viernes, 25 de mayo de 2018

Doble Puerta Grande para Talavante y López Simón

FERIA DE SAN ISIDRO


Eterno natural de Talavante ante el segundo de Cuvillo, al que cortó las dos orejas CULTORO

El ruedo aún traspiraba la humedad de las tormentas nocturnas, y el cielo oscurecido de nubes negras amenazaba con más. En la arena todavía había surcos de El Juli y Licenciado. Otra torrentera.

 Alejandro Talavante cogió la sustitución del lesionado Paco Ureña. Y ese gesto de volver a dar la cara en Madrid se lo agradeció la plaza con una calurosa ovación. Núñez del Cuvillo lidiaba su segunda corrida en San Isidro. Y Talavante también. Cacareo cayó en sus manos. De tan notable reata en cuvillo. Ensillado o de lomo quebrado, bajo, de buena cara y sobresaliente y templada calidad. Las apuestas tienen recompensa. El toro llegó a la muleta sin notas especiales. Ni en el caballo ni en banderillas, cuando apretó a Juan José Trujillo hasta sacarle el aliento. El quite de Juan Bautista fue providencial. Como la providencia se apareció en el lento clasicismo de Tala. Desde la colococación al embroque. ¡Y la expresión! La faena tuvo prólogo y epílogo calcados. Genuflexa la figura, la embestida en cosida en su derecha. La serenidad como poso entonces y después. En la ligazón y en la despaciosidad. Un cambio de mano convertido en eterno natural catapultó un ole inmenso. Como en aquella lejana tarde de Sevilla de 2007. El toreo diestro pasó a ser zurdo. Enfrontilado, a pies juntos el inicio de una serie, cargada la suerte siempre, la izquierda talavantista fluía con delicioso compás.

 La reunión bellísima de quien se embraguetaba en cada lambreazo. Como si la cintura fuera a partirse siendo junco en su verticalidad. No había arrebatos ni camisas rotas. Ni guiños a la marabunta. La torería brotaba calma. Íntima. Sólo un golpe para la galería. Mirando al tendido. As usual. Y cobró en dos tiempos la estocada. La plaza se entregó sin el apasionamiento del 16-M. Cuando la petición se frenó extrañamente en la oreja. Ahora no hubo topes y la marea de pañuelos no cesó. La misma serenidad constante de la obra de Alejandro Talavante rindió al palco. Y la Puerta Grande. La quinta de su carrera. Probablemente, la más madura y la menos arrebatada.

A López Simón le devolvieron el toro titular de Cuvillo y le soltaron un sobrero del Conde de Mayalde. Bastorro, grandón, 600 kilos de boyanconas intenciones. Simón cogió el aire a su embestida noblota y dormida por el derecho. La templanza de pronto se rompió en un cambio de mano. El toro se le quedó debajo y lo levantó como a un muñeco. Un palizón terrorífico en el suelo.

Los pitonazos silbaban por su rostro. Por el cuello. Por la yugular. Sobre el cráneo, una estampida de pezuñazos. El torero de Barajas quedó maltrecho. Retorcido como un guiñapo. Cuando lo recogieron las cuadrillas, la pálida luz de su gesto doliente asustaba. Por el boquete de la taleguilla no asomaba la sangre. LS consiguió recuperarse para volver al toro. Y seguir por el pitón que se daba. Por el derecho, o sea. La fibra para continuar se manifestó en nuevos redondos que incluso mejoraban lo anterior. Enhiesta siempre la planta. Desistía la embestida de su celo y amagaba con irse a toriles. Era el momento de matar. Pinchó una vez el matador. Que en el siguiente ataque se volcó sobre la testuz.

Otro volteretón crujió su osamenta. La emotividad del trance entregó el trofeo al pundonor. Y no sólo.

Cuando Juan Bautista afrontaba su segundo turno, se abrieron las compuertas del cielo. El diluvio universal inundó el ruedo. Bajo la cortina de agua, Bautista trataba al cuarto de Cuvillo. Más fino que el suyo anterior. Tan bruto por fuera como por dentro. Pero este Lincenciado se prestó sin terminar de humillar. Y en esas condiciones todo lo que JB hacía adquiría un mérito tremendo. Bajo sus pies un lodazal; sobre su cabeza, el mar. Tuvo que cambiar la muleta de tanto que pesaba. Pinchó antes de cobrar la estocada. Y saludó una ovación.

Talavante volvió a estar a su nivel con un quinto que se dejó sin excelencias. Sobre un pantano. El acero se encasquilló y no redondeó su gran tarde.

La mejor versión de López Simón con el último. Un jabonero no bonito pero a más. Enganchando las embestidas como nunca. Descalzo sobre un barrizal. Y templado. Estocada y oreja. Otro repoquer de Puertas Grandes.

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