Jesús Rondón Nucete
Apenas llegado a la parroquia de San Miguel Febres Cordero en la urb. Carlos Sánchez de Ejido (en el área metropolitana de Mérida) en septiembre de 1996 (primero como administrador parroquial y después como párroco) el padre Jhon González, joven y animoso, “alegre, fraternal, cercano a la comunidad”, se dispuso crear un centro pastoral que sirviera a la comunidad. Venía de un intento de ingresar a una congregación religiosa en la que se practica la pobreza como norma de vida. Pero, allí comprendió que más importante aún en Venezuela era dedicar su días a convivir con los pobres, con quienes se sentía ligado por sus orígenes, para contribuir a su superación espiritual y material. “Con olor a oveja, con cercanía y sintonía con la gente sencilla” y, especialmente, con “los niños, los pobres y los indigentes” se dedicó en adelante a ayudar a los otros a mejorar su condición. Por eso, alegre con la destinación que se le había hecho, emprendió de inmediato la tarea de poner en ejecución aquel proyecto. No lo haría, sin embargo, descuidar sus otras obligaciones en una comunidad de crecimiento explosivo en la que conviven familias de todas partes y distinto nivel económico: en barrios más o menos asentados, en conjuntos de trabajadores, en urbanizaciones de profesionales y, más recientemente, en asentamientos improvisados.
El padre Jhon, como fue conocido desde su llegada, nació en Campo de Oro el 8 de septiembre de 1965. Fue bautizado unos meses después por el párroco Roberto Dávila Uzcátegui, quien sería el primer Obispo de San Fernando de Apure. Para entonces aquel era un barrio merideño en crecimiento, de familias de trabajadores y de recién llegados de las zonas rurales. Algunas vivían en la mayor pobreza, en viviendas inadecuadas, sin acceso a los servicios esenciales. Asistió primero al grupo escolar Godoy de El Llano y luego al liceo Rangel que funcionaba a pocos pasos de su casa en una instalación de precarias condiciones al lado de la iglesia de s. José Obrero, adonde acompañaba a su mamá casi diariamente. Allí se animó su vocación sacerdotal, como la de otros jóvenes, pues debe decirse que en aquella barriada (que durante cierto tiempo fue considerada como peligrosa) crecieron y se formaron varios de los sacerdotes de la Arquidiócesis (así como profesionales de distintas ramas).
Terminado su bachillerato, se fue a Caracas a finales de los años ’80 para incorporarse a la comunidad franciscana. Ingresó en el Seminario Mayor de la Orden que hace parte del complejo de la parroquia “Cristo Rey” de la urbanización “23 de Enero” de Caracas, confiada desde su fundación en 1955 a los hijos de S. Francisco. Hizo los estudios de filosofía y teología en el ITER-UCAB. En el templo de aquella Parroquia recibió la ordenación sacerdotal el 6 de febrero de 1993 de manos del Obispo Auxiliar de Caracas Diego Padrón. Tal vez, en ocasión tan solemne pensaría en la posibilidad de construir un templo como ese (diseñado por Carlos Raúl Villanueva), de estilo renovador (con planta en forma de estrella de seis puntas). Fue Vicario en parroquias de Caracas y Asistente Nacional de la Tercera Orden. Pero, después de dos años en la capital, decidió en 1995 con permiso de su Orden regresar a Mérida. Así, fue asignado primero a la parroquia del Espíritu Santo y luego a la de Ntra. Sra. del Carmen, ambas en Ejido y como rector a la Iglesia de San José del Sur. También, desde 1998 sirvió como Capellán de las Fuerzas Policiales.
La parroquia San Miguel Febres Cordero disponía de un terreno en la urb. Carlos Sánchez, construida por INREVI (entre 1992 y 1996). Allí se había levantado un salón que servía de capilla y de lugar para el cumplimiento de todas las actividades, como reuniones de los grupos parroquiales y la catequesis de los niños. El sacerdote (que inicialmente lo fue el padre Tomás Castelao, llegado desde Nueva Bolivia) tenía su despacho y habitación en una vivienda de la urb. La Campiña. Rápidamente se construyó una casa cural, muy sencilla, que se fue ampliando en la medida en que lo exigió el aumento de las actividades. El Centro Pastoral imaginado por el padre Jhon, cuyo proyecto y planos, de líneas muy modernas y audaces, fueron realizados gratuitamente por profesionales amigos, comprendía un templo muy amplio, salones de reuniones, salas de clase (especialmente dotadas para la enseñanza de oficios), un gran atrio de entrada (con mirada hacia la Sierra Nevada) y una gran plaza (que podría servir para diversas actividades de la comunidad). Era un proyecto audaz.
