Talavante sorprende al comunicar que se retira por tiempo indefinido

Juan José Padilla - Fotos: Fabián Simón
Zaragoza
Poco antes del comienzo, se desata la tormenta: rayos, truenos, agua a manta; dentro de la Plaza, otro diluvio de cariño, para despedir a Padilla. ( Sin la cubierta, se hubiera suspendido la corrida). Cuando asoma, vestido de blanco y oro, con el pañuelo negro en la cabeza, las recias voces de los maños forman un auténtico huracán.
Todos los focos de la tarde se centran en Juan José Padilla, que se despide definitivamente de los ruedos españoles. (Todavía toreará algunas tardes en Hispanoamérica). El lugar elegido es el más oportuno: hace siete años, en este mismo coso, Padilla sufrió un gravísimo percance, que puso en peligro su vida y le hizo perder la visión de un ojo. Con una entereza fuera de lo común, volvió a torear y, en contra de todos los pronósticos, alcanzó nuevas metas: encabezar el escalafón de los matadores, abrir la Puerta del Príncipe. El pueblo español, que no siempre se equivoca (aunque el resultado de algunas elecciones así parezca indicarlo), lo reconoció como un ídolo: su ejemplo da ánimos a todos los que nos quejamos por cualquier contrariedad, física o de ánimo. Es un ejemplo vivo de lo que puede la voluntad, el esfuerzo, el coraje, el no rendirse ante las dificultades… Por eso, el sano pueblo aragonés lo despide como un héroe. Como lo que es, ni más ni menos.


En el último, que brinda a su hermano y apoderado, comienza con cambiados por alto, logra suaves muletazos, en un trasteo brillante, pero se atranca con el descabello.

Recibe al de la despedida, «Tortolito», colorado, de 535 kilos, con larga de rodillas y verónicas; gallea, quita por faroles y serpentina. Banderillea trasero. Largo brindis a sus dos hijos. Seis muletazos de rodillas prenden la mecha; liga muletazos por los dos lados, circulares, rodillazos y el desplante que todos esperaban, metido entre los pitones. En el mismo platillo, logra un estoconazo, mientras suena un inoportuno aviso y otro, peor todavía, en el instante en que rueda: ¡qué falta de sentido común! El clamor popular exige las dos orejas, que pasea, envuelto en la bandera nacional: ¡la locura!
Se va de los ruedos Juan José Padilla entre el cariño de todos, que lo aclaman. He visto cómo acudía a dar gracias, como un aragonés más, y a pedir ayuda y protección a la Virgen del Pilar . Que ella le guíe en su nueva vida. Se lo tiene bien merecido.
Una tarde más, mi amigo jotero me pasa la letra de una nueva jota: «La Virgen del Pilar dice/ que no quiere ser francesa/ para aplaudir a Padilla/ en su triunfal despedida/ de la tierra aragonesa,/ porque este público noble,/ grande, fiero, leal, sin saña,/ representa, en esta tarde,/ lo que siente toda España».
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