jueves, 14 de julio de 2016

Dávila corta una oreja a los serios miuras en San Fermín

El presidente niega un trofeo a Rafaelillo y Castaño y se lleva una bronca del público
Eduardo Dávila Miura sufrió un susto con el quinto miura, que le rajó el chaleco
Eduardo Dávila Miura sufrió un susto con el quinto miura, que le rajó el chaleco - Efe
ANDRÉS AMORÓSPamplona

Por la mañana, la emoción –y la pena– del último encierro; como es tradicional, de Miura: rápido y limpio, salvo un pequeño montón, a la entrada de la Plaza. El promedio de peso es de 600 kilos pero los admiten bien, con esta caja. Es la vez número 50 que lidian en esta Feria, desde que se creó, en 1959. Recuerdo triunfos épicos, aquí, con Miuras, de Andrés Vázquez, Antonio José Galán, José Antonio Campuzano, Paco Ruiz Miguel, Manili...
El primero corta en banderillas y vuelve rápido. Rafaelillo trastea con oficio a un toro complicado, de escaso recorrido, y mata fácil. El cuarto se pega un porrazo en un burladero y lo acusa. Rafael le busca las vueltas con habilidad; aguanta cabezazos; hace desplantes: una pelea a la antigua, rematada con estocada desprendida: petición de oreja, no concedida, injustamente, y vuelta.
Reaparece por una tarde Eduardo Dávila Miura (como ya hizo en Sevilla). Quería quitarse la espina de no haber toreado nunca un Miura, en Pamplona. ¡Un reto! Lidia con seguridad al segundo, cárdeno, bizco, veleto. Aprovecha su nobleza en series de muletazos clásicos, con temple. Una gran estocada: oreja. Brinda el quinto a Antonio Miura. El toro embiste suave hasta que le tira un viaje al pecho y le arranca el chaleco. Todavía le saca naturales notables, uno a uno, sabiendo muy bien lo que hace pero tarda en cuadrar, pincha y el toro huye, barbeando tablas: dos avisos. (Recuerdo otro Miura que, en Sevilla, no paró de dar vueltas, pegado a tablas, hasta que sonaron los tres avisos).
Deseo que se recupere pronto Manuel Escribano. Su sustituto, Javier Castaño, desde que venció la enfermedad, ha toreado tres corridas, en Sevilla, Madrid y, ahora, Pamplona (felizmente, ya con pelo). Las tres, de Miura. ¡Vaya dieta reconstituyente! El tercero, «Agujeta», casi tiene nombre de cantaor flamenco y «canta» su flojedad, se queda corto. Con gran oficio, Javier le roba muletazos de mérito, incluso de rodillas. Logra una gran estocada, encunándose. Sólo eso ya merece la oreja, que no se concede. (Otras de menor mérito se han dado en esta Feria). El último embiste rebrincado, corta en banderillas: se la juega en un par, asomándose al balcón, Fernando Sánchez, que saluda. En la muleta, saca muchas dificultades, pega tornillazos: una «prenda». Javier aguanta los gañafones, lidia con dignidad y se lo quita de encima: no cabía hacer más.
Los Miuras han sido fieles a su leyenda: serios, altos, con muchos pitones y juego complicado. Recuerdo una copla tradicional, recogida por Cossío: «Los toros de Miura son/ fatales para el torero,/ porque siempre que se lidian/ le cogen a alguno de ellos». No siempre, por supuesto. En otros tiempos, las figuras también los mataban y no eran más fáciles que los actuales, de ningún modo: no sólo Pepe Luis Vázquez, gran amigo de don Eduardo; también, Luis Miguel, Diego Puerta, Paco Camino, Manolo Cortés, José María Manzanares... Eran otros tiempos.
Esta tarde, Eduardo Dávila ha aprovechado el mejor Miura para cortarle una oreja y culminar su gesto. También han merecido trofeo Rafaelillo y Castaño: el público ha abroncado justamente al Presidente, que no los ha concedido. Hay que enjuiciar a un torero en función del toro que tiene delante.
A las doce de esta noche, delante del Ayuntamiento, miles de personas van a entonar la triste canción: «¡Pobre de mí!/ Se han acabau las fiestas/ de San Fermín». Un año más. En las rejas de la capilla del Santo quedarán colgados los pañuelos rojos y las velas. «Ya falta menos»...
Posdata. En homenaje a Víctor Barrio, cito unos versos del gran poeta sevillano Joaquín Romero Murube: «Ya se rompió la clara geometría/ de tu juego en las puntas de la muerte,/ de tu gloria de luz y vida fuerte/ no queda más que esta melancolía». Y nos queda su recuerdo.

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