lunes, 19 de septiembre de 2016

Enrique Ponce paladea la dulzura de dos bombones de El Pilar en Logroño

El valenciano corta una oreja a cada toro y el presidente le niega la puerta grande
Enrique Ponce se doblacon el toro en la poncina 


Enrique Ponce se dobla con el toro en la poncina - Efe
 
ÁNGEL G. ABAD Logroño

Una gran tarde de Enrique Ponce. Así, sin medias tintas, para qué vamos a complicarnos. Una gran tarde de toros en la que demostró todo su magisterio, en la que resumió ese más de un cuarto de siglo que lleva con el toreo a la espalda. Cortó dos orejas, una a cada toro, que bien pudieron ser cuatro, y la anécdota puede ser que sigue sin salir a hombros de esta plaza en sus 26 años de alternativa. Ayer estuvo a punto de romper el maleficio, pero el presidente se empeñó en negar los dos trofeos en un toro, obligatorios en esta plaza por aquello del reglamento autonómico. Lo que no le quita nadie es todo lo que dejó sobre la arena de La Ribera ante dos bombones de El Pilar. Le pese al usía, si le pesa.

Dos toros de nobilísima condición y menguadas fuerzas. Y ahí estuvo el secreto del valenciano, en el pulso, en el temple. Tan sencillo y tan difícil al mismo tiempo. Dos faenas con la elegancia como denominador común, en donde el poder de una muleta de seda consiguió lo imposible. Series hilvanadas, embestidas cosidas a las telas, largura, despaciosidad, toreo; buen toreo. Los dos finales, con los de El Pilar ya entregados sin remisión, tuvieron además la pasión de un torero roto en el desmayo. Y las dos estocadas, para descubrirse.

Por la mañana a Ponce lo hicieron cofrade del Vino de Rioja, por la noche seguro que paladeó algún buen caldo de la tierra, como en la plaza degustó la dulzura de sus dos toros.

Dulzura que no se quedó solo para el de Chiva, que hubo azúcar de sobra para todos, otra cosa es que alguno se empalagara. Es que tanto mazapán... A los de El Pilar les faltó un punto de fuerza, o de casta, vaya usted a saber; que al final el resultado de la falta de transmisión viene a ser el mismo.

El Cid cogió la sorpresiva sustitución de Talavante por su triunfo el pasado sábado ante los victorinos. Bien a ráfagas con el segundo, mejor toreando con la mano derecha que al natural. El torete, el más chico de la corrida, salió como sobrero, y todo influyó para que lo hecho en el ruedo no llegara a los tendidos. Con el quinto, paradito además, dio un mitin con la espada. Las sustituciones a veces las carga el diablo.

Perera toreó con profundidad y despacio al tercero. Fue manejando la muleta con la mano derecha, pero el trasteo no subió de tono porque por el pitón izquierdo faltó acople. Le recriminaron desde el tendido la colocación perfilera, y tenían razón.

Se fue muy decidido a los medios con el sexto para plantarle cara con la izquierda. El toro iba largo, pero si le bajaba la mano besaba la arena. Lo mismo con la derecha. Una intentona aquí, otra allá, y aquello que no despegaba. Casta y raza seguía faltando, como desde el principio.

Menos mal que Ponce los entendió y no se le atragantaron. Que tanto almíbar no se le hizo bola, vamos.

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