domingo, 9 de abril de 2017

Victorinos con más fachada que juego en Las Ventas


Solo Alberto Aguilar roza el triunfo con un sobrero de San Martín 

Iván Fandiño, en un pase de pecho al imponente cuarto, «Bosquimano»
Iván Fandiño, en un pase de pecho al imponente cuarto, «Bosquimano» - Paloma Aguilar
 
ANDRÉS AMORÓS  

«El Domingo de Ramos –dice el refrán–, quien no estrena, no tiene manos». Y Antonio Burgos, en romance: «Que ya es Domingo de Ramos, - que hasta el aire se estrenaba». Sí tiene manos y astucia Simón Casas: para su primera corrida de toros como empresario, trae a Las Ventas los toros de Victorino Martín. Resultado: la Plaza luce una excelente entrada, con gran ambiente. Está bien eso: el toro encastado es el fundamento de la Fiesta. La corrida es desigual pero seria y hermosa; desgraciadamente, no da buen juego. Sólo en el último, un sobrero de San Martín, Alberto Aguilar pierde la oreja por los fallos con la espada.

El madrileño Gómez del Pilar es el primer diestro que, en este siglo, confirma con victorinos. Se lo ganó en octubre pasado, al indultar un toro de esta ganadería en Illescas, en la llamada «corrida total», en la que importaban todos los tercios (así deberían ser todas). No le ahogan las dificultades (se llama Noé) pero no logra el brillo deseado. En el primero, se va a portagayola pero el toro se desentiende. Se muestra firme y asentado con el capote. El toro, reservón, se queda corto. El diestro, muy digno, pasa varios momentos de apuro y mata bien. Por haber pasado a la enfermería Aguilar, mata el quinto, que se mueve mucho pero no le deja pararse al torero: alterna dos embestidas buenas con otra, de peligro. Gómez del Pilar está aseado y voluntarioso pero no se confía con la espada.

Iván Fandiño intenta reconquistar al público madrileño. Del segundo toro, «Barbacano», le dijo Victorino Martín a Rosario Pérez, al desembarcarlo, que «tiene pinta de buena gente». El toro humilla mucho pero vuelve rápido. Consigue algunos naturales con emoción pero, por la derecha, casi le coge: la faena va a menos y la estocada queda baja. El cuarto, «Bosquimano», de 631 kilos, es un pedazo de toro, recibido con una ovación; cuentan que se echaba a los lomos con facilidad a alguno de sus hermanos. El toro va bien al caballo pero se orienta pronto. Saluda Jarocho, en banderillas.

Aprovecha Iván alguna embestida noble, con emoción, por la derecha, pero, por la izquierda, el toro es más complicado, se pone andarín. Decide cortar la faena, el público opina que había toro para más y se enfada bastante. Me he acordado de Rafael el Gallo: «Las broncas se las lleva el viento; las cornadas, me las llevo yo». El riesgo de anunciarse con esta divisa, en Madrid, es que el público se ponga de parte de los toros: eso le ha sucedido a Fandiño, esta tarde, con sus dos enemigos.
Alberto Aguilar, al natural
Alberto Aguilar, al natural- Paloma Aguilar
Alberto Aguilar tiene oficio y valor, se maneja bien con estas corridas duras. El tercero es pegajoso, se orienta, saca sentido: el más parecido a una alimaña. Tragando mucho, le saca algunos muletazos con emoción, en terrenos de sol, hasta que el toro lo derriba y ha de limitarse a un trasteo sobre los pies, a la antigua. Devuelto por flojo, en banderillas, el último victorino, el sobrero de San Martín, astifino, también flaquea pero es manejable. Alberto corre bien la mano, en series lucidas; tira del toro, logra derechazos templados y naturales de frente, lo más logrado de la tarde: hubiera cortado un trofeo pero pincha. Se aprecia en él una evolución artística positiva.

Mi corazón estaba, este Domingo de Ramos, con la Borriquita, por las calles de Sevilla. Sigo con Antonio Burgos: «Vienen niños con olivos, –con ramitas plateadas– por plazoletas y calles, –por rondas y barriadas». En Las Ventas, las palmas y ramos se han alzado en honor de Adrián, el «niño torero», al que se ha dedicado un minuto de silencio y dos brindis: un niño al que, como a muchos otros, le gustaba «jugar al toro» y tenía derecho a ello. Los ataques que recibió, deseándole la muerte, no necesitan calificativos.

Postdata. Este fin de semana, la Plaza de Toledo ha cumplido 150 años. En 1930, asistió a un festejo Buster Keaton, el de la «cara de palo», ídolo de los poetas del 27, y supo entenderlo: «El toreo convierte la tragedia en un arte alegre y colorista».

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