domingo, 6 de julio de 2014

Esta no es plaza para chuflas

240 HORAS EN PAMPLONA


NOELIA JIMÉNEZ, Pamplona
35 años en el cuerpo y ni un sanfermín que echarme a la libreta que me agenció Mariano Pascal. Esto se tenía que acabar. Así que he cogido el petate y me he echado al coche (blanco, claro) para vivir el primer 7 de julio de lujuria (taurina) y desenfreno. Y aquí me tienen, con el ole presto y dispuesta a contarles cómo se ve la fiesta por antonomasia desde los ojos de una neófita.





Lo siento, pero en lo primero que me fijo cuando llego a una ciudad es en los escaparates. Yo es que nací para Pretty Woman y ni soy pretty ni tengo Richard Gere que me financie. Claro que tampoco nadie pagaría por mi compañía, pero eso es otro cantar. El caso es que los escaparates de Pamplona son un derroche de ingenio en blanco y rojo. Desde encierros con bobinas de hilo hasta mosaicos de pildoritas en los colores de rigor, pasando por galletas con forma de toro y hasta colecciones exclusivas, como la de Santa Marta (que apuesta por el toreo y en unos días sabrán cómo).

Esta pasión por la fiesta sanferminera, con el toro como centro y tótem devocional, tiene su inmediato reflejo en la infancia: es pasar por los Corrales del Gas y hacer una carrera de obstáculos con carritos de bebé, niños que no levantan tres palmos del suelo y otros chavales, más mayorcitos, que se agolpan frente a cada ventanuco para ver los toros (y/o sus cuernos). Por cierto: la entrada (para adultos) cuesta 3 euros. Y aquello está a reventar. Y hay cola en la puerta. Lo digo por los que piensan (y dicen) que la gente no quiere toros ni aunque los regalen.

48 horas antes del chupinazo en San Fermín ya no hay un metro de calle con cable por tirar: toda la ciudad es un circuito cerrado de televisión, una especie de plató al aire libre, donde miles de cámaras captan cada metro, cada rostro, cada movimiento, para que miles de millones de personas sientan algo lo más parecido posible a la pasión que se palpa en el ambiente.

La plaza de toros es el centro de operaciones de varias cadenas, entre ellas Televisión Española, que despliega media plantilla para contarle al mundo lo que pasa en Iruña durante estos diez días de éxtasis. En la Plaza del Castillo busca historias Patricia Pereira, que, como servidora, debuta en Pamplona. En Mercaderes con Estafeta, Ángela Alcover repasa el ingente tráfico de pamploneses y visitantes que, dos días antes del gran día, van calentando motores y páncreas con litros de alcohol en la mano. La más metida en el papel es Emilia Arias, de laSexta, espectacular en su vestido rojo, marcando el paso en la plaza del Ayuntamiento mientras cuenta en el informativo de mediodía cómo se están viviendo las horas previas al chupinazo.

Para entonces Borja Jiménez, Francisco José Espada y Posada de Maravillas ya andan rumiando nervios (y miedo) en sus hoteles. El toro de Pamplona impone y la plaza tiene un sonido especial. "Algo parecido a la marabunta", me advierte Tati, el mayor de los Posada, que lleva Iruña en las venas: aquí salió a hombros de novillero, aquí tomó la alternativa hace ocho años ("¡cómo pasa el tiempo!", resopla, haciéndose el viejo) y ahora espera ver triunfar aquí a su hermano (horas más tarde su propia espada le hará pasar a la enfermería, pero, claro está, eso a mediodía no se sabe).

"Esta plaza respeta -continúa el torero-. El toro hace pasar miedo, que es como tiene que ser, y el torero cobra bien, que también es lo que tiene que ser. Porque aquí nadie viene a hacer negocio". Amén.

Esta no es plaza para chuflas. Aquí hasta el reconocimiento de los caballos tiene seriedad. Y todas las cuadrillas están identificadas por la Policía Foral con sus fotografías correspondientes. Para que en el callejón no se cuele ni Dios (bueno, igual Dios sí, que en Pamplona son palabras mayores).

Y luego la gente: aquí más de tres cuartos de entrada en la novillada se considera "flojo", en palabras de Óscar Erviti, mi anfitrión pamplonés. Óscar es un corredor de encierros de padre y muy señor mío. También ha sido pastor. Corre en Mercaderes con Estafeta, un tramo no apto para justitos de corazón. El suyo, por muchos motivos, es inmenso. Pero de eso ya hablaré mañana.

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