lunes, 7 de mayo de 2012


Tres triunfos con distinto contenido


Por: Juan Antonio de Labra | Fotos: Landín-Miranda
Aguascalientes, Ags.
Aunque la corrida arrojó un resultado idéntico para los tres espadas del cartel, que se repartieron dos orejas por coleta –obtenidas en un mismo toro– el triunfo tuvo distintos matices tan elocuentes como el momento tan particular que viven cada uno de los toreros de este cartel compuesto por Eulalio López "Zotoluco", José Mari Manzanares y Arturo Macías.

Y quizá la historia más interesante de contar sea la que protagonizó éste último, el de la tierra, un hombre dotado de una vocación especial que hoy, seguramente, acalló las bocas de muchos incrédulos.



Sí, porque Macías, que es un torero muy valiente y carismático, está dosificando su arrebato natural y ahora piensa más delante de la cara de los toros. Da la impresión de que ya se enfrenta el desarrollo de la lidia con otra mentalidad y ha dejado de atropellar la razón en aras del triunfo.

Lo más importante en el toreo es triunfar toreando bien, y ese es el camino que se ha trazado Arturo, que sabe en qué instante meter el acelerador a fondo y cuando administrar la velocidad para detener el tiempo, como lo hizo la tarde de hoy toreando de capote.

El hermoso quite que cuajó al primer toro de su lote será recordado por la lentitud y el ritmo que imprimó a las sedosas tafalleras, pero además por el recorte del remate y, más aún, por el martinete que se sacó de la manga para que la plaza explotara de emoción.

Nunca antes habíamos visto hacer dicha suerte a un toro con capote, y mucho menos a cámara lenta.
Este mismo ritmo del primer tercio se prolongó hasta la faena de muleta, ante un toro dócil y sosito, que lo dejó ponerse muy cerca y torear con temple y decidida valentía.


El aroma de esta primera faena del hidrocálido se mantuvo con el sexto, delante del que se vio obligado a arrear sin miramientos, dejándose la piel en cada uno de los muletazos, ya sea de pie o de rodillas, pero con un amplio sentido del espectáculo y, también, de lo que debe de ser el toreo.

Y como no podía dejar pasar la feria sin salir a hombros, no obstante que en su anterior comparecencia estuvo francamente bien y sólo cortó una oreja por su falta de contundencia estoqueadora, entró a matar como un rayo y ejecutó una estocada entera, de magnífica colocación que hizo rodar al toro con prontitud.

Sonriente, feliz de la vida, paseó los dos trofeos ante sus paisanos y reivindicó, con creces, su inclusión en un ciclo donde su toreo será recordado como un significativo parteaguas de su carrera, que ojalá, de aquí en adelante, ya no se aparte de esta claridad de concepto que antes no tenía tan clara.

Si Macías supo combinar el toreo reposado y lento con la fuerza de espíritu, José Mari Manzanares deleitó con su hondura. ¡Qué bien torea el alicantino! ¡Vaya forma de enganchar las embestidas con los vuelos! ¡Qué compás!





  Al alto y hondo toro que salió en segundo lugar, lo bordó a la verónica en lances tan mecidos que hicieron cimbrar a los cimientos de la Monumental, antes de rematar con una revolera de ensueño.

Y la faena, pura, ortodoxa, fluyó con un empaque con sabor añejo. Toreo sin afectaciones; toreo carente de manierismos; toreo de cante grande el de este joven Manzanares, que mete el pecho al morillo en cada lance, en cada pase, y que se funde con el toro cargando las suertes de una magia singular que hizo rugir a la afición desde lo más hondo de las entrañas, ahí donde y se reproduce el sentimiento del toreo.

Ni dosantinas, ni muletazos cambiados por la espalda, ni otro recurso alguno tan de moda; nada de ello. Por el contrario: Manzanares hizo el toreo eterno; el de las grandes figuras como Antonio Ordóñez, como su padre… como él mismo. Toreo rondeño, puro y clásico. ¿Se puede pedir más? Quizá una estocada de las suyas; pero falló con el acero, algo que en él es noticia.



Motivado en exceso con aquellos olés sinceros, salió a entregarse con el incómodo quinto, un ejemplar que iba punteando y rebrincaba en sus embestidas. El alicantino se plantó firme y fue así como trató de atemperar, con el mando de sus manos, aquella conducta remisa del toro, y consiguió instrumentar varios redondos de inmaculado temple y gran vibración.

Aún sin que la faena pudiera redondearse como la primera, culminó con una soberbia estocada recibiendo, que calentó tanto el ambiente que el juez de plaza no dudó en concederle dos merecidas orejas, grandioso colofón a una feria relevante, en la que José Mari sale relanzado para convertirse en uno de los nuevos ídolos de la afición azteca. Ojalá que las empresas den continuidad a este proyecto, y no le ocurra lo que pasó con su padre, que siendo un torero que encajaba perfectamente en el gusto del público mexicano, su carrera no tuvo la continuidad deseada a esta orilla del Atlántico.

En medio de la claridad de ideas de Macías y el arte torero de Manzanares, el triunfo de Zotoluco en el séptimo –el octavo toro que lidiaba en su paso por el ciclo sanmarqueño– fue una especie de tanque de oxígeno de cara su próxima comparecencia en la Feria de San Isidro de Madrid, pues ciertamente este año el torero de Azcapotzalco no consiguió rayar a la altura de ediciones anteriores.

La docilidad del toro de regalo le permitió hacer una faena ligada en un palmo, dinámica y emotiva, que le llegó a un público que ya había entrado en una vorágine de entusiasmo colectivo. Y la culminante estocada con la que rubricó su labor, le permitió, in extremis, salir a hombros al lado de sus compañeros.



Así se abrió la puerta grande del coso para los tres toreros, alentados por la gente que brincó al ruedo al final de corrida, y aquella imagen se convirtió en la mejor postal del término de este largo bloque ininterrumpido de diez festejos, que deja el listón muy alto para la semana entrante, con las cuatro fechas más que todavía le quedan a una feria para el recuerdo.

Ficha
Aguascalientes, Ags.- Decimoprimera corrida y decimotercer festejo de feria. Unos tres cuartos de entrada (alrededor de 11 mil personas) en tarde calurosa, con ligeras ráfagas de viento. Siete toros de Fernando de la Mora (el 7o. como regalo), desiguales en hechuras y presentación, de los que solamente funcionaron con más fuerza y calidad 2o. y 7o. Pesos: 468, 572, 504, 528, 490, 550 y 463 kilos. Eulalio López "Zotoluco" (tabaco y oro): Silencio en su lote y dos orejas en el de regalo. José Mari Manzanares (berenjena y oro): Ovación y dos orejas. Arturo Macías (grana y oro): Ovación y dos orejas. Destacó en banderillas Juan José Trujillo, de la cuadrilla de Manzanares, que saludó tras banderillear bien al 5o.

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