sábado, 8 de abril de 2017

La primavera mágica de Curro en la Maestranza

En este mes de abril se cumplen 50 años



Fue en el año de 1967. Curro Romero vivió en la Real Maestranza sevillana lo que bien podríamos llamar su primavera mágica. La primera, en pleno abono de abril; la segunda, en la corridas extraordinaria de la Cruz Roja, celebrada a los pocos días de la feria. Dos triunfos incontestables, ambos con toros procedentes de Urquijo. Y a ambos le cortó las dos orejas. Fueron dos de esas tardes triunfales, dentro de los 181 paseíllos que el de Camas hizo en el coso del Baratillo como matador de toros y dos de las 15 veces que desorejó por partido doble a su enemigo. 


Carmen de la Mata Arcos




Esta Feria se cumplirán cincuenta ediciones de la extraordinaria actuación que cuajó Curro Romero en el ciclo de 1967. A esas alturas era bien conocida por la afición su personal interpretación del toreo, única e intransferible, si bien las faenas ejecutadas aquel mes de abril sobre el albero de la Maestranza supusieron un paso más en la veneración de miles de personas hacia la figura del diestro de Camas.

Dos corridas había contratado aquel año Curro Romero en la Feria de Sevilla, sumándose una tercera fuera de abono, la organizada a beneficio de la Cruz Roja. El serial continuado se inició el 15 de abril, destacando en dicha jornada el buen hacer de Francisco Rivera “Paquirri” que cortó una oreja de cada uno de sus oponentes. 

Para el domingo 16 se fijó la primera de las comparecencias del torero de Camas, quien compartió paseíllo con Mondeño, que sustituía a Palomo Linares, y Andrés Hernando. Las reses anunciadas pertenecían a la ganadería de Núñez Hermanos, aunque finalmente fueron rechazadas y sustituidas por otras de la vacada de Pilar Herráiz de Urquijo. Los tendidos presentaban un buen aspecto cuando sonaron los clarines, ocupando la presidencia Manuel Zambrano. El comienzo de faena de Curro al astado que abrió el festejo, “Junquero”, hizo albergar esperanzas de que podía presenciarse algo importante, extremo que no se cumplió al desistir el diestro del intento de hilvanar trasteo ante las primeras dificultades del cornúpeta. El público, frustrado al no rematarse felizmente el quehacer, mostró su desaprobación al camero, que necesitó de tres entradas a matar y dos descabellos para atronar al toro. 

Tras el triunfo incontestable de Mondeño en el segundo de la tarde, salió Romero con ganas de lucirse a recibir al cuarto, ejemplar que atendía por “Borracho”, estaba marcado con el número 15, pesaba 513 kilos y era, como todos los que componían el lote previsto para esa jornada, de capa negra. Las magníficas verónicas del saludo tuvieron continuidad en el posterior quite, que abrochó con una ceñida media. Una de esas medias tan particulares que instrumentaba El Faraón de Camas, rotunda, sevillana, como afirma Carlos Abella en su libro Historia de Toreo. En varas, el animal empujó con codicia y clase, manteniendo en el último tercio esas excelentes condiciones. Unos acompasados muletazos por alto sirvieron de prólogo a la inmensa obra, continuados con una serie de armoniosos redondos, embarcando con suprema suavidad la embestida del burel de Pilar Herráiz. Prosigue la labor tomando la franela con la mano derecha, corriendo la mano con lentitud, quedándose colocado para el siguiente pase con un sutil giro de muñeca para embeber, nuevamente, de tela roja al astado. Así, un mínimo de seis o siete muletazos en cada una de las series que, por uno y otro pitón, compusieron la faena. La elegancia de los ayudados por bajo pusieron la rúbrica perfecta al trasteo, que había perfumado de añeja torería el albero de la Maestranza. La espada viajó certera en esta ocasión, dejando sobre el morrillo de “Borracho” una estocada hasta la empuñadura que le hizo rodar sin puntilla. Las dos orejas fueron solicitadas de forma unánime para Romero, que enfundado en un precioso terno tabaco y oro, recorrió por dos veces el anillo triunfante. Posteriormente, tuvo que hacerse cargo del animal que hirió a Mondeño, “Betunero”, pasaportándolo de forma eficaz.
Después de este triunfo, regresó a la Maestranza el 20 de abril, actuando junto a Litri y Antonio Ordóñez. Sus compañeros de terna pasearon una oreja cada uno, en cambio los ejemplares que sorteó Curro no se prestaron al lucimiento, escuchando solamente las palmas del respetable. 

