas... Por desgracia, la faena no culmina: le afean algunos que se agacha, prolonga con los habituales invertidos y manoletinas, que no vienen a cuento ni logran el eco buscado. Suena un aviso. Mata bien, perdiendo la muleta.

El segundo toro sale abanto, mansea, se queda corto, flaquea, embiste descompuesto. En terrenos de sol, Luque, con buen oficio, lo va embebiendo en la muleta; luego, atacando, logra algunos derechazos con mando. Los arreones del manso originan momentos de riesgo pero también de emoción. Cuando se raja, en toriles, aprovecha las querencias. Un sablazo caído y atravesado desluce la meritoria labor. El quinto es pitado por falta de trapío, aunque pesa 551 kilos. Lo llama Luque de lejos, le busca las vueltas, consigue algún natural bueno; al final, unos muletazos lentos, en el «3». Prolonga con sus «luquinas», acogidas con división de opiniones, y suena un aviso antes de entrar a matar. Lo hace con decisión pero la espada no queda en lo alto. Ha mostrado su capacidad pero –como tantos diestros actuales– no debe prologar inútilmente los intentos de faena.

Ovación para Fortes

Vuelve Fortes al ruedo donde fue herido tan gravemente y es acogido con una ovación. Le toca el peor lote; además, cae la lluvia durante sus dos faenas: ¡vaya suerte! El tercero se cae, se queda corto, se para, no transmite nada: ¡qué birria de toro! El diestro se muestra decidido y valiente; aguanta, en tablas, pero tarda en matar. En el sexto, con el tendido lleno de paraguas, la historia se repite:

serenidad, firmeza y esfuerzo, sin posible lucimiento. El toro huye, vuelve al revés, se desentiende, se refugia en tablas. Se repiten los pinchazos y suena el aviso. Este toro se llamaba «Molinero», como en las «Canciones del alto Duero» de Machado («Molinero es mi amante,/ tiene un molino/ bajo los pinos verdes,/ cerca del río») pero no da ni una pizca de buena harina. Pese a su voluntad, Fortes se ha marchado casi inédito.

Recuerdo la frase del campesino gallego: «O de sempre»... O casi siempre, para ser más exactos. Sin toros con fuerza y casta, que aguanten en el caballo y transmitan emoción, el espectáculo se hunde. Esta tarde, hemos cambiado el título de la gran película: no hemos estado «cantando bajo la lluvia» sino aburriéndonos, debajo de los paraguas.

Postdata. Escribía F. Bleu ( Félix Borrell): «Madrid en masa respira torería sana y simpática. El madrileño es tenorio de tres amores: el del cocido, el de las mujeres y el de los toros». Y Pascual Millán, en 1890, cantaba a esta afición: «El pueblo de Madrid es el más aficionado a toros de todos los pueblos, porque es el más inteligente en la materia. En la Plaza de Madrid se considera el espectáculo con toda seriedad. A veces, tal vez, con demasiada: no se transige con nada que tienda a convertir la Fiesta en entretenido pasatiempo; se ve el mérito allí donde existe». Desde entonces, muchas cosas han cambiado pero, gracias a Dios, no todas.

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