«Mariano de la Viña llegó sin vida, no hubo tiempo ni para anestesiarle»
El doctor Val-Carreres relata «la situación cataclísmica» que se vivió en la enfermería
Zaragoza
«Luchamos contra el tiempo», aseguró a ABC el doctor Carlos Val-Carreres al recordar cómo llegó a sus manos Mariano de la Viña
tras la brutal cogida que sufrió el domingo en la plaza de toros de
Zaragoza. «La celeridad en el traslado fue primordial porque perdía
muchísima sangre, sin pulso, con la tensión al límite de la vida y hubo
que luchar contra el reloj», explica el cirujano. «No podíamos perder un
segundo en cortar el traje, había que intentar estabilizarlo, ni de
anestesiarlo. Así se intubó, y así se cogieron las primeras vías, con
una tensión que apenas llegaba a cuatro».
«Nos encontramos con unas heridas cataclísmicas,
la femoral superficial arrancada, como la ilíaca interna. El herido
seguía inconsciente y no se perdió ni un segundo. Todo el equipo trabajó
con precisión y se pudo ir avanzando en la estabilización», dice
Val-Carreres, que añadió que las cornadas eran tan graves, la hemorragia
tal, que no podían ni cambiar la posición en la mesa de operaciones.
«Al intentar darle la vuelta, la tensión, que se había
conseguido subir a nueve, se desplomaba nuevamente». Ahí aplicaron un
novedoso sistema de hemostasia abdominal para ganar algo de tiempo
mientras abordaban las arterias destrozadas. Hasta siete unidades de
plasma fueron necesarias, y con la situación ya más afianzada se decidió
el traslado a la clínica Quirón.
Allí se reconstruyó la femoral, la arteria más importante de la extremidad inferior, con un injerto de la safena,
y se «embolizaron» las ilíacas, «lo que fue otro de los aciertos». En
total más de siete horas de intervención, desde minutos antes de las
siete de la tarde, que fue cuando se produjo la terrible cogida, hasta
casi las tres de la madrugada, cuando De la Viña fue trasladado del
quirófano a la UCI de la Quirón. Sin duda, uno de los
momentos más difíciles vividos por el eminente cirujano, que recordó,
por su extrema gravedad, las cornadas de Ortega Cano y de Juan Ramos,
como otras de carácter gravísimo.
Lejano parecía en la clínica Quirón, el recuerdo de la
cornada, la consternación de los toreros, con Perera también herido, y
el aluvión de espectadores que se acercaron a la enfermería ofreciendo su sangre.
Allí la imagen de un abuelo con su nieto, que salieron aprisa del
tendido y se ofrecieron para lo que hiciera falta por salvar al torero.
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