Esperemos con ansias cada oportunidad que se conceda para volver a ver torear a este venezolano
  
Jorge F. Hernández
De vez en cuando, quien quiere ser asume cada instancia y todo 
instante del día con una convicción que revela que ya se es. Así, en la 
oficina donde un amanuense anónimo asume escribir un informe burocrático
 como si fuese el mejor texto jamás escrito, y así también la mujer que 
camina entre la multitud a las afueras de una plaza de toros sabiendo 
perfectamente que, por hoy, es la mujer más hermosa del mundo. Con seis 
novillos de El Montecillo —cuatro de ellos, salpicados, botineros y 
calceteros— vimos a Pablo Aguado de verde pino y oro, con una media 
verónica inolvidable, un quite espléndido por guadalupanas (que aquí no 
saben más que llamarlas galleos) y no pocos muletazos de gran calidad, 
amén de jugarse el físico en la faena a su segundo; vimos también a 
Rafael Serna, vestido de un fucsia que en Anáhuac llaman rosa mexicano y
 que casi clona el color del percal de los capotes, aunque sin suerte y 
sin posibilidades de triunfo. Hablemos entonces del primer espada.
Se llama Jesús Enrique Colombo y es de Venezuela. Llamémosle Colombo a
 secas y esperemos con ansias cada oportunidad que se conceda para 
volver a verlo torear. Este hombre vestido de grana y oro tiene la pinta
 de torero aunque se vista de chándal, y desde que se desmonteró por ser
 su presentación en Madrid, hizo el paseíllo como quien ya sabe 
perfectamente lo que es y lo que está destinado a ser: cada verónica que
 instrumentó a sus dos toros, incluso algunas con rodilla en tierra, y 
ese remate de soltar una punta del capote en un desdén que parecía de la
 firma con la mano derecha confirma que Colombo se sabe torero y lo vive
 en cada paso con los que cubre los tres tercios.
Es notable que este joven venezolano realiza el tercio de banderillas
 cuadrando en la cara, izando los palos encunado en el testuz, incluso 
salvando que los palos queden disparejos, y es de nota subrayar que fue 
ovacionado a pesar de que un par al quiebro quedó en una sola banderilla
 sobre el lomo. Con la muleta dibujo magníficas tandas de derechazos y 
por lo menos una tanda de arriesgados naturales que culminaron en un 
eléctrico adorno por bernardinas para luego refrendar lo que ya había 
demostrado con su primer novillo: Colombo sabe poner el punto final con 
la espada como quien quiere ser lo que ya es, siendo lo que ya promete.