LA
PEOR FAENA DE ORTEGA CANO
Lola Galán
El silencio rodea al que fuera famoso
matador de toros José María Ortega
Cano. Un hombre hecho a sí mismo, que pasó de vender melones en
la madrileña Puerta del Sol a hacerse un sitio entre la élite del toreo en los
años ochenta y noventa. Sus allegados no hablan; el novillero que apadrina, Rafael Cerro, se excusa por
teléfono, y su popular cuñada Rosa
Benito deja sin contestar los mensajes.. “No es momento de
entrevistas”, dice el abogado de Ortega, Enrique
Trebolle, con despacho en Zaragoza, cuando se le pide un
contacto con su cliente. Y es que la situación del extorero, de 58 años de
edad, que se enfrenta a una petición fiscal de cuatro años de cárcel en el
juicio por homicidio imprudente que se celebrará en Sevilla el próximo marzo,
es bastante delicada.
Hace ahora un año, la noche del sábado 28
de mayo de 2011, el empresario y ganadero regresaba a su finca Dehesa
Yerbabuena al volante de su nuevo coche por la A-8002, la carretera que
une Castilblanco de los Arroyos con Sevilla. Su monovolumen Mercedes R320 CDI,
una máquina poderosa que pesa más de dos toneladas y alcanza una velocidad de 250 kilómetros por
hora, invadió de pronto el carril contrario y se estrelló casi de frente contra
un Seat Altea, conducido por Carlos
Parra Castillo, un vecino de Castilblanco de 48 años de edad,
que se dirigía a Sevilla. El impacto fue brutal. Parra falleció en el acto, y
el extorero resultó con heridas muy graves que le mantuvieron mes y medio en el
hospital Virgen Macarena de Sevilla. Allí, nada más ingresar, se le extrajo
sangre que fue analizada por el Instituto Toxicológico Nacional, como es normal
en estos casos. Ortega Cano presentaba un índice de
alcohol en sangre de 1,26 gramos por litro, dos veces y media
superior al permitido. La
Guardia Civil de Tráfico determinaría más tarde que en el
momento del choque el vehículo del extorero iba a unos 125 kilómetros por
hora, en una carretera con límite de 90.
La familia del fallecido pensó que el caso
estaba resuelto. Y la
Asociación Estatal de Víctimas de Accidentes DIA pidió que el
juicio fuera ejemplar. El propio diestro tuvo palabras que hicieron pensar que
asumía su responsabilidad y estaba realmente abatido. “Las primeras manifestaciones
fueron muy correctas, pero luego ha cambiado”, cuenta Manuel Ruiz Lucas, exalcalde de
Castilblanco por el partido Nueva Izquierda Verde Andaluza (Niva) e íntimo
amigo del fallecido. Fuentes próximas a la familia Parra aseguran que el extorero no
les ha visitado para pedirles perdón, algo que su amigo el periodista Tico Medina dijo que haría con
seguridad. Y sus escasas declaraciones se han ido ajustando cada vez más a la
línea de defensa marcada por su abogado, quien considera que su cliente no debe
ser tomado como chivo expiatorio. “No me parece correcto que se pida una
sentencia ejemplar. Tendrá que ser una sentencia que se ajuste a los hechos, a
las pruebas y a los testimonios”, dice. Trebolle
lamenta que los resultados de la prueba de alcoholemia y el informe de la Guardia Civil se
hayan filtrado a la prensa, sin dar tiempo a que se establezca la verdad.
En su última aparición televisiva, Ortega Cano dijo que hubiera
preferido morir él en el choque, para reconocer después que la idea de ir a la
cárcel le pone “los vellos de punta”.
Ante el juez de instrucción, en septiembre
pasado, el diestro había atribuido el accidente a un supuesto desvanecimiento,
debido quizá a la medicación contra la arritmia cardiaca que estaba tomando.
