Dolores... de cabeza
Un encierro sin cualidades deja en aburrida una tarde esperada
Tres toreros con necesidades, unos más
conscientes que otros, unos buscando cosas distintas de los otros, pero
en Pamplona, a plaza llena y a billete grande con intención de que dure
muchos años. Y tan cierto es que en la capital navarra repite el que
triunfa como que tres toreros salieron de su coso con seis silencios y
dos horas, incapaces por distintas causas de hacer que atendiese el sol a
cuanto sucedía en el ruedo. No ayudó mucho un encierro sin virtudes. O con muy pocas.
Y cuando aparecieron no conjugaron con percales y franelas. O no
siempre lo hicieron. Hasta en eso existen las puntualizaciones.
Le dolerá la cabeza a Paulita
después de haber salido en silencio de una plaza en la que debutaba
después de doce años de alternativa, mil tracas a las espaldas y un
momento encontrado de buscar el toreo por encima del triunfo fácil. Le
dolerá porque fue casi imposible encontrarle al tercero la ligazón entre
su feble asiento. Le pegó tres lapas y media con el percal para dejar su sello, cuando aún se mantenía en pie el animal con más clase.
Dejó luego naturales de alta estima entre cuidados y mimos para
sentirse en lugar de mentirse. Y salió con la cabeza alta, pero con dos
silencios. El que ve después de mirar sabe que en la búsqueda se dejó el
alma. Lo que no hubiera sido de inteligentes es darle al desclasado
sexto ni medio minuto más. Todo estaba ya hecho. Y hecho con
personalidad. Aunque no hubiera goles que presentar en los despachos. De
ahí su dolor de cabeza.
Algo más le dolerá a Francisco Marco,
que en su primer paseíllo de la temporada tuvo entre las telas al toro
del que se acordarán todos cuando la vorágine termine, el que fue menos
malo que el resto y, por tanto, el que más daño hace cuando coge sin
rodaje. Fue todo entrega a la humillación acusada; todo coraje a la
ligera movilidad que demandaba calma; todo corazón para no dejarse en el
esportón nada de lo que tenía hoy para ofrecerle. Y se lo dio
todo, pero el ritmo para templar, el sitio para convencer y el pulso
para imponer suelen darlo los festejos cuando uno torea a menudo,
y de eso no había mucho en el fundón del torero. Dolor de cabeza tiene
por la bala mal disparada, que no por el atolondrado quinto que se dejó
entre los trotes la desclasada condición.
Condición tiene mucha para torear un Uceda Leal que no se acopló a la tarde, ni al toro, ni a su propio concepto de plasticidad y empaque. Le faltó confianza a Ignacio para hacer su toreo,
que necesita del abandono para que llegue al tendido. Confianza para
tragar -aunque sepas que no hay recompensa-, para imponerse y hasta para
matar a los dos toros con algo más de decoro cuando te tiene el taurino
-con razón- por gran estoqueador. No tuvo el lote de su vida en
Pamplona, es verdad, pero tiene más que ver con la actitud que con los bichos el dolor de cabeza que tendrá ahora Ignacio.
Dolor de cabeza levantó el encierro en
las casas de los necesitados y en las de los televidentes, porque es
aburrido el espectáculo cuando de espectáculo tiene lo justo. Y por faltarle, le faltó hasta la emoción a un encierro inservible, que no cabrón.
Por eso el dolor de cabeza que más preocupa es el del fanático de la
casta que no le llama aburrido a lo de hoy, porque no se defenderá bien
un concepto ni una idea si a lo malo se le buscan eufemismos. Ya vendrán
tardes mejores.
Plaza de toros de Pamplona. Cuarta de la Feria del Toro. Seis toros de Dolores Aguirre,
bien presentados y en tipo, con seriedad y presencia. De escasa clase y
viaje corto el primero; manejable y humillado el segundo; de cierta
calidad sin fuerza ni espíritu el tercero; desentendido y manso el
cuarto; de atolondrada movilidad el quinto; desclasado y malo el amplio
sexto.
José Ignacio Uceda Leal (marino y oro): silencio y pitos.
Francisco Marco (verde oliva y oro): silencio y silencio.
Antonio Gaspar "Paulita" (grana y oro): silencio y silencio.
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