Importante faena a un difícil quinto de Alejandro
Talavante que corta un trofeo de mucho peso en la octava de la feria de San
Isidro.
El
peruano Roca Rey, en su confirmación de alternativa, sale a hombros en la plaza
de toros de Las Ventas
Sebastián
Castella, de azul pavo y oro, buena estocada (silencio); cinco pinchazos,
aviso, estocada (silencio).
Alejandro
Talavante, de grana y oro, dos pinchazos, media (silencio); estocada trasera
(oreja).
Roca Rey,
que confirma alternativa, de verde hoja y oro, estocada punto caída, aviso
(saludos); estocada (dos orejas).
Se encunó
a matar. Matar o morir. Pocos son capaces. Mucha la literatura. Pero a la hora
de la verdad.
Temida hora de la verdad. Territorio prohibido, anhelado. En ese
filo, en el de la espada, reside la fortuna del toreo. Se fue detrás del acero.
Al filo de la navaja y con esos dos pitones como frontera. Entre uno y otro
encontró la muerte, del toro, y salvó su vida, la barriga. Verdad verdadera
acabábamos de dejar atrás. Exhaustos. Una faena no de las que llena, no sólo,
sino de las que dejan molido. Algo de cada uno de nosotros ahí. Ahí abajo, aquí
arriba. Entre el miedo, el susto, el disfrute y la admiración. Derrochó valor
como si lo regalaran nada más cruzar el charco. Qué viva Perú y ese corazón que
no atiende al miedo. Se desentiende. ¿De qué entiende? ¡Delicioso misterio! Una
parte lo desveló. Tragó lo indecible las desavenencias del toro, la
incertidumbre y al creer nos hizo cómplices, poco a poco, muletazo a muletazo,
serie a serie hasta dejarnos prendidos y aturdidos en la vuelta de la esquina
de un faenón. Había colapsado Madrid en tarde fría mas ardía por dentro.
Agresivo el toro de Mayalde, reponía por dentro, intercalamos susto y otro más
con toreo mandón y entre una cosa y la otra una tanda monumental por la diestra
por convicción y poderío. Y entre aquí y allá arrucinas, adornos, pero sólido
el resto. La manera de entrar a matar, queda dicho, de cortar la respiración,
de haberla. Dos soles de trofeo y una Puerta Grande multitudinaria y excesiva.
Se nos va la cabeza en los últimos tiempos.
Al
delirio nos llevó también mientras creíamos caer en la decepción Talavante con
el quinto.
Abrumadora dimensión con un Cuvillo que tampoco lo puso fácil. Basta
la embestida, incierta y por dentro. Lo supo Trujillo al sacarlo del caballo. Y
después. Estaba en el ambiente al poco de pisar el toro la arena venteña. En un
¡ay! lo vivimos todo. Hay toros que son cuestión de fe. Y de ahí tiró Talavante
para creer y contagiarnos. Dos palillos, dos muletas y la misma vida al filo
del precipicio.
Nada ocurría ahí por casualidad o todo a la vez. Muy raro. Una
eclosión de temores, azares se fueron resolviendo hasta conseguir meter al toro
en la muleta con algunas tandas de naturales de una expresión brutal. Sufridas.
Entre el látigo y la suavidad. El trofeo fue de los de peso para dar cabida a
todo lo vivido. La dimensión de Talavante nos transportaba al domingo. Vía
directa. Segunda parada del torero en Madrid. Plaza suya. Plaza nuestra.
El resto
fue el peaje que tuvimos que pagar para llegar hasta aquí. Roca Rey abusó de lo
accesorio en detrimento de lo fundamental en el toro de la confirmación, noble
y con la transmisión justa y sin emoción transitamos por la faena de Talavante
al flojo tercero. Nos redimiríamos después. No lo pudo hacer Castella en la
primera de su gran apuesta: cuatro tardes en Madrid. Correcto con el noble y
soso cuarto y discreto con el segundo que tuvo buena condición aunque la
duración escasa. En el quinto y sexto estaba la llave.
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