Los obras se iniciaron con mucho entusiasmo. Tuvo el apoyo del Arzobispo Baltazar Porras. La comunidad aportó recursos de todo tipo. Los comerciantes de Ejido y Mérida contribuyeron con materiales (algunos de montos muy altos). También obtuvo algunas ayudas oficiales, tanto de la Alcaldía del Municipio, como de otros organismos. Sin embargo, al cabo de algún tiempo, a medida que se agravaba la crisis económica (recuérdese que hubo reconversiones monetarias en 2007 y 2014), los recursos comenzaron a faltar. El padre Jhon debió innovar para conseguirlos, desde la organización de juegos, verbenas y rifas hasta otras “maromas” desconocidas: los ejidenses no olvidan el día en que, acompañado por algunos de sus feligreses, recorrió las calles de la ciudad con unas carretillas pidiendo le donaran monedas o cualquier cosa que pudiera venderse. Fue una de la tantas ocasiones en que sorprendió a los vecinos. Entre otras, lo hizo hace apenas meses, cuando ante la imposibilidad de organizar una procesión con la imagen del beato José Gregorio Hernández por los diversos sectores de la parroquia, debido a la confinamiento impuesto, la colocó en una carroza sencilla que ató a la motocicleta que utilizaba comúnmente y el mismo a los mandos la paseó por calles y veredas de su jurisdicción.
Pero, todo eso no fue suficiente. No se desanimó el cura. Cuando ya no hubo más donaciones decidió irse a Europa para promover su proyecto y pedir en todas las instancias. Con un boleto de ida y vuelta donado por una ONG de Alemania viajó a Fráncfort y allí inició un increíble recorrido que sólo su audacia, entusiasmo y simpatía personal, le permitieron llevar a cabo. Contaba con la conocida generosidad de los católicos alemanes que gustan ayudar a la ejecución de proyectos en los países en desarrollo o en momentos de dificultades: allí nació Caritas en 1897, la organización católica de asistencia social. En tren, en autobús y no pocas veces en auto-stop fue de una a otra ciudad. Visitó varias diócesis. Llegaba a curatos, conventos, colegios, casas de acogida. Comía lo que le ofrecían sus anfitriones. Visitaba obispos, empresarios recomendados, organizaciones altruistas que destinan recurso para ayudar a países en desarrollo. Tuvo la intención de extender el recorrido a los países vecinos: Francia, Austria e Italia. Pero, no disponía de mucho tiempo. Con todo, al cabo de pocos semanas, logró reunir una importante cantidad de dinero (en euros). Para evitar el pago de impuestos y sobre todo de comisiones bancarias por cambio de divisas depositó la suma recibida en la cuenta que tenía en Italia un importante comerciante venezolano (originario de aquel país), quien la convirtió en materiales de construcción por un valor equivalente puestos en el sitio de trabajo en Ejido. Reconocía la honestidad de aquel hombre de negocios: le entregó mucho más de lo que correspondía a la más conveniente tasa de cambio. Cumplida aquella “misión” regresó a su parroquia.
No tengo a la mano las notas que tomé durante una conversación que sostuve con él tiempo después de cumplir aquella aventura. Sólo he expuesto las líneas generales del recorrido. Están llenas de anécdotas y detalles, muchos de carácter jocoso (provocados por su manera de ser), pero otros serios, que muestran bien la voluntad de cooperación (o la solidaridad) de algunas personas o grupos católicos, bien las dificultades que encontró, nacidas casi siempre de la ignorancia sobre las realidades de la América Latina. No sé si él mismo escribió algo al respecto, aunque al parecer no envió un reporte detallado a la curia arquidiocesana. Consta, sin embargo, en el libro de la fábrica los materiales recibidos. Cualquier documentación o testimonio al respecto podría servir para ampliar la información que aquí se ha ofrecido. A comienzos de 2019 le sugerí la constitución de un “crowdfundig” para obtener recursos de católicos de todo el mundo, especialmente de los merideños (y ejidenses) que se encuentran fuera del país. Ignoro si adelantó algo en ese sentido.
Mucho avanzaron los trabajos gracias a aquellas donaciones. Incluso, fue posible utilizar gran parte de la edificación para el funcionamiento de algunos programas, como los de catequesis y de educación para el trabajo. Tengo entendido que durante la actual pandemia parte de los ambientes han sido destinados para instalar un comedor donde se ofrece gratuitamente alimentación a los más necesitados. En los últimos años, debido a la crisis económica, las obras se retrasaron, pero sin llegar a paralizarse. Me han informado que fueron colocados los techos de madera. En todo caso, debe continuar el esfuerzo para concluir aquel proyecto que permitirá realizar las actividades de culto y pastorales en ambiente más adecuado, así como ofrecer a las comunidades cercanas un lugar para llevar a cabo muchos proyectos interesantes. Todavía falta mucho por hacer. Y requiere de una voluntad que sea capaz de movilizar esfuerzos. Es deseo del cardenal Porras “encontrar quien siga la obra”. Es bueno agregar que el templo en construcción será expresión del crecimiento de Ejido y contribuirá a enriquecer su identidad urbana. Sin duda, el espíritu del padre Jhon González acompañará a quienes les corresponderá esa tarea.
