miércoles, 6 de junio de 2012


El análisis de Beatriz Badorrey: ¡A la cárcel por querer torear Miuras! El gesto de Antonio Bienvenida


  
El 25 de junio de 1922 nació en Caracas, Antonio Bienvenida Jiménez, séptimo diestro en llevar el sobrenombre de la torerísima dinastía. Como su padre y hermanos, muy pronto mostró su inclinación a ser torero. Con sólo cinco años toreó dos becerras en la placita de la Pañoleta de Camas (Sevilla), ya entonces se sintió torero. Así se lo confesó en 1966 al periodista Antonio Santainés, cuando éste le preguntó: “Torero ¿desde cuándo?”. “Desde que lidié el primer becerro en La Pañoleta, de Sevilla –respondió-. Tenía yo cinco años. Y para que mi madre me dejase torear, mis hermanos subieron entre todos al becerrito al piso para que lo viera. Entonces me dejó”.
Con ocho, fue con su padre y hermanos al cortijo de Miura. Allí, quisieron apartarle de su vocación taurina y, para ello, le dejaron torear una becerra muy complicada que lo revolcó y pisoteó. Pero él se mantuvo firme, levantándose y siguiendo. Demostró, ya entonces, que realmente quería ser torero. Y es que, junto a su afición, poseía unas condiciones innatas para ello. María de la Hiz Flores recoge una anécdota muy significativa. En marzo de 1934, tras su regreso de América, estaban entrenando los hermanos en “La Gloria”. Manolo, ante una vaca agotada tiró la muleta diciendo: “No tiene un pase más”. Pero Antoñito recogió la muleta, fue hacia la vaca y la toreó suave y maravillosamente. Manolo, asombrado, probó de nuevo, sin conseguir un pase más. Hizo que lo intentara Pepe, con el mismo resultado. Entonces dijo al pequeño: “Vuelve tu “mocoso”. Y el niño volvió a torear como nadie.

 Maravillada la familia, lo llevaron a otros tentaderos, donde volvió a torear extraordinariamente. En Salamanca lo vio don Antonio Pérez-Tabernero y profetizó que sería torero. Y en Sevilla Sánchez Mejías aseveró: “Este tiene casta y será figura”.
El 29 de agosto de 1934 mató su primer becerro en el Escorial, en un festival a beneficio de la Cruz Roja, donde alternó con sus hermanos Manolo, Pepe y Ángel Luis. Mató de una gran estocada y cortó las dos orejas y el rabo. En el diario Ahora de Madrid se reseñó: “”El éxito de la tarde correspondió por entero a Antoñito, que tiene diez años y lidió y mató uno de los becerros entre las ovaciones del público por la admirable labor del joven diestro”. No eran 10 sino 12 años, pero ya tenía la primera reseña de su vida torera.
Continuó su preparación, ralentizada en los difíciles años de la guerra civil. Y, concluida la contienda, comenzó su etapa de novillero. El 3 de agosto de 1939 se presentó en Madrid para matar una novillada de Terrones. Completaban el cartel Joselito de la Cal y Rafael Ortega Gallito. Los toros fueron flojos, pero llamó la atención la muleta de Antonio. Giraldillo escribió en ABC: “En Antoñito Bienvenida pudimos apreciar un gran muletero”. Y Felipe Sassone le dijo al padre: “Deberías mandar que le hicieran unas muletas especiales, de seda y de otro color. Para que se fijaran en que no hay muleta como la suya”.
Continuó su etapa de novillero que fue breve. En 1940 actuó en 14 ocasiones, cinco en la Maestranza. Merece especial mención la novillada de la Cruz Roja, celebrada el 3 de noviembre, en Sevilla, donde ejecutó su famoso “Quite del Milagro”. Unas bellas chicuelinas, muy bajas y armoniosas, rematadas con media verónica igualmente lenta y bella. En 1941 toreó 30 novilladas, mató 58 novillos y cortó 12 orejas y cuatro rabos. Entre todas, destacaremos la memorable faena que hizo al toro Naranjito, de don Antonio Pérez-Tabernero, lidiado en Madrid, el día 18 de septiembre. El toro listón, de buena presencia, tomó tres varas y tres pares, y se quedó en el tercio del 8. Allí Antonio ejecutó su histórica faena de los tres cambios con la muleta plegada. Los cambios de capa o de muleta eran muy antiguos.
Ya Francisco Montes Paquiro, los había definido del siguiente modo: “Consiste el cambio en marcar la salida del toro por un lado y dársela por otro; por consiguiente, sólo puede hacerse con la capa, con la muleta o con cualquier otro engaño que, así como éstos, pueda dirigirse con facilidad y se lleve al toro bien metido en él” . Se practicaban poco, por su dificultad, y desde luego, más con el capote. Ya en las últimas décadas del siglo XIX lo popularizó Antonio Carmona Gordito con la muleta. Le siguió Lagartijo el Grande y, posteriormente, el Guerra. En 1941 Antonio dio toda una lección de tauromaquia al ejecutar este antiquísimo pase. Así lo cuenta Giraldillo en ABC: “A distancia, solos, toro y torero. El torero alegra con la voz y el ademán. En su mano izquierda la muleta plegada. Va a cambiar. Para intentar esta suerte hay que tener mucha seguridad, mucho dominio. Ha de conocer su salida, ha de cargar en la jurisdicción y ha de recobrar su posición frente al enemigo, sin descomponerse, cada uno en su terreno. Antonio ejecuta la suerte, y cuando el cambio se hace perfecto, suelta la muleta lenta, majestuosa. Un telón de gloria cae de las manos de Antonio en los mismos ojos del toro, y se engarza el cambiado con un natural.

