Digna tarde de la terna con toros de Moreno Silva imposibles para el toreo
ANDRÉS AMORÓSMadrid
Desastre ganadero total: una corrida de Saltillo/Moreno Silva durísima, complicada, muy peligrosa. Sería muy fácil hablar del circo romano, de toros que parecen sacados de las terribles capeas que denostaba Eugenio Noel, de morlacos propios de fines del siglo XIX o comienzos del XX... y malos. Muchas tardes me quejo de los toros flojos, descastados, bobalicones, sin emoción. Ése es el pan nuestro de cada día, por desgracia, pero tampoco queremos irnos al extremo opuesto, con dos toros, tercero y cuarto, prácticamente ilidiables. Aunque Alberto Aguilar ha escuchado dos avisos y Venegas ha visto volver al corral al tercero, los tres diestros han estado dignos. (No se puede decir lo mismo de algunos picadores). Y el banderillero David Adalid ha puesto al público de pie, con su gallardía.
Retrocedamos un poco: el nombre mítico Saltillo designa a uno de los encastes originarios, la raíz de tantas ganaderías españolas y mexicanas. Los de esta tarde son de la formada, hace sólo tres años, por Joaquín Moreno Silva, que lidió aquí, el pasado 13 de septiembre, una gran corrida, en la que cortaron trofeos dos de estos matadores, Sánchez Vara y Venegas: se ganó el verse anunciado en San Isidro. ¿Por qué ha habido un cambio tan rotundo en el juego de los toros? La verdad, no lo sé. Se fijan algunos en el doble nombre con que se anuncia, Saltillo y Moreno de Silva: ¿obedece eso a una doble rama? Lo ignoro. En todo caso, le espera una dura tarea para remontar esto.
Detallemos un poco. El alcarreño Sánchez Vara celebró el año pasado sus quince años de alternativa matando con éxito nada menos que seis toros de Palha, conoce bien el oficio. Al primero le pican muy mal, cerrándole en tablas (la mala lidia empeora el comportamiento de varios de estos toros pero no es su única causa). Embiste sin fijeza, dormido, con la cara a media altura, se desentiende. El diestro está correcto y logra ligar algún derechazo templado. El cuarto frena y busca de salida, persigue a todos, no tiene ni una embestida. No consiguen picarlo y se le condena a banderillas negras (algo que no sucedía en esta Plaza desde hace casi diez años); se la juega Raúl Ramírez, para colocárselas. Única pega a Sánchez Vara: debía haber comenzado ya con la espada de verdad. Sortea las embestidas y lo caza con habilidad. En su larga carrera, pocas veces habrá toreado un toro semejante.
Vuelve a esta Plaza Alberto Aguilar, dos días después de cortar una oreja a un bravísimo toro de Baltasar Ibán. En el segundo, otra desastrosa suerte de varas levanta la justa bronca. Este toro embiste con cierta clase, aunque no repite, y Alberto logra algunos buenos naturales (por la derecha, no se deja dar ni un muletazo). Pincha y recibe el segundo aviso cuando el toro dobla. El quinto persigue en banderillas, pega arreones. El diestro se pelea con él, mostrando oficio, valor y habilidad: hemos vuelto a la época de Vicente Pastor.
Al jiennense José Carlos Venegas le toca el tercero, una «prenda», que se queda sin picar, embiste como un huracán. Con inteligencia, aprovecha los viajes por la izquierda –el lado potable– pero no logra matarlo. El último no es tan malo pero prueba, derrota, vuelve rápido. Todavía le saca algunos muletazos con notable estilo.
La mejor noticia –la única buena–: los tres diestros han salido de la Plaza por su pie.
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