Crónica de la Beneficencia de Madrid
Mundotoro
Tiene el toreo la magia de cambiar una vida al instante. El tercero de la tarde rompió la Beneficencia. Un toro de Daniel Ruiz que nunca debió haber pisado el ruedo venteño. Secuestrados de la tarde con protestas justificadas. Hasta le echó mano a Fernando Adrián, saliendo ileso. Esperó el madrileño hasta el sexto, de nombre ‘Secuestrador’, un toro de cortijo, para, esta vez, secuestrar él la tarde a golpe de naturales. La mano del triunfo del toreo. Ese brotar mágico del natural siempre hacia atrás. El trazo perfecto. Tarde importante en su reaparición de Sebastián Castella, mientras que la disposición de Emilio de Justo no consiguió reconciliarse con Madrid. Habrá que esperar.
Todo un ‘dije’ fue el sexto de Juan Pedro Domecq. Suelto de carnes, fino de hechuras, de lomo recto, corto de manos, con cuello. Engatillado de pitones, estrecho de sienes, con las vueltas de los pitones dando perfil y expresión. De esos toros que invitan a apostar hasta al más precavido. Tras cuidarse bajo el peto, se fue Fernando Adrián a los medios, para citar por pases cambiados con el objetivo de acercar a un público que vivió con tono frío – a pesar del calor sofocante- la tarde. Varios cambios fueron propicios, para que el madrileño desatará el el aroma del buen toreo al natural. Tres y el de pecho. Rugió por fin Madrid. Tuvo el toro de ‘Lo Álvaro‘ una categoría infinita basada en una embestida de enorme flexibilidad. De aquellas que permite reducir el muletazo en el trazo curvo. De desafiar a cualquier ley física. Tuvo la faena de Fernando Adrián la magia que da la entrega en cada muletazo. El abandono que provoca el sonido ronco de Madrid. Al natural volvió a soñar el madrileño. Siempre buscando la colocación, trayéndose la embestida detrás de la cadera, quedándose en el sitio. Por el lado diestro, el trazo fue más corto, la figura más erguida. Volvió a coger el trasteo la dimensión de triunfo cuando la muleta regresó a la zurda. En el tramo de faena, con el toro ya con menos inercia, los naturales fueron dormidos en el tramo central, antes de coger el trazo curvo. La tanda de frente puso el remate, antes de enterrar la estocada al primer intento. La petición fue rotunda y la Puerta Grande, esta vez sí, apasionada sin la presencia de la Policía. De trapío impropio para Madrid, y más para una cita del calado de una Beneficencia, fue el tercero. Un astado de escaso perfil y expresión, que para más inri tuvo nulas fuerzas. Se empeñó el presidente en no escuchar las protestas justificadas del público. Un ambiente de desconcierto que aumentó con una pelea entre los tendidos. Intentó Fernando Adrián comenzar de rodillas su faena, pero el cuatreño se quedó por abajo -sin poder desplazarse- y volteó al madrileño. Varias cornadas se dibujaron en la taleguilla. Porfío sin brillantez el diestro.Reaparecía Sebastián Castella en el mismo ruedo donde cayó herido y lo hizo con una buena faena al primero, un astado con mucho ritmo de Daniel Ruiz. Salió sin celo en los primeros compases, sin excesivo embroque, lo que provocó que arrollara al galo en un quite por saltilleras. Volvió Castella por el mismo palo, para, después, comenzar su faena en los mismos medios con varios pases cambiados. Sabedor de su calidad, el remate por abajo con una trincherilla y un pase del desdén fue una delicia. Revivió el viento fantasmas de la pasada feria. Preciso en los toques y en las alturas, el toreo sobre la diestra tuvo mucho acople. Siempre buscando una altura media y un trazo largo. Todo muy ligado como principal virtud. Al natural, el astado perdió más el celo. Un pinchazo previo a la estocada restó la posibilidad de pasear una oreja dentro de una faena que estuvo secuestrada por el orden de lidia.
El cuarto de Juan Pedro Domecq tuvo en su desorden su interés, pues manseó en las primeras tandas, sin humillar nunca. Prodigioso resultó el inicio de faena por doblones de Sebastián Castella. Largo en su metraje, excelso en su poder. Mantuvo el brío dos tandas más, pero moviéndose ya ligeramente por dentro y queriendo coger la muleta con el pitón de afuera. De esas embestidas que nunca se entregan, ni se sueltan a pesar del movimiento. Además, se fue viniendo a menos. Meritoria faena de Castella para dar orden. Una gran estocada fue clave para que el público pidiera la oreja. La vuelta al ruedo fue más justo premio.
Sigue Emilio de Justo pasando el examen silencioso del público en Madrid en búsqueda de una reconciliación. Se arrancó con prontitud el quinto, de Victoriano del Río, al caballo y lo hizo también en la muleta, pero la cosa cambiaba a partir del tercer muletazo. De esos toros que vienen, pero no se van. De los que le cuesta en la distancia corta. Se desarrolló la faena encontrando el acople entre distancia, embestida y público. Más deslucido fue el segundo. De uno en uno tuvo que trazar De Justo la faena, pues le costaba a partir del segundo. De esos toros que cuyo movimiento tapan una mansedumbre de genio. Prueba de ello fue su mirada a tablas al final del trasteo. La movilidad sin entrega también secuestra la bravura.
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