"...En ese profundo respeto que profesa al toro, al que nunca le..."
Juan Antonio de Labra
Detrás de la aparente fragilidad de Paco Ureña
se esconde un carácter de acero. Una voluntad capaz de superar una
tragedia que ha transformado al torero en un artista más expresivo; en
un hombre que hoy disfruta, más que nunca, su regreso a los ruedos tras
haber perdido la vista del ojo derecho.
Su
temporada 2019 ha estado plagada de sentimiento, abandono, desgarro... Y
los triunfos puntuales de Madrid y Bilbao, además de otras tardes de
gloria en distintas plazas, han consolidado una forma de sentir que no
deja indiferente a nadie, pues provoca adhesión y no deja indiferente a
nadie.
Aquella relativa torpeza de
procedimientos, aunada a una extraña sensación de impotencia, han
quedado en el olvido. Y es lógico que así haya sido conforme
transcurrieron los años, y la madurez taurina tocó a su puerta para
acallar a los inconformes, a los que le escamoteaban sus méritos.
Sin
dejar de lado esa improvisación tan propia de su estilo, o la falta de
consistencia técnica de algunas de sus faenas, su tauromaquia se ha
decantado por una acentuada heterodoxia que raya en lo sublime, sobre
todo ahora en que abundan los toreros adocenados, impuros o ventajosos,
que pegan muchos pases y dicen poco.
En ese "paso adelante" que refería el maestro Pepe Alameda
en una de sus frases más elocuentes, reside la grandeza del toreo
entendido como una actividad del espíritu; un acto de tremenda raigambre
humanista que pone de relieve lo mejor de cada torero: "Un paso
adelante y puede morir el hombre; un paso atrás y puede morir el arte".
En el caso de Paco Ureña,
el compromiso con su vocación es total y va más allá de cualquier
concesión personal. En los meses de convalecencia tras el grave percance
de Albacete tuvo ocasión de probar la hiel; de navegar en la
incertidumbre. Y es ahí donde ha nutrido su renovada vuelta a los
ruedos, a los que ha vuelto sin ningún resentimiento hacia el toro, y
con la seguridad de saberse afortunado al tener una nueva oportunidad
para seguir toreando, que es su mejor manera de sentirse vivo.
En
ese profundo respeto que profesa al toro, al que nunca le quiere
fallar, está la esencia de un concepto que ya hace algunos años Jesús Solórzano definió como "La ética, la estética y la patética del toreo", frase que describe perfectamente la tauromaquia de Ureña, que
entronca con absoluta naturalidad en ese hilo conductor de los toreros
que conmueven los sentimientos más hondos en el aficionado.
Ahora Paco
sabe que todo lo que venga es ganancia, y aprovechando su proverbial
suerte en los sorteos, afronta cada compromiso como una oportunidad
dorada para reafirmar su condición de artista patético, el que bulle
dentro de una existencia tocada de sufrimiento y magia, equilibrio
perfecto que provocar esa misma pasión que emana de su toreo, con el
toro como cómplice, que avanza siempre a su vera como un gran aliado.
Concentrado en San Constantino
Si el día tuviera más horas, Paco
también las destinaría a lo mismo: a pensar en el toro; a estudiar su
mirada, a interiorizar su conducta, a tratar de descifrar el misterio
que se encierra en una embestida.
Y en días pasados se concentró en la ganadería jalisciense de San Constantino, de su amigo Juan Pablo Corona,
adonde llegó procedente de Lima para continuar con esa vida ascética,
alejada de todo, que es la que permite a los artistas buscarse
continuamente a sí mismos.
Del ejercicio matutino diario, a las sesiones dobles de toreo de salón, ante la atenta mirada de Curro Vivas, su amigo, banderillero de su cuadrilla y confidente, Paco
mata las horas pensando en torero, o ¿acaso hay una manera distinta de
“matarlas”? Él sabe que no, y por tanto ni se lo pregunta. En cambio,
mantiene esa ilusión a tope de que llegue ese toro que le permita
expresar lo que siente. Así, una tarde tras otra.
En la magnífica galería de imágenes captada por Óskar Ruizesparza en la tranquilidad del campo, Paco
muestra esa faceta de sencillez que siempre lo acompaña, tocada por un
dejo de timidez y retraimiento del hombre que es consciente de su lugar
en el mundo.
Y así como el disfruta la lejanía,
el silencio, y la serenidad de esta finca jalisciense donde se siente
en casa, así mismo resaltan cada uno de esos momentos captados por el
objetivo indiscreto y revelador del estado de ánimo de un torero antes
de una corrida de tanto compromiso, como es la del próximo domingo en la
Plaza México, donde la sensible afición capitalina seguramente tendrá
un grato reencuentro con un torero que evoca a esos grandes artistas
heterodoxos de otro tiempo.
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