En la vibrante década de los sesenta, un momento único se capturó en la gráfica del béisbol venezolano: Luis Herrera Campins, con su característica serenidad, aguardaba ansioso su turno para batear. Junto a él, Guillermo Álvarez Bajares, influyente periodista de El Nacional, conocía bien el arte de la narración, siempre atento a desmenuzar los matices de la política y la cultura en su célebre columna “La señal de costumbre”.
El escenario era el Estadio Universitario de Caracas, un emblemático lugar donde se entrelazaban las pasiones deportivas y políticas del país, bajo la mirada atenta del presidente Rómulo Betancourt.
Año 1981. El expresidente Rómulo Betancourt y el entonces presidente Luis Herrera Campins en el Yankee Stadium, en New York. |
En ese juego, el catcher era nada menos que Álvarez Bajares, mientras que el umpire, Miguel Otero Silva, un referente del periodismo nacional, se posicionaba detrás del lanzador, creando un juego de roles donde cada figura tenía su peso y su voz.
Con un espíritu de camaradería, Rafael Caldera, quien oficiaba como Presidente de la Cámara de Diputados, lanzó la primera bola, simbolizando la unión y la cordialidad política de una época dorada en la historia de Venezuela.
Estos hombres, en diferentes roles, no solo representaban las instituciones, sino que también eran testigos de un país en construcción, donde la democracia y la cultura florecían en cada esquina.
Luis Herrera Campins, oriundo de Acarigua y conocido como el “Presidente Cultural”, dejó una huella imborrable en el ámbito cultural del país durante su mandato entre 1979 y 1984. Su legado, como abogado, periodista y político, pervive en la memoria colectiva de una nación que valora la riqueza de su historia y la diversidad de sus voces.
En esta instantánea del béisbol, se entrelazan no solo figuras políticas, sino un espíritu de unidad y el deseo de construir un país mejor, recordando que la política y la cultura son dos caras de la misma moneda.
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