martes, 6 de octubre de 2015

LOS TOREROS TAMBIÉN LLORAN


Cada lágrima nos enseña, según Platón, una verdad. Y nada más verdad en el arte que el toreo desnudo. En cueros, como recién parido, virginal y puro, brota en momentos irrepetibles. El último en destaparse fue Paco Ureña en una serie al natural tan auténtica y quebrada que el propio torero acabó roto al cuminarla. A llorar rompió en las mismísimas Ventas... «Yo hoy me puedo morir tranquilo», declaró luego.
 
Como Diego Urdiales tras cuajar una de las faenas de la temporada en Bilbao. El riojano se sentó en el estribo de Vista Alegre, a lágrima viva, como viva había sido una obra de dos orejas a un toro de Alcurrucén. Lloró él y lloraron sus fieles.
 
Un llanto desconsolado corrió por las mejillas de Rafaelillo tras pinchar una soberbia faena a un miura, al que toreó a cámara lenta. La vuelta al ruedo fue un caudal de agua salada.
 
En el nombre del padre, José María Manzanares tampoco ha podido evitar momentos tremendamente emotivos en algunos de sus paseíllos de luto y azabache de esta temporada.
 
Los ojos de Morante se nublaron en Málaga tras regalar a la afición un edén de benditas imperfecciones, un paraíso donde no cabía más torería y donde sangraba la vida en cada muletazo.Única es la estampa en la que las emociones guardadas se desataron en la Corrida de Beneficencia de 2007 cuando recibió el abrazo del Rey Don Juan Carlos.
 
Escribió un poeta francés quedespués de la sangre lo mejor que un hombre puede dar son sus lágrimas. El joven revolucionario de la temporada, López Simón, conoce ambas. Como uno de sus espejos, Alejandro Talavante, que abrió las compuertas de su mirada hace un lustro en Olivenza, donde cuajó algunos de los naturales más inmensos que haya visto la tierra extremeña. Cambió un triunfo mayor por los tres avisos. «Con el galardón perdido ya, avanzó hasta los medios, cogió la montera, se la llevó al corazón y después ocultó tras ella sus ojos. Sin consuelo, se secaba las lágrimas en el callejón. La gente, sorprendida al contemplar su tristeza, le tributó una lujosa ovación; los fotógrafos lo inmortalizaban. Los valientes también lloran...», relatábamos en en este periódico.
                               Desgarro
 
La Monumental de Madrid fue testigo un reciente Dos de Mayo de la vuelta al ruedo entre lágrimas de Antonio Ferrera después de deslumbrar con una desgarradora faena a un manso Cortijillo, al que arrancó una oreja, que bien pudieron ser dos.
 
O el pasado año Iván Fandiño, colmado de emociones en su primera Puerta Grande. Sus ojos escondían lágrimas: «He hecho un esfuerzo para que no salgan -dijo a ABC-». En ellas se hallaba la felicidad y también el dolor «por aquellos que no están, por mi abuelo y el padre del apoderado, que vivieron los momentos más duros».
 
Más atrás, en el pasado siglo, se guarda en la retina humedecida la fantástica faena de Julio Aparicioal Alcurrucén en 1994. Asomó también el alma en cada pasaje de la genial obra de Rafael de Paulaal toro de Martínez Benavides y hubo un punto en que hasta se mareó... El torero de Jerez ha confesado en alguna ocasión que cuando mejor ha toreado es cuando la pena más le ha embargado, como si el dolor le hiciera expresarse en profundidad. Y no solo toreando, sino también en momentos como cuando hizo el paseíllo en Las Ventas en un festival homenaje con los tendidos envueltos en un mar.
 
Cuentan también (y mucho) de la emotividad deDavid Silveti en la Monumental de México. O de las primeras despedidas, tan emocionantes, de Antonio Bienvenida, Chenel, Ruiz Miguel... Para lágrimas, también, las noveles de Ángel Téllez, un alumno de la Escuela de Madrid a quien el pasado domingo el palco le negó incomprensiblemente una oreja.
 
Pero pocos llantos se recuerdan como los de Urdiales, Rafaelillo o Ureña esta temporada. Lágrimas de toreros. Lágrimas de hombres. Lágrimas para la eternidad.

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