domingo, 9 de agosto de 2015

Lujosa faena de Iván Vicente al rico «Pordiosero» en Las Ventas


Nunca es tarde para volver a empezar, aunque no era un regreso como tal, porque Iván Vicente nunca se rindió. Valió la pena la espera de seis años sin pisar Las Ventas, que disfrutó y se volcó con el madrileño. Suya fue la tarde desde las verónicas, de finas maneras, a «Pordiosero», que así se llamaba el excelente ejemplar del conjunto parcheado de Gavira, con algún torete impresentable. 

Torero el prólogo de Vicente, genuflexo y a dos manos. La muleta planchada a derechas, clásico el concepto. Muy ceñido en la siguiente, con un cambio de mano para paladares exquisitos. Un lujo en pleno agosto venteño: ardía la piedra y ardían las palmas de los cinco mil que se citaron. Humillaba con nobleza y fijeza también a izquierdas, por donde brotaron naturales con encanto y un pase de pecho de aquí a la eternidad. La trincherilla resplandeció como esa luz con la que, según la pequeña Paola, brilla la estrella de Mateo, el abuelo que nos aficionó a esta pasión, bendita ayer en las yemas de Iván Vicente. Otra más para cuadrarlo, con el desdén de remate y la rúbrica de un espadazo. Oreja para el matador y ovación para un «Pordiosero» de ricas embestidas y mucha clase. 

La Monumental empujaba para auparlo por la Puerta Grande cuando asomó el cuarto, un vulgar remiendo de Carriquiri. El torero puso la firmeza y la calidad, especialmente en preciosos naturales, que no podían tener la largura y la profundidad deseadas por la condición del colorado. Terminó metido entre los pitones con el reconocimiento de la plaza, pero Vicente pinchó y se evaporó la salida a hombros. Merece sitio.

¡Cómo era el pitón zurdo!

Como lo merece Rubén Pinar, que logró imantar al vareado y huido segundo. Iba y venía con estupendo son, y el albaceteño, con la muleta presta y dispuesta, enjaretó templados derechazos. Creció la faena en la reunión al natural, con la tela a rastras. Emocionante el viaje de ambos: ¡cómo era el lado zurdo de «Sereno»! Con aplomo, jugueteó del derecho y del revés hasta marcarse unas luquinas, en las que resultó prendido de tan abandonado que estaba. No le importó: se agigantó en las bernadinas y el desplante. El acero le robó una oreja de ley. Mostró su oficio y madurez con el quinto, una mole de 605 kilos con el hierro de Carriquiri, con cortedad y complicaciones, que solo valía para carne. 

David Galván se entregó con asiento y frío valor frente al manso tercero, de aspereza geniuda, con el que alargó en exceso. Imposible brillar con el terciado y flojo sexto, que para colmo se partió un pitón... 

La mejor obra se había escrito en el primer capítulo. Iván Vicente volvía a la luz, pero no fue su resurrección: los buenos nunca mueren.

Ficha de la corrida

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