Negó que su conducción la noche del suceso fuera peligrosa y errática, pese al
testimonio de varias personas. Al contrario, dijo que se encontraba bien y
conocía a fondo la carretera. Y si se olvidó de apagar las luces del coche al
aparcar frente a un hotel fue porque este era nuevo y no estaba familiarizado
con él.
El abogado Trebolle presentó informes de
expertos universitarios en los que se demuestra supuestamente, con elaboradas
fórmulas matemáticas, que el diestro conducía despacio y puso en duda la
validez de las pruebas toxicológicas a que fue sometido su cliente, aduciendo
que no se atuvieron a un protocolo que garantice la fiabilidad de las mismas.
Ya lo había dicho el extorero. El alcohol en sangre era el que empapaba los
algodones que se usaron al tratar de encontrarle una vena para extraerle la
sangre.
“Pero si se rechazan los análisis de
sangre efectuados a Ortega Cano, entonces habría que rechazar también las miles
de pruebas de este tipo que se realizan en España en casos similares”, dice
Francisco Canes, presidente de DIA, muy crítico con la conducta del torero. “La
justicia debe ser contundente con casos así. Todo el mundo sabía que bebía y
seguía conduciendo”. Y no es igual que el suceso se debiera al consumo de
alcohol, lo que constituye un delito, que al efecto de los medicamentos, que
sería una falta.
Los abogados de la familia Parra, Andrés Avelino Romero y Luis Romero, del bufete Luis
Romero y Asociados, cuentan con testigos que vieron supuestamente a Ortega Cano
adelantar en prohibido y vomitar al detener su coche en un hotel de la
localidad de Burguillos, próxima a Castilblanco. Una pareja llamó incluso a la
policía para alertar sobre la peligrosidad del conductor de un Mercedes negro,
el que guiaba el extorero. “Hemos solicitado más pruebas al Juzgado de lo Penal
número 6, donde se celebrará el juicio”, dicen los letrados.
En Castilblanco, un pueblo de 5.000
vecinos, el ambiente está cargado. “La gente quiere que se haga justicia, pero
justicia con sentido común, que les parezca justa”, dice el exalcalde Ruiz
Lucas. Carlos Parra, la víctima, era un vecino conocido, aunque hubiera pasado
años en el extranjero. Ortega Cano es solo uno de los latifundistas de la zona,
donde abundan las propiedades en torno a las 600 hectáreas, como
las que tienen Mario Conde
o el expresidente del Sevilla CF José
María González de Caldas. “Aunque Ortega Cano es de los pocos
que vive en su finca”, cuenta Ruiz
Lucas, “por el pueblo se le ve poco. Va a la farmacia o al
médico. Sus hijos vienen más. La niña estudió la secundaria aquí, y los dos
tenían sus pandillas”. Por lo demás, la fama del extorero no impresiona. “Otra
cosa era Rocío Jurado,
que levantaba pasiones”, añade el exalcalde.
La gente recuerda todavía el bullicio que
se organizó cuando se casaron en Yerbabuena José Ortega Cano y Rocío Trinidad
Mohedano Jurado, en febrero de 1995. Para el diestro, que había cuajado para
entonces una importante carrera de matador de toros, fue el último peldaño en
el ascenso al estrellato. La
Jurado, siete años mayor, tenía a las espaldas un matrimonio
anulado, con el púgil Pedro
Carrasco, y una hija, Rocío. Para Ortega, de 42 años, era la
primera boda. “Rocío, que era una persona excepcional, buena e inteligente, se
convirtió en la brújula de Ortega Cano, un tipo buenísimo también, pero sin
preparación”, cuenta un amigo de ambos que pide anonimato. “Ortega ha sido
siempre un luchador. Su carrera de matador fue durísima. Tuvo que lidiar muchas
corridas difíciles, recibió montones de cornadas. Es el único al que se le ha
indultado un toro, Velador,
en la plaza Monumental de Madrid. Tiene todo mi respeto como torero, pero desde
la muerte de Rocío Jurado
anda un poco perdido”.
