domingo, 30 de abril de 2017

Diego Ventura, maestro indiscutible en Sevilla


Corta una oreja, igual que Galán, en una noble y floja corrida de Bohórquez 

Diego Ventura
Diego Ventura - Efe
 
ANDRÉS AMORÓS Sevilla

Seguimos todos comentando con pasión la faena de Antonio Ferrera y la emocionantísima corrida de Victorino, que ha acabado de aclarar la cuestión: existen, ahora mismo, dos Fiestas, demasiado diferentes. A pesar de la lluvia, el coso del Arenal ha registrado grandes entradas. El problema suelen ser los toros. No se trata del nivel de exigencia, sino del concepto básico que tengamos. Se han lidiado ya tres de las ganaderías más cotizadas (Cuvillo, Garcigrande y Juan Pedro) y las tres han coincidido: la suerte de varas ya no existe; los toros tienen las fuerzas justísimas, ruedan por el albero una y otra vez; lo único que importa es la muleta. ¿Es ésta la Tauromaquia que queremos? Yo, desde luego, no. Con toros tan flojos, la emoción es casi imposible, sólo surge cuando la pone un diestro de cualidades estéticas excepcionales: hoy, sólo existen tres o cuatro de éstos; con los demás, el aburrimiento es inevitable.

En cambio, con Victorino (y con Miura y unos pocos más) el toro vuelve a estar en el centro, la faena no se reduce a la muleta, nos apasionamos, admiramos a unos héroes, no podemos apartar los ojos un momento de lo que sucede en el ruedo. Lo malo es que el gran público sólo llena las Plazas si se anuncian las figuras, que imponen sus toros y, tantas tardes, la cadena del aburrimiento se mantiene. Así estamos… Sin extremismos, ¿no cabría aproximar un poco estas dos Fiestas, tan distintas? De momento, no lo parece.

En los carteles de este año, la corrida de rejones ya no es matinal. En Sevilla, buena parte del público monta o ha montado a caballo: valoran mejor la doma y el toreo de los jinetes. Los toros de Fermín Bohórquez son nobles pero flojean mucho; es muy bueno el sexto.

Mantiene Sergio Galán su línea de clasicismo y regularidad. Ha lidiado al primero con pulcritud y corrección: se luce “Ojeda” en las batidas y “Titán” en los giros, en la cara del toro, pero ha faltado emoción y, al final, lo ha descordado. Mejora en el cuarto, que se echa varias veces, con el desencanto general que eso supone: logra quiebros ajustados con “Embroque”; baila delante del toro “Bambino”; con “Apolo”, su estrella, cita en corto y clava a dos manos; Mata bien: oreja.

La francesa Lea Vicéns es buena amazona y tiene gentil `presencia pero menos experiencia que sus compañeros; se advierte, a veces, en la falta de ajuste y de precisión, al clavar. En el tercero, el toro se echa y desluce todo. En el último, el mejor, un gran toro, acierta más con los quiebros espectaculares, al violín y con las rosas, pero falla al matar. Desde el callejón, contempla su actuación su maestro, el gran caballero don Ángel Peralta.

Diego Ventura es ahora mismo, sin duda, el número uno. Ha atemperado los excesos iniciales y asombra por su dominio. (¡Lástima que Pablo Hermoso de Mendoza rehúya el mano con él, televisado en directo!). Le tocan esta tarde los dos más mansos. Torea al segundo admirablemente con el palo del rejón; llega muy cerca con “Nazarí”. Para mí es un descubrimiento “Fino”, uno de sus caballos más jóvenes, que le busca las vueltas al toro de forma espectacular. Mata de un rejón fulminante: una oreja, que podían haber sido dos. El quinto, huído, es el peor. Lo brinda a El Juli, en una barrera. Con su maravilloso “Sueño”, lo lleva cosido a la grupa y le da “muletazos” por dentro pero el toro, muy parado, le impide que se luzca dejándolo llegar, como acostumbra. Con “Dólar”, tira las riendas y consigue, a la segunda, un par a dos manos fantástico. El toro se desentiende por completo del caballero, que pincha una vez, eso le priva de la oreja. Da igual: al margen de los trofeos, ha demostrado su maestría. Su manera de torear a caballo es realmente emocionante. Ahora mismo, no tiene rival.

POSTDATA. Cada día somos más los que planteamos si no sería preferible suprimir la tablilla, con el peso de los toros: se cuestiona su utilidad y, a veces, su veracidad. Lo que fue garantía, frente a los excesos, se ha convertido en excusa para las carencias de muchas reses. No miremos tanto el peso de los toros. Lo que importa es la fuerza, la movilidad, el empuje, el motor, la duración, que se crezcan al castigo… Es decir, que tengan casta brava.

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