Para el  24 de abril, lunes, una vez terminado el abono, se programó la corrida de la Cruz Roja, cuyo cartel estaba conformado con el rejoneador Rafael Peralta y los matadores Miguel Báez “Litri”, Jaime Ostos y Curro Romero. La función, de siete toros, contó con la asistencia del entonces Jefe del Estado y de la esposa de éste, adornándose el coso con banderas y tapices. Al tratarse de un festejo especial, ejerció labores presidenciales el Director General de Seguridad, Eduardo Blanco, asesorado en las decisiones por Manuel Zambrano.

El toro de rejones fue de Pilar Herráiz, siendo los restantes de Carlos Urquijo. El público, recordando las excelentes actuaciones del torero de Camas en el ciclo recién concluido, le tributó una gran ovación al romperse el paseíllo, que éste hizo extensiva a sus compañeros. El primero de su lote, “Talismán”, fue un ejemplar noble al que Curro –que iba de fresa y oro-- ejecutó un quehacer salpicado de detalles, presidido, por supuesto, por el buen gusto. El fallo con los aceros le impidió pasear algún apéndice, dando una vuelta al ruedo. 

El recibo con el percal a “Patatero”, nombre del último de los toros del festejo, puso de manifiesto, por un lado, las virtudes que atesoraba el de Urquijo, así como la disposición y las ganas con las que afrontaba su lidia Curro Romero. Ello quedó confirmado totalmente en el último tercio, con una faena primorosa, donde el temple, la sutileza y el empaque jugaron un papel destacado. El toreo eterno, clásico, por encima de modas pasajeras, volvía a tener plena vigencia sobre el ruedo maestrante, impregnado además de la personalidad arrebatadora del diestro hispalense. Por enésima vez, el Baratillo se rendía a la emoción estética originada por la tauromaquia de un artista singular. La estocada final puso en sus manos los dos apéndices de “Patatero” que fue, sin duda, el colaborador ideal para poder llevar a cabo una labor de ese nivel. La deseada Puerta del Príncipe, denominada por el crítico del ABC de Sevilla, Don Fabricio II, “arco de los grandes triunfos”, se abrió de par en par por tercera vez para el camero. Arrastrados por la euforia del momento, se izó también en hombros al mayoral de la ganadería, saliendo de esta guisa al Paseo de Colón.

Sevilla y, en definitiva, el mundo entero se entregaba a una manera de concebir el toreo, por supuesto sin dejar de admirar otras formas y maneras de entender la Tauromaquia pero identificando aquélla como propia. El ambiente que habían generado entre la afición sus actuaciones en la ciudad de la Giralda, culminó apenas un mes después en la madrileña Feria de San Isidro, certificando el extraordinario momento que atravesaba.

BIBLIOGRAFÍA
Abella, Carlos: “Historia del toreo (2). De Luis Miguel Dominguín a El Cordobés”. Alianza Editorial. Madrid, 1993.
Burgos, Antonio: “Curro Romero. La Esencia”. Editorial Planeta. Barcelona, 2000.
Claramunt, Fernando: “Historia Ilustrada de la Tauromaquia II”. Colección “La Tauromaquia”, nº 17. Espasa-Calpe. Madrid, 1989.
Narbona, Francisco y Vega, Enrique de la: “La Maestranza… y Sevilla (1670-1992)”. Colección “La Tauromaquia”, nº 43. Espasa-Calpe. Madrid, 1992.

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