sábado, 22 de julio de 2017

Paco Ureña, herido y triunfador en Valencia

El palco le niega injustamente la puerta grande en una brava y noble corrida de Algarra 


Paco Ureña, hecho un eccehomo tras la cogida 
Paco Ureña, hecho un eccehomo tras la cogida - Efe
 
ANDRÉS AMORÓS Valencia

Se despide de Valencia Francisco Rivera Ordóñez. Vemos una extraordinaria corrida de Algarra: toros serios, bravos, repetidores, nobles y encastados: ¿qué más se puede pedir? Paco Ureña, herido, logra una gran faena: sorprendentemente, solo le dan una oreja y no puede salir a hombros, por una decisión presidencial absolutamente incomprensible.

Banderillea Paquirri con oficio al primero, bravo y repetidor; se muestra tranquilo en derechazos templados y hasta algún molinete de rodillas. El cuarto se pega un trompazo contra el burladero pero se recupera, con bravura. El trasteo tiene más profesionalidad que brillo y mata a la segunda.

El segundo embiste con nervio, puntea. Ureña logra naturales valientes, con mérito y emoción, tragando y sometiéndolo. Al entrar a matar, sufre un impresionante volteretón, se desvanece, lo llevan corriendo a la enfermería: sufre traumatismo cráneo-encefálico y contusiones. Sale con un apósito en la frente para matar al último: aunque está muy mermado, aprovecha la bondad de la res para trazar muletazos lentos y templados, con clasicismo y estética. Y se vuelca en la estocada: no puedo entender por qué no le dan la segunda oreja. (La bronca es épica y justa).

El tercero, «Peruano», causó sensación, en la desencajonada, por su agresividad. Es muy vivo, repite, encastado. López Simón se queda quieto y aguanta, con toques bruscos; acaba con el arrimón y los inevitables circulares invertidos. La emoción la ha puesto el gran toro. Mata caído: oreja. (Comenta un vecino: ¡qué bonito hubiera sido ver al bravo peruano Roca Rey con este bravísimo «Peruano»). Lidia en quinto lugar otro toro noble; saludan Siro y Arruga. López Simón da muchos muletazos pero sin relieve y falla con los aceros.

Sin ningún sentimentalismo, Ureña tenía que haber salido a hombros. ¡Qué falta de criterio! Igualar hoy con una oreja a dos faenas de mérito tan distinto no tiene sentido. En todo caso, puede estar orgulloso, merece los gritos de «torero» con que le despiden. Y la ganadería de Algarra, una gran ovación.

Posdata. La estocada ha sido siempre «la hora de la verdad» (el título de la película de Francesco Rossi sobre Miguelín). A los toreros se les llama, por antonomasia, «espadas». Antes, una buena estocada ya valía una oreja; un pinchazo en todo lo alto, aunque no fuese efectivo, una ovación. Se valoraba la ejecución de la suerte y la colocación de la espada, no sólo la rapidez de sus efectos. Eso sucedía en la Tauromaquia clásica… En la posmoderna, todos esos valores ya no existen.

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