lunes, 29 de mayo de 2017

Una gran estocada de Caballero



Víctor Barrio hubiera cumplido ayer 30 años. De su última tarde en Madrid hacía un año. Por el tiempo no cumplido, la plaza que lo alumbró como novillero guardó un minuto de silencio sepulcral. Su retrato ilustraba la portada del programa como una máscara mortuoria. El viento bajaba enredando como aquel infausto 9 de julio en Teruel. Ni siquiera molestó a Morenito de Aranda: el altísimo toro de Pereda viajaba por encima de la muleta con una fuerza tan pobre que, aunque hubiese podido humillar, no lo habría hecho. Morenito intentó componer en el juego de las distancias. No hubo modo de despertar la emoción.

La mecha de las protestas siguió su curso con otro cinqueño. Sus imponentes velas no valían a los protestantes como consolación ante su cuerpo enfibrado y hechurado. La ruidosa manifestación por su supuesta falta de fuerza naufragó contra la casta cierta que sostenía su movilidad. Iván Fandiño arrancó faena de lejos. Clavado en los medios con pases cambiados. Valiente y poco propicia la apertura, que violentó al toro. Y, sin embargo, Fandiño le encontró luego el punto por la izquierda y por abajo, que era por donde debió ser el inicio. Dos series encajadas de naturales de buen trazo. La vibración del nervio de la embestida transmitía. A derechas faltó ese mismo recorrido.

 Un punto más. También quizá de humillación. Y ya, acortado el espacio, se defendió y enganchó. La despedida por ajustadísimas bernadinas volvió a levantar el ambiente. Hasta la ovación final.

Gonzalo Caballero brindó al cielo. El reciente fallecimiento de su padre lastraba su ánimo. Un toro negro, cuajado, engatillado, astifinísimo como toda la corrida de José Luis Pereda, ofreció su nobleza. Su buen embroque. De los muletazos se despedía muy abierto, como si se fuese a ir sin irse, un tanto a su bola. Caballero se quedaba descolocado y fuera. Y emprendía la búsqueda de sitio casi en cada pase. Toro teóricamente fácil. La teoría siempre es fácil. Lo mató por arriba con rectitud. Se lo reconocieron las palmas y el cariño que le empujaron al tercio.

Morenito pasó un quinario en la espera a porta gayola del quinto. Apareció andando y distraído el pavo. Hacia otro lado. El torero burgalés se levantó y renunció a la larga cambiada. A cambio, y en los mismos terrenos de toriles, le puso raza a la verónica. A favor del toro de Pereda contaron después la prontitud y la fijeza; en su contra, los finales escasamente descolgados. La testa alta entonces, no antes. Cuando el matador de Aranda exigió y obligó a la franca embestida en una notable tanda, desapareció la velocidad. Muy rápido Morenito. Un bajonazo presentó su enmienda a la totalidad.

El quinto, agalgado y de escaso perfil, más que genio desprendía calambres. Tornillazos rebrincado. Especialmente en los remates por alto. Iván Fandiño, que se la había jugado en la puerta de toriles con una larga cambiada de infarto, gastó toda su valerosa voluntad en la refriega.

Un enorme toraco de 610 kilos sorteó Gonzalo Caballero. El último de los cuatro cinqueños de Pereda. No mal tipo dentro de su gigantismo. Ni mal fondo. La manera de colocar la cara lo delataba. A falta de romper de verdad, se quedó ahí. Caballero volvió a matar a ley. Una gran estocada. Por ejecución y colocación. Necesitó del verduguillo. Pero no restó para la vuelta al ruedo.
El cartel señalado como fecha de trámite en la feria cumplió con las expectativas... La corrida de José Luis Pereda, aun con todos sus matices, no fue tan mala como se vio. O se quiso ver.

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