De los atuendos de cuero y ante, a la introducción de bordados y alamares. Los destellos del vestido de luces han variado a lo largo de los siglos
Siglos atrás han quedado aquellos trajes de torear hechos de cuero o ante, más resistentes a las cornadas. El vestido de luces ha experimentado una importante evolución hasta llegar al «chispeante» de hoy.
Fue Joaquín Rodríguez «Costillares» el primero en pedir, en 1793, a la Maestranza de Sevilla que los diestros de a pie usaran galones de plata, privilegio del que ya gozaban los picadores, antiguamente con más rango que los lidiadores. Así lo subraya el escritor Paco Delgado en su obra «Los colores del toreo» (Bellaterra), prologada por François Zumbiehl y con imágenes de Juan Pelegrín.
La regeneración del traje torero avanzó posteriormente con Francisco Montes «Paquiro»,
nacido en 1805. «En el primer tercio del siglo XIX, según recoge
Antonio Velasco, cronista de la villa de Madrid, el indumento de los
toreros era análogo al de la manolería:
"Chupetín y calzón corto, camisa blanca adornada con lujosa chorrera;
capa o capote con mangas, faja de seda, zapatos con hebilla de plata,
redecilla cubriendo la cabeza y sombrero de los llamados de medio
queso"», cuenta Degado en este fabulo libro, libro, regado de anécdotas y
curiosidades.
La llegada de los alamares
Paquiro aportó lujo al terno: «Introdujo el uso de las borlas o machos,
alamares y lentejuelas para regarcar un vestido de torear que cada vez
se va haciendo más complicado en su composición y adorno, olvidándose ya
definitivamente el uso de ropa corriente para intervenir en una función
de toros». Además, acortó la chaquetilla, con oberturas en la axila para moverse mejor, y ensalzó las hombreras. Usó el raso como fondo de chaquetilla y se enriquecieron los bordados, además de incorporarse los alamares. «La taleguilla se ceñía
perfectamente a la pierna y, sobrepuestas, llevaba amplias bolas
bordadas, y se sujetaba a la pantorrilla con unos cordones que acababan
rematados en unas borlas».
El elemento imprescindible de la indumentaria: la montera, «toque de distinción que tuvo como origen el deseo de lidiadores plebeyos de emular a nobles y caballeros que alanceaban toros y que se cubrían y protegían con cascos». La montera está hecha de terciopelo o felpa de color negro.
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