domingo, 12 de octubre de 2025

​La Parada Inesperada después de un Largo Viaje, un cuento de ​Álvaro Sandia Briceño

Doctor Tulio Chiosonee 


Germán D' Jesús Cerrada 

​La memoria del doctor Tulio Chiosonee era prístina, incluso a los ochenta y ocho años. Fue durante una grata visita en su casa de La Lagunita, en Caracas, que me confió un retazo de su juventud, un cuento que aún hoy resuena con gracia y fortuna: el relato de cómo un muchacho de Rubio había logrado esquivar una noche infernal al comienzo de su carrera.

​Para entender aquella noche, hay que situarse en Lagunillas, Mérida. Allí, la única Posada que merecía tal nombre era la de Panchita Calistri, tía de Elda, la esposa de don Toto Dávila. Panchita era, además, una entrañable amiga de mi abuelo, don Hilarión Briceño.

Con el tiempo, aquel lugar se convirtió en un refugio familiar; años después, mi madre y mi tía Cristina, cuando ejercieron como maestras en Lagunillas, se hospedaron bajo el techo hospitalario de Panchita.

​Aquel año, el joven Tulio Chiosonee emprendió un viaje épico hacia Mérida para iniciar sus estudios de Derecho en la prestigiosa Universidad de los Andes. Desde su Rubio natal, debió hacer cuatro escalas, viajando a caballo y acompañado por uno de los peones de confianza de la finca.

​En cada pueblo, Tulio seguía el protocolo: él se hospedaba en lo decente, y el peón en lo modesto. Sin embargo, al llegar a Lagunillas, el imprevisto lo esperaba justo en la puerta de la célebre posada de Panchita Calistri.

​La única Posada del pueblo estaba "copada". El poderoso General Amador Uzcátegui, Presidente del Estado, se había adueñado del lugar para él y toda su comitiva. La única opción que le quedaba a Tulio era la Posada de los peones; un antro garantizado donde los chinches, niguas y garrapatas serían sus únicos compañeros de dormitorio.

​Ante la perspectiva de perder el sueño y el prestigio, Tulio se paseó por la Plaza, evaluando sus opciones.

Frente a la Casa Cural, vio un vehículo importante. Preguntó, y le informaron que pertenecía a Monseñor Acacio Chacón, Vicario General de la Arquidiócesis de Mérida.

​Armado de valor y con la audacia de la juventud, Tulio se dirigió a la Casa Cural. Cuando Monseñor Chacón salió, el joven se presentó:
​—Monseñor, necesito pedirle un favor. Yo soy de Rubio, en el Táchira. Usted me recordará. Usted, recién ordenado, fue el Párroco de Rubio, y fue muy amigo de mi familia —dijo Tulio con voz segura—. Vengo a estudiar a la Universidad de los Andes, pero no tengo dónde dormir esta noche. 

La única Posada está reservada para el Presidente del Estado.
​A Monseñor Chacón le causó enorme gracia y ternura la audacia y la conexión con sus años de juventud. 

El futuro abogado de buena familia, a punto de caer en manos de la fauna local por culpa del aparato político.

​—Despida al peón con los dos caballos, joven —le indicó Monseñor, con una sonrisa paternal—. Usted no dormirá con las niguas. Se quedará esta noche con el viejo amigo de su familia en la Casa Cural. Y mañana por la mañana —añadió, ante la incredulidad del muchacho—, lo llevaré yo mismo a Mérida por la Carretera Trasandina.

​Así, Tulio Chiosonee no solo consiguió un lecho decente, sino que completó la última etapa de su épico viaje en el vehículo oficial, acompañado por el Vicario General.

Fue una parada inesperada que no figuraba en la bitácora de su viaje, pero que selló el inicio de su vida en la Universidad de Los Andes, Mérida, con un recuerdo inolvidable de fortuna y de la caridad eclesiástica.

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