domingo, 21 de abril de 2019

Sensibilidad animal en La Maestranza

Manzanares cortó una oreja tras una buena estocada en la suerte de recibir al noble quinto

José María Manzanares entrando a matar en su segundo toro.
José María Manzanares entrando a matar en su segundo toro.

Sevilla
La sensibilidad animal se ha extendido como una mancha de aceite. Y en los toros no es nada nuevo. El toro fiero y desafiante, ese que da miedo solo con verlo, pone firmes a las cuadrillas y tensos a los tendidos pasó a mejor vida. Hoy por hoy, es un aserto acertadísimo ese que dice que el público de hoy es más sensible, y prefiere el arte con becerros que hazañas con toros.

La sensibilidad animal hace tiempo que se practica con esmero en el mundo de los toros. El establishment taurino y los aficionados son tan sensibles que están desconocidos.

El primero, el ganadero. Ya no cría toros para dar miedo; los cría para crear arte; ya no cría toros de deslumbrante trapío, de imponente respeto, ese que se crece ante los engaños, que acomete con fiereza al caballo, persigue con furia a los banderilleros, se come la muleta y vende cara su vida.

No. Ahora cría un animal de bella estampa, en primer lugar; de formas armónicas, de guapa presencia, sin estridencias en sus hechuras y estrecho de sienes que dice ahora, que es sinónimo de pitones recogidos.

Ese toro sale al ruedo y deslumbra a los sensibles modernos. Ese animal, regordío casi siempre, embiste con cierta movilidad los capotes, y llega al caballo con la boca abierta, pidiendo aire como un náufrago, y pide clemencia al picador antes que plantarle cara. Y el señor del castoreño lo cuida, lo mima, procura no hacerle sangre y que salga pronto del encuentro para que no se lastime.

Recupera fuerzas mientras se preparan los banderilleros, acude pronto al cite, pero cuando suenan los clarines del último tercio, el animal tira la toalla, no puede más, el agotamiento hace mella en sus entrañas, se para, se deja querer, embiste si puede y lo que puede y pide, como un loco, una muerte rápida.

Pero ese toro que se llevan las mulillas ha embestido con clase y dulzura, ha desarrollado nobleza en todos los tercios, no ha molestado. Ha sido un bendito; solo que inválido y falto de sangre brava.Es sensible la figura, que exige enemigo especial, nada de toro de estampa de La Lidia, por dios, sino un artista guapo.

Es sensible la autoridad, que autoriza corridas tan bonitas como la de Victoriano del Río, guapas y muy justas de trapío para plaza tan generosa como la sevillana; y se esconde -el presidente- a la hora de decidir sobre la invalidez de uno y otro y los deja en el ruedo para pesar de la afición.

Y es sensible el público, que lo aplaude todo; al primer toro, por ejemplo, lo aplaudieron de salida, un ejemplar tan bonito como anovillado; perdona que se le hurte la suerte de picar o que el torero de turno haga como que lidia cuando no sabe cómo ocultar las carencias de un animal lisiado.

En fin, que con tanta sensibilidad, la fiesta de los toros pierde su esencia, y la gente sale decepcionada, que no es nada bueno a la hora de plantearse la vuelta a la taquilla.

Así, la corrida más importante de la temporada sevillana transcurrió entre esperas inútiles, a ver si salía ese artista que se encumbrara de la mano cierta de alguna de las figuras del cartel. Y no hubo manera.

Lució El Juli a la verónica en el recibo a sus dos toros, y, después, en el inicio de muleta por bajo, con la pierna genuflexa, al cuarto. Y no hubo más. El que abrió plaza era un torito guapo y pare de contar, de dulcísima embestida y sin fuerza. A pesar de la buena técnica del torero, su labor no levantó —era imposible— el vuelo. El cuarto se paró y lo mató.

Un manso sin clase fue el segundo, y el único que se movió fue el quinto, al que Manzanares trazó muletazos jaleados de muy discutible colocación. Inapelable, sin duda, su estocada en la suerte de recibir, que le posibilitó pasear la única oreja de la tarde.

Buenos pero inválidos

Se esperaba todo de Roca Rey y dio todo lo que fue posible con los toros elegidos por él; es decir, muy poco. Muy descastado fue el tercero, con el que no pudo mostrarse más allá que aseado y decidido.

Y se jugó el tipo de verdad ante el sexto, tan desabrido y soso como sus hermanos. Se metió el torero entre los pitones, se los dejó llegar al mismo pecho y emocionó con valor lo que no pudo hacer con el toreo. Alargó la faena, el animal tardo en morir y se esfumó la oreja.

Que no quede en el tintero la noticia: no se picó ningún toro. Bonitos todos, eso sí, pero inválidos. Y, por lo visto, todos contentos. Sensibilidad animal se llamo eso.

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