 "¡Asombroso! ¡Qué perfecto! Ha salido el toro despedido por un pase de pecho. En pie, 22.000 espectadores. En un grito de júbilo 22.000 gargantas. ¿Y qué va a ocurrir ahora? Antonio no tiene una muleta de vulgar franela. En sus manos, el trapo tiene la calidad del paño más rico. Su muleta es de seda, es de tisú, es de brocado… Por tres veces ejecuta el lance, es decir, la serie de lances que hemos descrito. ¡Ahí queda eso, toreros; ahí queda eso! ¡Ahí queda esa fecha, aficionados!... Siguió la faena. El público estaba enloquecido. Unos a otros se abrazaban los espectadores. Entró a matar tres veces. En la primera fue empalado. Cuando rodó el novillo, la ovación más grande y delirante que recordamos pidió la oreja. El presidente no quiso darla, sin duda, porque entendió que una oreja era un vulgar trofeo. Dos vueltas al ruedo, prendas de vestir, flores…” .
La verdad es que pese a no cortar trofeos, por el fallo con la espada, la faena fue apoteósica. Toda la prensa se volcó en elogios. García Rojo escribe en Ya: “La proeza de Antoñito Bienvenida, no admite semejanza alguna. Es inútil buscarla, ni a través de nombres ni de fechas”. Alardi afirma en Gol: “Lo que no se ha visto ni se verá más en la plaza de Madrid”. Federico Alcázar en señala en Madrid: “Pues ha pasado, que Antonio Bienvenida acaba de realizar la faena más grande del toreo”. Chavito profetiza en El Alcázar: “La fecha de ayer quedará gravada en la historia del toreo...”. Y K-Hito informa sobre el modo en que Juanito, el hermano pequeño, cuenta a su madre lo que había acontecido en la plaza: “¡Qué faena, mami, qué faena! ¡Lo que ha hecho Antonio!... Y la voz del recuerdo imperecedero, susurra en la pausa: ¡Si Manolo lo viera!”.
En efecto, su hermano Manolo, viendo torear a su hermanito, había afirmado: “Yo me iré de los toros el día que le dé la alternativa a este”. Desgraciadamente no pudo ser. El momento de la alternativa había llegado, pero él ya no estaba.
Antonio se preparó todo el invierno y, en uno de sus característicos gestos de torería, quiso ser el primero en doctorarse en la Monumental madrileña y con toros de Miura. Se fijó la fecha del 5 de abril, que sería un mano a mano con su hermano Pepe.
Fue una decisión personal y no una locura del padre, como afirmaron algunos. Es más, fue tal su empeño que, por cumplirlo, llegó a ir a la cárcel. Y es que sucedió que al llegar los toros a Madrid, en el desencajonamiento, se pelearon unos con otros y varios quedaron maltrechos . En el reconocimiento los veterinarios dictaron que no podían lidiarse todos, y acordaron la sustitución de dos de las reses por dos toros de la ganadería de Juan Terrones.
En el segundo reconocimiento que, reglamentariamente, debe verificarse el mismo día de la corrida, antes del apartado, se ratificó el dictamen. Pero al procederse al sorteo, los representantes de los hermanos Bienvenida dijeron que los toreros sólo estaban dispuestos a torear Miuras, tal y como establecía el contrato. Se les respondió que era la única medida posible para poder celebrar el festejo el día que se había anunciado, pues no daba tiempo a traer desde Sevilla otros de la misma divisa.

