viernes, 11 de mayo de 2018

La plomada de Fortes entre 3.737 kilos de estulticia

FERIA DE SAN ISIDRO

El malagueño impone su verdad en el último toraco de la infumable bueyada de Pedraza pero el presidente le roba una oreja de ley. Dos clamorosas vueltas al ruedo no compensan el atraco.

 


Desde que desembarcó, la corrida de Pedraza de Yeltes deslumbraba por su tamaño, por el incendio de sus capas coloradas, por el tonelaje. Entre Resistente, Bello, Renacuero, Mirante, Burriño y Urante sumaban 3.737 kilos. Un promedio de 622. Cifras estratosféricas incluso para la genealogía y los esqueletos de la línea Aldeanueva-Raboso-El Pilar. ¡Qué esqueletos! Barcos mercantes. Una locura que conduce a la reflexión morantista de la proporción del toro, un animal criado para embestir. Una desmesura que lleva a la anécdota de Rafael el Gallo cuando le preguntaron el porqué de su miedo: "No es miedo, es desproporción. El toro tan grande y yo...".

Los seis toros rojos de Pedraza ni siquiera despertaban ovaciones según aparecían en el ruedo venteño. Como si fuera lo normal. Sólo dos bajaban de los 600 kilos. Pero los rozaban. Uno de ellos el primero (592). Tan largo, ensillado y alto que aún daba la impresión de que le cabían más arrobas. Su poder, sin embargo, no iba acorde. Sí su estilo de buey. Entre pasota y desentendido. Se embiste como se es. Manuel Escribano banderilleó con solvencia al cuarteo. Más comprometido el par al quiebro y al violín. Muleta en mano se lo sacó a los medios para alejarle de las querencias. Pobre el viaje, sin celo ni empleo, por uno y otro pitón. No hubo motivos más que para la brevedad. Las coces en la hora del descabello lo retrataron.

Los inmensos pechos, la inabarcable longitud, la inalcanzable alzada de Bello habían dado 660 kilos en la báscula. De frente, de perfil, asustaba su monumentalidad. La seriedad sobresalía incluso en el morrillo astracanado. Cierta armonía presidía su cara. Se arrancó de largo y esquivó el caballo en un extraño puyazo corrido. Daniel Luque se puso de verdad con él. Cuando concluía el derechazo, el torazo no había terminado de pasar. Y lo hacía protestón dentro de su fijeza. El viento enredaba también. De uno en uno consiguió Luque naturales meritorios. A puro pulso con aquella manejabilidad dormida. Que degeneró en distracción. Apuró entonces el sevillano por demás la faena. Y se encasquilló con los aceros.

Entre pitón y pitón del tercer pedraza habría un metro de distancia. Un susto en su testa que coronaba su osamenta "liviana": 591 kilos. En el peto se defendió y fue tan pegajoso en banderillas que un tío de la preparación de Carretero se las vio y deseó. Fortes abrió faena con una pureza suave. Suavidad y pureza contra los inconvenientes del toro. Que reponía apoyado en las manos y soltaba la cara cuando pasaba el cortito tramo de humillación. De pronto su izquierda trazó pases admirables.

 Costaba sacarlos limpios cuando trataba de prolongar el viaje. Primaba la intención del buen toreo con un bruto que no se prestaba. Un bajonazo afeó lo hecho.

Manuel Escribano se postró a portagayola con el gigantesco cuarto de 637 kilos. El corazón en un puño cuando libró la larga cambiada. El toraco apuntó cosas en las verónicas cabales, en el empuje (engañoso) en el peto, en el fuerte galope en banderillas. El par por los adentros acongojó por encima de las facultades con las que el torero de Gerena le ganó la cara. Explotó la faena por cambiados silvetistas. Y el toro se estiró en pos de la muleta en la siguiente tanda de derechazos. Hasta ahí duró su noble fondo, apagado como una vela sin oxígeno desde entonces. La firmeza de Escribano quedó estéril.

Ni un rasgo de bravura asomó en los hondos 625 kilos del quinto. Un pasmarote en el caballo y un mulo en la muleta de Daniel Luque. Topaba o se desentendía. Como agua para el chocolate.

La basta cuesta arriba del sexto se hacía una brutalidad. Atacó en firme con sus 632 kilos a la montura de Francisco de Borja, sensacional en el manejo de vara. Fortes dibujó un hermoso quite por tijerillas abrochado con una bella media. Los doblones de apertura de faena tuvieron categoría. Ya en la primera serie de poderosos derechazos -necesariamente corta- el toro amagó con pararse. La quietud y el asiento del malagueño aguantaron los parones. La plomada del valor ante las miradas de la pavorosa cabeza. Y siempre con la intención de hacer el toreo por su camino. Un volteretón de órdago no arredró al torero de plomo. El arrimón de testosterona se impuso. La autenticidad tan sincera. Un pase de pecho de pitón a rabo, o sea kilométrico, reventó la plaza. Como un espadazo en todo lo alto reventó al toro. La petición se expandió como la pólvora. Tan justa. Una oreja de peso se presentía. Pero el presidente José Magán Alonso, haciendo un alarde formidable de una estulticia tan pesada como los 3.737 kilos de la corrida, perpetró un robo asqueroso. El rostro de Fortes reflejaba una digna perplejidad. Paseó el ruedo por dos veces entre el clamor popular, bajo la indignación absoluta del público. Que regó el ruedo de almohadillas. De Magán a mangón hay muy poco.

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