Conviene destacar que a lo largo de la historia Ejido (como otros pueblos andinos) ha tenido párrocos que han emprendido proyectos de enorme importancia con apenas algo más que su entusiasmo y el acompañamiento de sus feligreses. Hace más de cien años (de 1894 a 1904), el pbro. Miguel Ignacio Briceño Picón llevó adelante la construcción de la iglesia de San Buenaventura, que figura entre las más imponentes de los Andes, y la capilla de Ntra. Sra. de Lourdes en Pozo Hondo. Trasladado a Táriba levantó el magnífico templo parroquial (hoy basílica) dedicado a Ntra. Sra. de la Consolación. Entrado el siglo XX, el padre José Escolástico Duque, recordado párroco de los anos ’30, promovió la instalación del primer acueducto de la población (como también la edificación del Hospital “Los Andes” de Mérida, obra en la que invirtió sus bienes). Aquellos no fueron casos excepcionales. En toda la Arquidiócesis (que comprendía hasta bien entrado el siglo pasado Barinas, Mérida, Táchira y Trujillo) los ministros de la Iglesia, no solo atendieron las necesidades espirituales, sino que cumplieron labor de beneficio colectivo: fundaron escuelas y colegios, establecieron centros de salud, abrieron hogares para niños y para ancianos, estimularon las actividades culturales y la práctica de los deportes, trazaron caminos, editaron periódicos y fundaron emisoras de radio y televisión y promovieron la creación de servicios públicos. Fueron civilizadores y auténticos benefactores de los pueblos.
El padre Jhon González fue continuador de esa tradición de los curas andinos que tanto han contribuido a formar la identidad de la región. Juan Pablo II constataba en 1985 que los Andes eran “la reserva espiritual de la nación”. Esa afirmación conserva su vigencia 35 años después. Porque no se ha apagado el espíritu que mueve a la Iglesia. Parece más bien que ha adquirido mayor vigor. Ahora mismo, cuando han sucumbido otras instituciones, la Iglesia sigue siendo guía de los pueblos y depositaria de las esperanzas para un futuro mejor. Realiza su misión a través de los hombres y mujeres, religiosos y laicos, que dedican su vida al servicio de Dios. Los más lo hacen en forma callada, sin llamar al atención. Pero, constantemente, surgen algunos con un carisma especial que atrae las miradas. Se destacan por su santidad o heroísmo, por su sabiduría, por su cercanía o sencillez. Fue el caso del padre John. Tenía – escribió el Cardenal Baltazar Porras (In memoriam) – una “forma andariega de servir (que) le atrajo el cariño y la admiración de propios y extraños”. Sin “tiempo para el descaso … andaba a pie, en moto, en carro o montado en una cola en un jeep para que lo condujera a donde había adquirido un compromiso pastoral”. Aunque, con una sonrisa, pedía perdón al Arzobispo “por el descuido de sí mismo y (la falta) de prudencia”, luego “poco caso hacía”. Era, podría decirse, un “loco de Dios”. Pretendía imitar al de Asís, al trapense del Sahara argelino o a tantos otros, que hoy mismo rompen las reglas para vivir su espiritualidad. Por eso, se puede afirmar con el alto Prelado que “el carisma franciscano de sencillez y apego a la gente humilde y a las exigencias de su religiosidad encontraron en el padre Jhon un auténtico apóstol”. Como a todo ser humano lo afectaban no pocas deficiencias, pero las cubría con la entrega a los demás. Y así fue hasta el día de su muerte – también precipitada – ocurrida el miércoles 13 de este mes.
Demos gracias a Dios por la presencia del padre Jhon González entre nosotros. Que su recuerdo acompañe a los fieles de la que fue su Parroquia en su voluntad de superar las dificultades que enfrentan en esta hora de crisis.
3 comentarios:
Padre John insigne, ejemplo de todo lo bueno que podemos llegar hacer los seres humanos.. admiración total y respeto por este sacerdote y ser humano 🙏🙏
Padre John gran hombre religioso que supo ganarse el cariño y respeto de todos lo que lo conocieron su legado no se olvida gracias padre Jhon.
Padre Jhon González guia espiritual, buen Pastor de su rebaño con olor a oveja, digno Franciscano imitador de loco de Asís humano, amoroso, preocupado por Dolor ajeno asumido como suyo, presente cuando más se le necesitaba
Publicar un comentario