 Enterado Antonio, y firme en su promesa de debutar con Miuras, se negó a torear alegando, fundamentalmente, que la afición podía interpretarlo como un ardid para no enfrentarse a los toros de la temida divisa. Pero la autoridad no estimó pertinentes sus alegaciones, interpretó su actitud como un desacato y amenazó a los hermanos con la cárcel. Así se lo comunicó su hermano Pepe: “No hay más remedio que vestirse de luces. O toreamos la corrida que hay, o vamos a la cárcel”. La respuesta de Antonio fue contundente: “¡Pues a la cárcel! Respeto a la autoridad, pero me respeto a mí mismo. ¡Andando!”.
Y así fue. Los toreros fueron detenidos y, tras una breve permanencia en la Dirección General de Seguridad, se ordenó su encarcelación en la madrileña prisión de Porlier, donde quedaron incomunicados. ¡Y todo por querer torear Miuras en Madrid, como habían prometido! Salieron a los tres días, tras pagar una multa de 25.000 pesetas cada uno. Y, como en ese tiempo se hicieron gestiones con Miura para que completase la corrida, ésta se dio, por fin, el 9 de abril, con un lleno de “No hay billetes”.
Giraldillo titula su crónica en ABC “Máxima expectación”. Y la resume así: “Los que esperaban seis toros y seis faenas de ensueño hubieron de contentarse con una sola. A pesar de todo, esta corrida será famosa en los anales del toreo.  Cuando Antonio y Pepe hicieron el paseo, sonaron algunos pitos leves, ahogados por una rotunda ovación. Quedaba zanjado el incidente del domingo [...] y un gran margen de confiada simpatía quedaba abierto para los Bienvenida. ¡Al toro! Al toro, que es lo que interesa, que es la tremenda verdad insobornable. Y el toro estaba ya en el ruedo. Era Cabileño, número 76, un cárdeno, muy presentable.
"Lo recibió el capote de Boni. Embestía bien, y en seguida entró en la jurisdicción de Antonio Bienvenida. Las verónicas tercera y quinta, fueron superiores, y cerró estos lances un recorte apretado, que hizo romper la primera ovación grande en honor del matador nuevo. En el primer quite salió toreando alegre por delante, y remató con suavidad y gracia. Pepe hizo un quite muy templado, cargando la mano en los lances de buen estilo. Y vino otro quite de Antonio, llevándose al toro hacia los medios. Una verónica soberbia, llena de majestad y color, y volvieron a repicar las palmas estruendosas. Pepe cerró el tercio en un quite pinturero. El principio era magnífico. Emoción, color y calor, arte y gracia.
"Pero aún hubo más. Antonio y Pepe iban a banderillear. Pepe es un rehiletero formidable. Nada podía extrañarnos en él. Quedaba la revelación de Antonio. A ello íbamos. Se abrazaron los dos hermanos. Hubo un bellísimo jugueteo, y Antonio salió por delante y cuarteó un par precioso, colocado en todo lo alto. A poco se desprendió un palo. Pepe, de poder a poder, puso un magno, y cerró con otro. Rebullía el público emocionado. Estaba quieto el aire, estremecido sólo por las aclamaciones. En lo alto, la bandera se mecía, acariciada por la brisa. En el ruedo, lumbre de fiesta. En las gradas se apretaba la emoción de 24.000 corazones. Se efectuó la ceremonia de la alternativa, con fraternal afecto. Y salió Antonio... Saluda al presidente, brindis al hermano y brindis en redondo. La figurilla rubia, pálida en el grosella y oro de un vestido, nuevo –ya muceta de doctor en Tauromaquia-, alegre, erguida sobre el oro desvaído de la arena.
"Sus manos oprimen la muleta plegada. Va a cambiar, y cambia, en la misma cabeza de Cabileño, que entró obligado. Suelta la mano, y cae la franela roja, para ligar unos pases. El toro, rendido al castigo en semicírculo de los naturales, cae a la salida de uno de ellos y viene a besar los pies del torero. Antonio repite el cambio, y el fulgor de la faena torerísima enciende la ovación. ¿Hasta dónde va a llegar esto? Ha terminado el personalísimo preciosismo. Ahora, un torero, unos pases de eficacia para matar. Un pinchazo bueno, otro, y una estocada hasta la mano. Descabella a pulso, y algunos piden la oreja. Antonio da la vuelta al ruedo y sale a los medios.
"Y aquí terminó la corrida. Aunque Pepe estuvo muy bien en el segundo, muy en torero, dominador, y esto es lo que pongo en su haber. A partir de este momento, la corrida declinó, por los repetidos fallos del acero.
"Hubo un toro, sí; un toro, pero la corrida era de seis, y no podemos llegar a la hipérbole de que uno valga más que seis. Se halla la ganadería de Miura en un período de transformación. Aún no ha hallado el tipo adaptado. Muestras de lo bueno y lo malo que posee hubo ayer...” .

 En efecto, en su conjunto, el resultado del festejo no respondió a la expectación despertada. Afirma Filiberto Mira que en lo artístico fue una tarde de intermitencias, debido a la desigual embestida de los toros. Añade que no los hubo ni rotundamente peligrosos, ni con sobrecarga de nobleza, es decir, de esos miuras que exigían un torero excepcional capaz de estar a su altura. Antonio, que a lo largo de su vida mató medio centenar de toros de esta ganadería, se encontró esta vez con un lote que exigían lidiarlos con prontitud y aseo. Y eso hizo, estuvo sobrado en la lidia de sus tres toros, que fueron ariscos e, incluso, derramó algunas gotas del perfume de su arte, como en el pase cambiado que dio al toro de su doctorado. En todo caso, concluye: “El gesto se cumplió con el mérito de que los “miuras” no fueran cómodos ni fáciles”.
¡Qué tiempos!
 
Beatriz Badorrey / Toros En El Mundo

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