Faena cara de Perera en la corrida de nueve euros
El extremeño corta una oreja, al igual que Rafaelillo, con un deslucido encierro en Murcia
Miguel Ángel Perera nos trasladó a otras artes en la arena de La Condomina.
Se vistió de pintor, de retratista de la batalla por el mando y el
poder. El extremeño cambió la muleta por un pincel y sobre el lienzo de
«Madanito» —el único que sirvió, curiosamente con el hierro de Benjumea–
dibujó muletazos sin enmendarse ni un milímetro. Exprimió hasta la
última gota de un toro, picado en toriles, que fue bueno en sus manos
desde que se ciñó por Chicuelo. Ofreció distancia a derechas, templó,
alargó la embestida hasta el más allá e improvisó un cambio de mano con
la cintura quebrada. Cuando tomó la senda zurda, «Madanito» le dio un
aviso. No se amilanó el matador, cada vez más agigantado y con más
aplomo. ¡Apabullante su seguridad! Acabó metido entre los pitones, dueño absoluto de tal territorio.
Allí
ruló el toro en torno a su figura, a su antojo, como el que conduce con
sus muñecas una ruleta rusa. Maciza faena, solo empañada por un
pinchazo, lo que redujo el premio a una sola oreja. Su rotundidad
merecía las dos. Quería atrapar la puerta grande, pero la porquería de
sexto –sin clase y deslucido, tónica del conjunto de Salvador Domecq-
imposibilitó el triunfo. Porque ¡vaya corridita! Menos mal que los jóvenes menores de 30 años solo habían desembolsado nueve euros con la oferta que de toreros
y empresa para promocionar la Fiesta. Claro que, al margen del faenón
de Perera, un chaval va a los toros y se topa con estos especímenes con
cuernos y no vuelve ni con la entrada regalada.
El sino de Rafaelillo
es la guerra. Hasta anunciándose con Domecq le tocó una prenda...
Después de no puntuar con un potable «Telonero» —en el que intercaló
pases de mayor abandono con otros más intensos—, salió a
revientacalderas en el cuarto: portagayola de susto y tres largas
cambiadas. Brusco y rebrincado este «Embajador», que embestía geniudo.
Pedía distancia y poderío, pues protestaba con peligro. Fácil no era, y
Rafael Rubio, a su manera, lo intentó por ambos pitones en una labor que
encogió más de un corazón. Se llevó algún avieso recado, pero el valeroso diestro se atrevió con molinetes de rodillas y sus paisanos le recompensaron con una oreja.
Tampoco Castella
contó con un lote propicio. No estaba para mucha algarabía «Dañino», al
que trazó un prólogo por bajo con mucho temple y con un rítmico cambio
de mano. Limpieza también en la primera ronda erguido. «¡Música,
gandules!», pidió el público a la banda, que se hacía de rogar. El
francés prendió entonces la izquierda, con un toque suave y no con esas
tosquedades de la realidad diaria. Se aproximó cada vez más para echarle
sal al desaborío castaño. Imposible elevar pasiones. Menos aún con el quinto, sin clase y sin fuerzas. Una birria de toro que no valía más de nueve euros.
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