La cantante falleció el 1 de junio de
2006, y apenas año y medio después el torero perdió también a su madre. Doña Juana Cano era el otro gran
amor de su vida. La gente se sorprendía cuando veía la ternura y dedicación con
la que el torero la trataba y la complicidad que existía entre ambos.
Doña Juana y su marido, Francisco Ortega, dejaron
Cartagena cuando José era muy pequeño buscando un futuro mejor. Por puro azar,
cuentan, tomaron el tren para Madrid, y no para Barcelona, y se instalaron en
San Sebastián de los Reyes (un municipio situado a 18 kilómetros al
norte de la capital española), donde abrieron un puesto de fruta. Uno de los
hermanos del diestro regenta todavía una frutería allí, y una de las hermanas
tiene su propio negocio de peluquería. A su madre, que siempre confió en José
María y supo que era un caso especial entre sus cuatro hermanos, le regaló el
diestro un chalé en Aldea del Fresno (Madrid) con enorme cama circular.
Pero el matrimonio con una estrella como
Rocío Jurado transformó al torero. De repente, se vio envuelto en la vorágine
de las celebridades que frecuentan el papel cuché. Los fotógrafos les
perseguían, la gente hablaba de ellos y les llovían las invitaciones. Juntos
adoptaron, en 1999, a
dos niños colombianos, Gloria
Camila y José
Fernando, cuando el diestro había amagado ya con su retirada de
los ruedos.
La muerte de la Jurado le dejó solo ante
los peligros de su nuevo estatus de personaje superpopular. Comenzó a
frecuentar los programas de televisión y terminó siendo devorado. De repente,
Ortega Cano empezó a ser vapuleado en programas como Sálvame, de Telecinco, donde se
abordaban supuestos problemas con sus cuñados, los Mohedano, mucho más curtidos en
las lides del famoseo.
Incluso salieron a relucir las rencillas con los hermanos del extorero, uno de
los cuales, Francisco, llegó a declarar en una conexión telefónica con el
programa, poco antes del accidente del año pasado, que Ortega Cano tenía “un
problema con el alcohol” y que no lo reconocía. “Es incomprensible lo de este
hombre. Fue un torero respetadísimo. No entiendo el giro que ha dado su vida.
Creo que él mismo es su peor enemigo”, dice un crítico taurino sobre el
extorero.
Al menos, los negocios seguían marchando.
Una vez retirado de los ruedos (primero en 1998, luego en 2003, aunque
después de esa fecha toreó algunas corridas más), Ortega Cano pasó a ser
empresario y ganadero. Abrió su finca, Dehesa Yerbabuena,a bodas y comuniones y
la convirtió en una especie de santuario de la Jurado. Un lugar de
culto de la artista muerta, lleno de fotos suyas y recuerdos. Las agencias que
organizan las visitas cargan 27 euros per
capita, con almuerzo incluido.
Aquel sábado 28 de mayo, Ortega atendió
como de costumbre a decenas de turistas antes de salir a hacer unos recados y
llevar luego a su hija, Gloria Camila, de 16 años, a casa de una amiga en la
localidad vecina de Valverde. Los abogados de la familia Parra aseguran que
bebió esa tarde con los visitantes y que alguno se permitió aconsejarle que no
cogiera el coche. La defensa del diestro insiste en que Ortega solo tomó
Coca-Cola y se mojó los labios en una copa de cava. Y tiene preparados nuevos
testigos para demostrarlo: los dueños de los hoteles y restaurantes por los que
pasó el empresario el fatídico sábado.
Ocurra lo que ocurra, y pese a su
confianza en la labor del fiscal, Francisco
Canes, presidente de DIA, se lamenta de lo sufrido por los
Parra. “Es tremendo porque han perdido a un esposo, a un padre, a un hijo y a
un hermano, y han recibido una indemnización miserable [169.000 euros]”. Por no
hablar de los gastos de abogados a los que han tenido que hacer frente. “Han
gastado un dinero que no tenían”. Y siente que de nuevo, ante la justicia, se
enfrenta un poderoso Mercedes contra un mucho más modesto Seat Altea.
Via: elpais.com
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