domingo, 20 de octubre de 2019

La Macarena: una plaza a donde ya no llegan toros


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DIEGO ZAMBRANO BENAVIDES
 El 17 de febrero de 2018 fue el último día que la arena de la plaza se tiñó de marrón al mezclarse con la sangre de los toros. Su nombre cambió desde 2003, cuando fue convertida y renombrada como Centro de Espectáculos. Pero las corridas persistieron, debilitándose cada año, y hoy son nostalgia que solo revive en recortes de prensa.

Con humor, nuestros lectores apuntan sobre el lugar: “es el único centro de eventos construido en un separador”, dice uno, otro coincide y observa que es extraño ver una plaza a la que prácticamente la atraviesa una autopista.

La Macarena fue el nombre con el que la bautizaron, en honor a la Virgen morena de Sevilla (España) considerada la patrona de los taurinos. En el Decreto Municipal 1407 de 1995 fue declarada como un inmueble de valor patrimonial debido a su estilo arquitectónico mudéjar, una mezcla de hispánico con musulmán.

Ni eso la salvó de ser remodelada para instalarle un techo y adecuarle más capacidad de público. Fue durante la alcaldía de Luis Pérez Gutiérrez, que no se inmutó por lo consignado en la norma local. Si bien allí inició el declive de la fiesta brava, también fue, expresa el escritor Reinaldo Spitaletta, como si se borrara un “retazo” de la historia de Medellín.


De los circos a la plaza

Aquí vuelve el nombre de la Otrabanda, sí, esa otra orilla del río que fue urbanizándose en la década de los años 30. Porque sí, aunque suene repetido mil veces, “todo eso eran mangas”.

Spitaletta señala que antes de 1945, cuando por fin se terminó de construir una plaza de toros allí —aunque la idea inicial surgió en 1928—, las corridas se organizaban en dos lugares del Centro: primero en el Circo El Palo, y años después en el Circo España, que fue demolido antes de 1930.

Otrabanda comenzaba a recibir, precisamente en esos años, industria, comercio y viviendas. En el ‘36 arribó la Universidad Pontificia Bolivariana y sobre los planos se avizoraba el nacimiento de Laureles.

Spitaletta subraya que la crisis económica del ‘29 paralizó las obras de la plaza de toros, que inicialmente fue diseñada por el arquitecto Félix Mejía Arango, pero que al final la terminó haciendo realidad Gonzalo Restrepo Álvarez.

Más de 10 años después de construida, explica el escritor, fue que terminó rodeada por los corredores viales que marcaban el rumbo expansivo de la capital antioqueña.

Los conserjes

Entre los aficionados a la fiesta brava es de grata recordación la familia Arango Gómez. Desde 1945 fue escogida como la guardiana de la arena y por ese motivo, durante 50 años, tuvieron su hogar cerca a la capilla de la plaza, bajo el tendido nueve.

Julián Vélez Robledo, aficionado taurino, entabló amistad con Juan Gabriel Arango, conocido como “Aranguito”, hijo del conserje Carlos Gabriel. Él le contó que desde la ventana de la casa se veían los corrales donde guardaban los toros.

Incluso Aranguito se aventuró a ser torero, pero luego declinó para dedicarse a calificar reses en las ganaderías y a filmar la fiesta brava en todas las plazas del país. En 1994, el dueño mayoritario de La Macarena (Corpaúl) decidió desalojar a su familia de allí.

Algunos recuerdan las corridas con nostalgia, como el lector Renan Darío Arango, que dice sobre aquellos días: “Y fue en una noche, en una sola noche, llegó el Cordobés, y en esa sola noche... todo fue como es”.

Otros prefieren olvidar su experiencia con la tauromaquia, como William Gómez Hoyos, quien recuerda que fue invitado por un amigo y, cuando el torero picó a la res, prefirió ocultarse bajo las tablas y no volver nunca más.

Spitaletta recuerda que, en las épocas taurinas de La Macarena, un aviso luminoso de Piel Roja decoró —desde su apertura hasta los ‘90— el exterior de la plaza y fue referente en el occidente de Medellín.

Las guerras de la arena

En 1985, la plaza fue usada como escenario para llevar a cabo el festival de rock “La batalla de las bandas”, cuyo público transformó la arena en un campo de combate donde chocaron los movimientos punkeros y metaleros y terminaron apaciguados por la fuerza del agua que los bomberos usaron para dispersar la multitud.

No obstante, el año para el olvido vendría más tarde, el 16 de febrero de 1991, cuando al término de una corrida de toros estalló un Renault 9 con 200 kilos de explosivos que dejó 19 muertos y 180 heridos. La violencia del cartel de Medellín también rozó La Macarena.

Tras la cancelación de la feria taurina de 2019, la fiesta brava parece haber abandonado para siempre la arena. En su lugar, el espacio, con una criticada acústica tras su renovación, ha sido el escenario para artistas de variados géneros musicales. Gustavo Cerati, Rubén Blades, Raphael, y Vicente Fernández, son solo algunos de esos nombres que pasaron por allí.

Hasta el mismísimo Papa Francisco ofició una misa cuando visitó Medellín en septiembre de 2017.

Lo cierto es que La Macarena representa fielmente lo que ha pasado en la ciudad: una transformación de la sociedad con valores animalistas, pero también de ese pensamiento que con la excusa de la renovación ha arrasado con el patrimonio arquitectónico urbano.

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