lunes, 11 de abril de 2016

FERIA DE ABRIL: Buenos momentos de David Mora

El matador de Borox pincha una templada faena al mejor toro de una muy descarada y dispareja gayumbada del ganadero albaceteño Daniel Ruiz; Daniel Luque saludó desde el tercio por su valiente esfuerzo con el sexto.


 

Presentó José Luis Benlloch a mediodía Los paraísos del toro. Un libro ilustrado del campo bravo. O para ilustrarse con su lectura. Pero en Sevilla no no se encontraba el paraíso. Ni para el toro ni para el toreo. La primavera se ha travestido de invierno.

El viento constante arrastró hasta los pies del toro una bolsa de plástico como una insinuación. Sin marca de supermercado. El Cid la miró de reojo. Como para descambiarlo, debió de pensar. No por malo, sino por vacío. Cinco años cumplidos en tan buen cuerpo para nada. Mató al cinqueño con brevedad.

Otras hechuras traía el siguiente de Daniel Ruiz. Así como alto de agujas, despegado del piso, estrecho de sienes. En eso le ganaba al anterior de abierta cara. David Mora toreó a la verónica con economía de vuelos y con ese punto que le da el codilleo. La media provocó más oles. Daniel Luque intervino por ajustadas chicuelinas. Despegó la media de broche acaderada. Viajó el toro por el izquierdo de lujo. Como lo había hecho en el saludo, pero con el temple sangrado.

Mora principió faena de rodillas. Como repitió el toro, se arrepintió pronto de su decisión. Dejó una rodilla clavada antes de vaciar el pase de pecho en pie. Por la derecha construyó dos series pausadas; un derechazo de la segunda cobró tintes de naturalidad con la figura más erguida. La mano de David fue siempre la izquierda. Y así los naturales se sucedieron con trazo y vuelo. Pero un tanto tímidos. Como si faltase creérselo de verdad. Y fue entonces cuando el torero atacó en una tanda magnífica. Y sonó la música para su muñeca. El toreo zurdo lo aderezó mirando el tendido ahora.

Y el toro ya casi también... La espada hubiera unificado y potenciado los momentos. Pero la espada no entró. Así que quedaron los momentos. Y las palmas para Calabrés.

Para que Daniel Ruiz haya podido lidiar por fin una corrida completa en la Maestranza, hubo de irse tan por arriba del trapío de Sevilla que aquello pareció una gayumbada agosteña del Madrid de los 80: el tercero era un tío descarado y cuajado. Basto por fuera y fino por dentro. Daniel Luque lo cató en un quite de serenas verónicas. El toro lo hacía por abajo. A Luque no le importó el viento para irse a los medios con la muleta. Esa calidad apuntada duró con fibra una notable ronda diestra. Después faltó chispa. Daniel de Gerena bajó mucho la mano, más que para exigir a la embestida, para evitar los azotes de Eolo. Seguro Luque y más apasionado en las luquecinas. Aquí pasó lo del poema de Lorca: murieron cuatro romanos y cinco cartagineses.

Cid se despidió de abril con una apuesta en la que sólo él creyó. Cuando el galafate cuarto galopó de lejos y persiguió la muleta en su diestra, hubo un runrún de sorpresa. Otras dos trepidantes series ya pusieron la cosa en serio. Mas el ejemplar de Daniel Ruiz se acordó del campo albaceteño y se rajó. Para cuando El Cid presentó la izquierda no había causa. La espada asaetó malamente al bravucón.
Mora se acordaría de su toro anterior con el castaño y quedo quinto. No se pareció a ninguno. Ni ninguno al otro. Daniel Luque, como David en el primero, se echó el capote a la espalda. Y Mora despachó con corrección la sosería.

El capote de Pirri salvó al Algabeño, caído a merced del último. El pitón disparatado lo había derribado en la apurada reunión del par. Otro cinqueño como el primero. Otro aparato de cabeza. Otra vez la bolsa de plástico revoloteando. Daniel Luque se pegó un arrimón a falta de otro camino. Las puntas del toro de Guisando lamían las bandas de la taleguilla. Un desplante reivindicativo que la espada chingó.

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