El espectáculo se derrumba cuando la admiración por el antagonista deja de existir. Sólo se puede sentir ternura. Eso pasó anoche con Ponce, Perlaza y Castella en Cali
EL APUNTE DE JUANGUI
JUAN GUILLERMO PALACIO
Los toros pequeños –en estructura, defensas y casta– generan emociones incompletas, medianas. El espectáculo se derrumba cuando la admiración por el antagonista deja de existir. Sólo se puede sentir ternura. Apenas se puede experimentar frustración cuando dos de las máximas figuras, que reciben honorarios por gestas sobrenaturales, deben enfrentar a estas "mascotas”.
A pesar de eso, Enrique Ponce tuvo que recurrir a toda su pericia para poner en orden al primer enjuto, al que los pitones apenas le sobresalían del testuz visto de perfil. El Santa Coloma sacó su repertorio y el toro empezó a colarse por lo alto buscando agredir al valenciano. Con seguidillas de toques y muleta en la cara resolvió la pequeña dificultad y le permitió ligar dos circulares. En su segundo, un cárdeno cómodo y mejor comido le permitió hacer su tradicional sinfonía de caricias: capotazos suaves, doblones de ballet, derechazos con imán y una sinfonía de circulares estremecedores. La primera dosis de arte de la feria perdió su valor en conjunto por culpa de un espadazo que traspasó la caja y asomó su vértice. La justicia transicional colombiana como que entró en vigencia y premió el dolo con una oreja.
Perlaza fue diversos grados de voluntad: mayor en su primer torito, el más complejo, y menor en el quinto, el más potable. También la espada fue el polo a tierra. Y Castella tuvo dos facetas: la seria, la de Europa 2015, en su primer toro: serio, afirmado y mandón. Y el americano electrizante con un Gutiérrez que también parecía de la serie de televisión Tierra de Gigantes.
En síntesis, un listado de pequeñeces, no solo los toros, salió a relucir. Una oreja a una faena con espada atravesada y una orden musical tardía que solo alcanzó para tres acordes (pam pam parán) dejó ver la miopía del palco presidencial. Los largos trámites de los banderilleros para poner a gusto a los toros fue exasperante. "Ponelo aquí, ve; no, más acacito, mirá; devolvelo un tris, mijo. Dejalo así, oís”… El exceso de capote fue perjudicial para la salud. Y otro banderillero, de otra región, se desmonteró en el callejón tras haber clavado un par más caído que el peso nacional. Los caballos de picar se parquean en cualquier sitio, y cruzan la frontera de cal sin permiso. Porque nadie les dice nada. No hay un inspector que ejerza controle a los artistas, ni una junta técnica que le exija a los ganaderos las condiciones de entrega (edad, peso, defensas y trapío).
Todas las buenas intenciones administrativas de esta nueva gerencia, que son evidentes y destacables –logística más ágil, el regreso de las máximas figuras, el movimiento del torniquete, más patrocinadores y la resurección del optimismo en el ambiente– se minimizan porque se da el mismo desbalance en alturas que se ve en el ruedo: una gerencia alta y una gestión taurina tan joven y cómoda como los toros que se están lidiando. Los aficionados no son tontos. Opinan en voz baja respetuosamente. El renacer de Cali no resistirá dos temporadas más con tantas pequeñeces.
FICHA DEL FESTEJO
59ª Feria de la Cali. Quinta corrida, 29 de diciembre del 2015. Tres cuartos de asistencia. Se lidiaron toros de Ernesto González Caicedo y dos de Ernesto Gutiérrez Arango, parejos pero en su reducido tamaño, poco trapío y cortas defensas (¿cómo serían los rechazados entonces?). De juego variado: más encastados el segundo de reserva (EGA) y el cuarto (González), el resto dóciles o mansos. Se cambió el segundo por fisura del pitón.
Enrique Ponce: saludo y 1 oreja
Paco Perlaza: palmas con 1 aviso y silencio
Sebastián Castella: palmas y palmas
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