lunes, 2 de octubre de 2017

Feria de Otoño: la tarde del Desastre

Paco Ureña hace lo más destacado en una complicada corrida de Adolfo en Las Ventas 


Paco Ureña, en un excelente natural
Paco Ureña, en un excelente natural - Paloma Aguilar
 
ANDRÉS AMORÓS Madrid

La noticia de la derrota de Cavite, que culminaba el Desastre de 1898, llegó el 2 de mayo. Esa tarde, en Madrid, Guerrita, Fuentes y Bombita lidiaron toros de Murube. No era inconsciencia: la empresa quiso suspender el festejo pero el Gobierno lo impidió, «para no deprimir el espíritu del público». ¿Con qué ánimo asistirían los espectadores a aquella corrida?

Vivimos esta tarde otro Desastre, no menor que aquél: este domingo, en Cataluña, se está intentando romper España y saltarse a la torera (¡qué sarcasmo, en una región que ha prohibido los toros!) la Constitución que los españoles libremente nos hemos dado. ¿Con qué ánimo asistimos a esta corrida? No con inconsciencia; sí, con honda preocupación y tristeza.

Los toros de Adolfo Martín, muy armados, tienen genio, y dificultades, no permiten faenas lucidas. Juan Bautista demuestra su profesionalidad; Paco Ureña, un valor sereno de gran mérito.

El primero sale alegre, embiste con suavidad y ritmo. Juan Bautista dibuja derechazos con empaque, a cámara lenta; por la izquierda, el toro se defiende. Cita a recibir, en el centro; cuando no acude, logra un buen volapié pero falla con el descabello y el toro aguanta muchísimo. («Igual que Rajoy», comenta un vecino).
Banderas españolas en los tendidos
Banderas españolas en los tendidos- P. Aguilar
Al tercero, deslucido, lo lidia con gran corrección pero sin brillo. El quinto, más chico, levanta alguna protesta. Como parece que va a ser mejor, lo brinda al público pero pronto se le queda en las zapatillas y la faena se diluye. Mata caído.

Paco Ureña está hecho un jabato, toda la tarde. En el segundo, vivimos el momento más emocionante del festejo, con dos grandes puyazos de Pedro Iturralde a un toro que se arranca de lejos. ¡Qué hermosa puede ser la suerte de varas, si se hace bien! Ureña traza naturales suaves, con emoción, jugándosela mucho: el susto se veía venir. Mata a la segunda. El cuarto luce dos «velas» impresionantes, que levantan una ovación; arrea, en banderillas; vuelve muy rápido, se para, con peligro. Ureña está valentísimo, al borde del percance: se libra de la cornada agarrándose al toro; acaba asustando al personal. Comenta mi amigo: «El toro tenía peores ideas que…» (me callo el nombre del político que ustedes pueden imaginar). El último empuja, en el caballo, pero espera, es reservón. El diestro no le duda, intenta torearlo como si fuera bueno, le saca algunos naturales, hasta que es entrampillado, y lo mata de una gran estocada.


Las reses de Adolfo han decepcionado. Juan Bautista ha salvado la papeleta con decoro. Ureña, valentísimo, ha saludado, en sus tres toros. El público no se ha enfadado (bastante enfado traía ya de casa) pero tampoco ha logrado animarse. Vivimos otro Desastre, como en el 98. Han ondeado algunas banderas rojigualdas y han sonado algunos gritos de «¡Viva España!», nada más. Salimos con el ánimo por los suelos: ¿qué nuevos disparates vamos a conocer, esta noche, en el telediario. ¿Dará, por fin, el Gobierno la respuesta que todo esto exige? Si no lo hace, puede suceder lo que una vez temió Pérez de Ayala, lo mismo que, ahora, algunos pretenden: «Moriría España». Y eso es muchísimo más importante que todas las tardes de toros.

Posdata. En ABC, el 18 de agosto de 1934, publicó don Gregorio Corrochano su crónica taurina, titulada, simplemente, «Luto». Acababa de morir Ignacio Sánchez Mejías. Dan ganas ahora de repetir ese título pero «Vergüenza» o «Bochorno» serían más adecuados. O el verso de Juan del Encina, hace quinientos años: «Triste España sin ventura”. Pero, por mucho que algunos se empeñen, España no ha muerto. Todavía…

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