sábado, 23 de junio de 2018

Manzanares y un bravo «Disparado» en Hogueras


Corta dos orejas en una justa corrida de Juan Pedro y sale a hombros con Carretero


Diego Carretero y Manzanares salen a hombros
Diego Carretero y Manzanares salen a hombros - Vigueras


No acusó Diego Carretero el paso del utrero al eral, perdón, al toro, con una anovillada corridita de Juan Pedro Domecq, tan vacía por fuera como por dentro en su primera parte y con menos aguante que una pompa de jabón en una guardería. Un desfile de flojos en el tramo inicial, tanto que cuando se hizo el descanso y la gente comenzó a hincar el diente en las empanadas y a pasar la bota de vino de grada a grada, el primero parecía un gran toro, que de grande no tuvo nada... Al menos se sostuvo, duró y se movió, pese a protestar por su contada fortaleza.

Había ganado terreno Carretero en los lances de saludo al juampedro de su alternativa, con unas bonitas verónicas, rematadas con dos medias de mucho gusto. «Rezongana» portaba calidad, pero estaba cogido con alfileres. El albaceteño se dobló ante él con buenos modos y ligó sobre la diestra.

 El de Domecq iba y venía, aunque se defendía por sus justas fuerzas, lo que impedía que las tandas surgieran con total limpieza, pero el clásico concepto de Carretero, que improvisó una doblada con su aquel, ahí quedó. Acabaría luego metido entre los pitones, con unos jaleados circulares invertidos. Como decíamos, no se le notó el paso del utrero al cuatreño, pues novillos más serios habrá matado...

 Y de pinchazo y estocada pasaportó al de la ceremonia para inaugurar el marcador de trofeos.
El segundo se pegó un temendo volatín a la salida del piquero. Era un juampedro de «verde que te quiero verde», más flojo que la risa de un club cómico. Pero el usía reservó el moquero para mejor ocasión. No perdíamos la fe. Ahí estaba un torero diferente a todos: Morante de la Puebla, que nos regaló unos ayudados y un hondo pase de pecho, con remates antiguos. Maravillas con la mano de la cuchara, a cuentagotas por la cansina embestida –aun con cierta calidad–. ¡Qué despacito toreó! Contrastaba lo insípido de «Pamplinoso» con el sabor de los derechazos (no brotarían muletazos así en todo el festejo). Cuando cambió a la zurda, el animal se puso a escarbar y protestaba. Nos quedamos con más ganas de una tauromaquia que no se estila, más que nada porque Morante solo hay uno.

José María Manzanares se lució en la bienvenida a otro animal justísimo de todo, que recibió un «puyazo» más fuerte en la divisa que luego en el caballo. Ni para un análisis, que diría el «7» de Madrid. En medio del aburrimiento de la veraniega tarde, la gente echó la vista atrás al invierno, piropeaban al matador y hablaban de la cabalgata de los Reyes Magos, «en la que salió Manzanares».

 «Por eso le han echado un toro de juguete», soltó con no poca guasa mi vecino de localidad. La cosa es que este «Ocioso» se desmoranaba solo con sentir la brisa mediterránea. Nada pudo hacer Manzanares, que tras el paseíllo había recibido el trofeo a la faena más artística de 2017.

Esperando a «Ombú»

Tras la merienda, muchos soñábamos aún con un «Ombú», como ese bravo y delicioso toro de Juan Pedro Domecq lidiado por Luis David Adame en San Isidro. No salió ninguna pintura jabonera, ni un animal que planeara con semejante profundidad, pero hubo uno que se le acercó y que se coronó rey de la tarde: el quinto, el más aparente. Bravura y humillación en las telas manzanaristas, que cosió los derechazos, vistos con la ilusión de un oasis en medio del desierto. Tenía una fijeza extraordinaria «Disparado», al que Manzanares cuajó a su manera, sin acabar de redondear, mejor mediada su coreada labor. Lástima que no se recreara más con la izquierda, pues dibujó unos naturales estupendos. El espadazo desató el delirio y la doble pañolada. Mereció este «Disparado», que salvó el honor de la divisa, mayor premio que una ovación.

No quería quedarse atrás el toricantano y saludó con vibrantes largas cambiadas al sexto, otro ejemplar con buen son, al que Carretero trazó una dispuesta faena –merece más oportunidades– y al que cazó con habilidad. El triunfalismo desencadenó las dos orejas. ¿Qué pensará Roca Rey tras ningunearle el día anterior un faenón?

Menos fortuna tuvo Morante, con un lote inservible. Si deslucido había sido su primero, el cuarto –al que recibió por chicuelinas–, reponía y a la vez apenas se mantenía en pie. «Demasiado está sacando con un toro que quiere hacer el pino», resumió un espectador. Cuando cayó el animal, saltó la noticia: gritos de «¡toro, toro!» del santo público alicantino. Y su petición llegó con «Disparado». ¡Qué gran juampedro! Una gozada para soñar...

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