La víspera del día de la Revolución
mexicana, Morante armó la suya propia en Insurgentes. Cinco años después
de su último paseíllo en esta plaza, sin material propicio y cuando el
público comenzaba a perder la fe, Morante creyó y de su fe obró el
milagro de hacer embestir a un toro que se resistía a hacerlo.
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