viernes, 18 de mayo de 2018

Don Juan Tenorio taurino

"...cobijo e intrigas de los principales revisteros..."



Quetzalcóatl Rodríguez | Foto: Archivo

Quizá, a excepción de Don Quijote, no hay en la literatura española toda un personaje tan popular como Don Juan Tenorio, siempre burlador que lo hizo hasta de su propia muerte, saliendo del cementerio a enriquecer hosteleros, lo mismo enamorando doncellas, fisgoneando ventanas que asaltando conventos; esta cumbre literaria tuvo su estreno el jueves 28 de marzo de 1844 en el teatro de la Cruz de Madrid, con Carlos Latorre como “Don Juan”, Bárbara Lamadrid como “Doña Inés” y Vicente Caltañazor en el papel de “Ciutti”.

Aquella España decimonónica casi analfabeta tiene al teatro como uno de sus medios populares de comunicación, fuera de la urbe se desarrolla el famoso teatro de provincias con las llamadas “parodias”; la investigadora Francisca Íñiguez Barrena nos explica: “Estas compañías (si tal nombre merecen) eran los llamados cómicos de la legua (…) el repertorio propuesto o impuesto tiene claros aspectos conservadores, de apego a obras antiguas, ya conocidas a menudo”.

Con estas anteriores características se estrena en Sevilla, el 29 de diciembre de 1913, la denominada casi parodia  “El Tenorio Taurino”, pieza en un acto y tres cuadros que bajo la autoría de Pepe Moros en colaboración con la compañía Isama-Velasco, exponen a los espectadores lo que supone la naciente rivalidad entre un recién doctorado Juan Belmonte y un joven casi científico en destrezas taurómacas José Gómez “Joselito”, todos mediante el cobijo e intrigas de los principales revisteros de la época.

Embebidos y con clara influencia del drama de Zorrilla aparecen los personajes principales “Don Juan El Misterioso” (alusión a Belmonte), “Don José El Sabio” (referencia a Joselito), “Sombra de Rafael” (mención del Gallo),  “Capitán Don Modesto” (principal cronista taurino de la época) y “Don Pío de Tribuneda” (referido al periodista Alejandro Pérez Luguín). Comienza entonces el protagonismo del torero que en la ficción dramática dice las líneas siguientes:

/¡Qué entusiasta pueblo aquel!/ ¡Se ensanchaba mi horizonte/ al verme en el redondel;/ pues se acababa el papel,/ al anuncio de Belmonte/.

Rivalidad taurina que a principios del siglo XX sentó las bases del después denominado como “toreo moderno”, Belmonte implica un inmenso arrebato con toda la impetuosidad del instinto y toda la fuerza de la emoción. En cambio Joselito la suprema perfección de la técnica, la máxima plenitud del conocimiento, la absoluta y universal belleza, eso que en el drama nos dice su personaje por medio de estas quintillas:

/No ha habido torero alguno/ que siendo tan jovencito/ pueda gritar como grito/ «Yo soy el número uno»/ ¡El primero, Joselito!/.
 
La famosa apuesta que aparece en esta obra implica los lauros y proezas de uno y otro toreros, dando lectura “El capitán Don Modesto” a favor de Juan y “Don Pío de Tribuneda” a favor de José; un empresario escribe una carta a Juan insistiéndole con labia para que acepte torear una corrida de toros. Aparece el personaje “Ricardo Escultor”, clara referencia a Ricardo Torres “Bombita” y que la ficción no puede pasar por alto sus logros y polémicas, un personaje que cede simbólicamente su mandato taurino al nuevo torero sensación:

/¡Oh frutos de mis desvelos./ Montepío que fundé/ y por quien tanto luché/ entre insidias y recelos!/ El dejarte en las alturas/ dónde estás, limpio y sin mancha,/ me redime de la plancha/ del pleito de los Miuras/.
 
Todo transcurre ante la sombra lúgubre y mortal de Manuel García “El Espartero” como estandarte de valor, referencia de cómo el torero y la muerte conviven en un idilio permanente, cierra el drama con un banquete en alusión al famoso encuentro que tuvo el torero de Triana con la intelectualidad de la época; estamos ante un texto que es grácil parodia de una obra que de modo brillante, arrebatador a veces, juega con grandes emociones humanas: el amor, los celos, la rivalidad, el poder; el engaño, la muerte, todo ello que el personaje “Doña Inés del alma mía” le expresa así a Don Juan:
 
/¡Oh sí, fenómeno mío!/ las patronas intranquilas/ y las radiantes pupilas/ por ti pierden tu albedrío/, sorbido al mar ese río/ como dijo doña Inés/, tienen el seso y ya ves/ cómo te ofrecen su amor/ sin inquietud ni temor/, de rodillas y a tus pies/.

Bibliografía:

Íñiguez Barrena, Francisca. La parodia teatral en España, (1868-1914), Universidad de Sevilla, Secretariado de Publicaciones, 1999.

Moros, Pepe. El Tenorio Taurino, casi-parodia taurina, del inmortal drama de Zorrilla; en un acto dividido en cuatro cuadros, Sociedad de Autores Españoles, Madrid, 1914.

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