andrés amorós / gijón
El extremeño narra su hazaña en Gijón, donde toreó con una cornada, al igual que Castaño: «Fue curioso, los médicos tuvieron que repartirse en la enfermería»
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Antonio Ferrera, en el hospital de Cabueñes de Gijón
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Para el que sólo lea el resultado, la corrida del martes (¡y trece!)
en Gijón ha sido terrible: un mano a mano en el que los dos diestros,
Antonio Ferrera y Javier Castaño, sufren graves percances, ha de matar
un toro el sobresaliente, vuelven al ruedo los dos heridos y triunfan...
Para el que tuvo la fortuna de estar en la Plaza, ha sido una tarde
extraordinaria, que demuestra la grandeza única de esta Fiesta.
Al día siguiente, son muchos los aficionados que me hablan con
entusiasmo. Todos coinciden en que hemos vivido la verdad de la
Tauromaquia: toros encastados, toreros valientes, excelentes cuadrillas,
lidias completas. Si se quiere atraer al público, éste es el camino,
como están buscando ya en Francia.
Javier Castaño se libró por poco de un percance muy grave, en una zona delicadísima. Le han curado y, a pesar de las molestias (rabiaba de dolor,
me cuentan), le saludo de buena mañana, a punto de salir de viaje: este
jueves torea los cuadris en Dax; el viernes, los doloresaguirre en
Tafalla. No le da importancia al gesto: «Es el centro de la temporada.
Así es esta profesión». Antonio Ferrera se perderá, sin duda, algunas
corridas: Roa, Briviesca... Los dos coinciden el martes 20 en Málaga, también mano a mano y con victorinos...
Visito a Ferrera en el Hospital de Cabueñes.
Tiene los lógicos dolores: «En la zona de la herida tengo ya nueve
cicatrices, la piel está regular». En el cuerpo lleva nada menos que
35...
Le cogió el toro al matar al tercero, entregándose, pero no pasó a la enfermería, por su pie, con un torniquete,
hasta después de saludar, con la oreja en la mano: «Noté que el boquete
era grande. Hablé con los médicos, muy consciente. Les pedí por favor
que no me intervinieran, para poder volver al ruedo. Me encontraba con
capacidad para hacerlo. Se limitaron a taponarme la herida con
gasas y un vendaje fuerte. Les agradezco la sensibilidad que tuvieron
conmigo. Como la cornada diseca la femoral, temían que cualquier
esfuerzo lo agravara». En la enfermería, vió cómo traían también a
Castaño: «Fue un momento curioso. Los médicos tuvieron que repartirse. Fui a darle ánimos. Él no pensaba que podría salir pero tiró de raza...»
Fuerte dolor
Enfundado, como los clásicos, en el pantalón azul de un
monosabio, volvió Ferrera torear, cojeando pero con entrega total:
realizó quites variados. Aunque el público, horrorizado, le gritaba que
no lo hiciera, banderilleó: «Elegí un par al violín,
como recurso. Si salía, tenía que ser con todas las de la ley, no
pidiendo compasión. Al final, tenía la pierna más hinchada». Cortó otro
trofeo.
¿Cómo se puede torear con una cornada semejante? «Me dolía
muchísimo, es cierto, pero tenía que superarlo. Los toreros somos
humanos, no estamos hechos de otra pasta.
No se trata de demostrar nada. Necesitaba sentir que había completado
mi obra totalmente. Momentos así nos diferencian a los toreros de
cualquier otra profesión. Ésa es la verdad, la autenticidad de la
Tauromaquia. Hice el esfuerzo pero mereció la pena.
Logré momentos de toreo con gusto, profundo. Me emocioné mucho toreando
y creo que transmití al público esa emoción. Cuando uno entrega así su
alma, es indescriptible».
Antes, Ferrera había realizado algo insólito: vestido de luces, se subió al caballo y, sin protección en la pierna,
dio un excelente puyazo: «Yo lo había hecho ya alguna vez pero no en
una Feria importante y con un toro encastado, colocándolo de lejos. Por
suerte, salió de maravilla. Y me bajé corriendo del caballo para hacer
un quite por chicuelinas, con las manos bajas. Creo que hay que dar
libertad al artista para que exprese sus sentimientos. Fueron unos
momentos de enorme intensidad. He leído que lo hizo Luis Miguel,
buscando la lidia total. Me gusta conocer la historia del toreo, sentirme discípulo de muchos grandes maestros».
Más libre que nunca
Está viviendo Ferrera su mejor temporada, ha derivado hacia
una lidia de mayor clasicismo: «Los toreros vamos desarrollando nuestro
arte según las circunstancias de cada uno. Ahora mismo, me siento yo
más libre que nunca, más capacitado para expresar un concepto del toreo con el que siempre he soñado.
Somos muy emocionales, la vida a veces nos arrastra. Necesitamos
momentos de reflexión: estoy intentando, día a día, cultivar mi
equilibrio».
La cornada es fuerte pero ayer pidió permiso para irse a Badajoz, su
tierra, donde se recupera ya. Y torear cuanto antes: «No me quiero
poner límites. Los victorinos de Málaga y de Bilbao son un reto muy
bonito». Siente ahora el respeto de Madrid: «Estaría encantado de volver
a la Feria de Otoño».
A pesar del dolor por ese boquete en el muslo derecho,
Ferrera va a recordar esa tarde de Gijón como una de las más felices de
su vida: «Agradezco mucho a Dios todo lo que estoy viviendo. La mayor
ilusión de cualquier artista es dejar alguna huella,
en la historia. Cuando pasen los años, seguiré recordando esa tarde». Y
todos los que tuvimos la fortuna de asistir a ella, también.
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