domingo, 4 de marzo de 2018

Los algodonales de Ponce bajo una lluvia de orejas

FERIA DE OLIVENZA

El maestro de Chiva se inventa, a base de temple, dos toros de la nada y sale a hombros con Ferrera y Roca Rey tras repartirse ocho trofeos. La corrida de Victoriano del Río se prestó sin excelencias.

Lento natural de Enrique Ponce al toro de Victoriano del Río ALFONSO PLANO


Amaneció un día resplandeciente en Olivenza después de que jarrease toda la noche el pantano entero de La Serena. Sol primaveral y viento ausente. Las condiciones ideales añoradas toda le feria. Santo público. Antonio Ferrera afrontaba la mañana con la vista clavada en la tarde. Jornada intensa de doblete con la sustitución vespertina de El Juli.

Enrique Ponce abrió fuego con un toro alto de agujas, zancudo y levantado del piso. Amplias las verónicas hasta el platillo. Portentosa la brega de Mariano de la Viña. Prometedora la embestida. Más la intención que lo realmente que fue. De colocar la cara más que de mantenerla abajo hasta el final. Por morfología y fondo. Como se vio en los tres lentos derechazos de Ponce tras los doblones de apertura: el de Victoriano del Río aflojó de pronto. Puso más obediencia que viaje. EP, en las medias alturas y entre las rayas, leyó su tenue empleo con inmaculada estética. La estocada arriba entregó la oreja.

Más movilidad que el anterior, y más movilidad que otra cosa, desarrolló el primer y lustroso toro de Ferrera. Lo entendió a su velocidad sobre la mano derecha, muy tapada su limitada humillación. Tiempo entre las tres series de redondos y otro tempo en su izquierda. Una tanda como cenit. De los naturales y de la inteligente faena. De final ligado a ultranza en un adoquín para compensar la diversidad de terrenos pisados. Las dos orejas se antojaron excesivas a todas luces.

La clase tampoco apareció en el negro y abrochado tercero. Fijeza e intermitencia en su entrega. Roca Rey planteó su extensa faena en las afueras. La firmeza igualó las desigualdades de la embestida y la suya propia. Condicionada por el comportamiento animal. Cuanto más enganchado en la muleta, mejor respuesta. El prólogo por cambiados y el epílogo por circulares invertidos, a puro huevo el arrimón, allanaron los dientes de sierra. Tanto como el sopapo con la espada. Hasta el trofeo.

Poco toro y poca fuerza encarnaba el cuarto. Enrique Ponce emprendió una mimosa labor de enfermería. Entre algodonales, pausas y oxígeno, Ponce halló la veta de la sostenibilidad y la vena de la calidad. No volvió a perder una mano el torillo en sus manos. Ni en las poncinas a pulso. Sólo volvió a rodar por el espadazo desprendido. Cayeron también las orejas, las dos, en esta mañana espléndida en la que únicamente llovían pañuelos.

Como si se dosificase para la tarde, Antonio Ferrera repitió ausencia rehiletera. El apretado quinto sacó nobleza a espuertas aunque a veces, más al principio, soltara su abierta cara. Ferrera toreó templadamente, encajado sobre su serena derecha como base. La efectividad rinconera de la espada acarreó el séptimo trofeo.

Con el capote a la espalda, centró Roca Rey a la gente y al bondadoso sexto en un quite por gaoneras. Como en el arranque de faena de rodillas, péndulo incluido. Dijo el decreciente toro poco. Y el peruano tampoco mucho. Aun así Olivenza lo premió. Sumaron ocho las orejas. Más que recuerdos.

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