Un dirigente estudiantil toma la tribuna improvisada sobre el techo de un bus azul y blanco. En las protestas, la "Universidad Rodante" se convertía en el punto focal y el símbolo visible de la lucha por la reivindicación.
Texto y fotos: Germán D' Jesús Cerrada
La década de los setenta no fue solo una época; fue un estado de ánimo. Para Mérida, fue la era en que la Universidad de Los Andes (ULA) se consolidó como el motor vital de la urbe.
La presencia estudiantil era una fuerza contagiosa que trascendía los límites de los claustros, impregnando cada rincón de la ciudad con alegría, bullicio y una actividad económica incesante.
Una marea humana de estudiantes desciende por una calle angosta de Mérida. Los buses de la ULA al fondo confirman que la movilización estudiantil era una fuerza organizada que ocupaba y dominaba el espacio urbano.
Las residencias estudiantiles se esparcían a lo largo y ancho de Mérida, convirtiendo cada sector en un apéndice del campus.
En cualquier momento y lugar, desde las fuentes de soda, restaurantes, y cafetines, la juventud era protagonista. La ciudad se movía económicamente gracias a este torrente humano.
Estudiantes, con su distintiva moda de los setenta, interactúan en una concurrida zona comercial de Mérida. Su presencia era constante en todos los espacios, reflejando el impacto cultural de la ULA.
El ambiente se intensificaba con el fin de semana. Las celebraciones estudiantiles eran cotidianas y la presencia de la juventud era ineludible en los sitios nocturnos. Mérida era un crisol; recibía a estudiantes de todo el país, forjando un profundo sentido de hermandad regional, patente en organizaciones como la Asociación de Estudiantes Tachirenses y la Asociación de Estudiantes Trujillanos, que encontraban en la ULA no solo una academia, sino un segundo hogar.
El cierre de un ciclo académico era un acto social que involucraba a toda la ciudad. El examen final de la última materia, o el acto de grado, estremecía a Mérida con sus ruidosas caravanas y celebraciones que se prolongaban por días.
La pasión se extendía al deporte: la presencia estudiantil era notoria en los encuentros de fútbol profesional, especialmente en el clásico local entre las oncenas Estudiantes de Mérida vs. ULA FC. En el emblemático estadio "Guillermo Soto Rosa", el bullicio y la alegría de los estudiantes, cada uno apoyando a su equipo, jugaba un papel tan importante como el partido mismo.
Estudiantes esperan o abordan el bus de la ULA (unidad 97), cuya cartelera indica "RESIDENCIA". Este servicio era fundamental, conectando las residencias y los añorados comedores con los distintos núcleos académicos.
Durante las ferias, el ambiente se desbordaba; los templetes, la manga de coleo, los desfiles y los tendidos de la Plaza de Toros se llenaban de la vitalidad estudiantil.
Pero el estudiante de la ULA era, sobre todo, un actor social con conciencia. Tenía presencia en cualquier manifestación por una reivindicación, ya fuera de la universidad o de la ciudad. La solidaridad era su estandarte: no se permitía que un compañero estuviera preso por algo injusto. Las protestas no cesaban hasta que el compañero estuviera libre.
La euforia estudiantil se apodera de la ciudad. La caravana de grado pasa frente a la Plaza Bolívar de Mérida, con el histórico edificio de la Gobernación del Estado al fondo, mientras los vecinos observan el paso festivo de la juventud ulista.
En verdad, era una ciudad totalmente diferente. Desde cualquier punto que se mire —económica y socialmente—, toda la colectividad se beneficiaba con la presencia estudiantil universitaria.
El hilo conductor de todo este movimiento era el servicio de transporte universitario. Más de treinta buses emblemáticos, de color blanco y azul, tejían una red de rutas que no solo transportaban estudiantes, sino que llevaban la alegría de la ciudad y el futuro del país.
Una celebración en un local nocturno de Mérida, donde la presencia universitaria era notoria. La alegría y el bullicio de los estudiantes impulsaban la vida social y económica de la ciudad.
"Los buses eran la universidad rodante por la ciudad". Recorrían a diario calles y avenidas repletos, y su función trascendía lo logístico. Eran utilizados para actividades deportivas, sociales y, especialmente, no faltaban en las manifestaciones. Se convertían en el estandarte móvil de cualquier protesta, símbolo visible del poder de convocatoria de la ULA.
Estudiantes celebran en vehículos de la época, en una caravana por la graduación. La euforia estudiantil era un evento social que contagiaba a toda la ciudad de Mérida.
La universidad, por su parte, ofrecía un robusto ecosistema al servicio de sus estudiantes: bibliotecas, espacios deportivos, residencias y los añorados comedores universitarios, cuna de incontables debates y sueños.
Primer plano de una multitud de estudiantes que representan el crisol nacional. Detrás, dos autobuses de la ULA, cuyas carteleras indican las rutas, confirman el compromiso de los jóvenes con la academia y la vida social.
Esta Mérida de los setenta, alimentada por el bullicio de sus estudiantes y el constante ir y venir de sus buses, fue una era dorada que muchos recuerdan hoy con profunda nostalgia. Una época donde la academia y la ciudad eran, indiscutiblemente, una sola entidad.
Estas unidades eran la columna vertebral de la "Universidad Rodante", llevando diariamente a miles de estudiantes a través de las calles de Mérida.
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