miércoles, 4 de septiembre de 2013

La muerte y la vida, de lo natural a lo antinatural


Iván Fandiño ejecutando la suerte suprema, Foto: Germán D’ Jesús Cerrada


CARLOS RUIZ VILLASUSO

MADRID, Esp.- Desde que la sociedad humanizó a su mascota, desde que hicimos de lo natural maltrato y del maltrato lo natural, el toreo quedó desubicado. Siendo el toreo, en esencia, lo natural en el trato ritual con el animal, casi trato espiritual, es maltrato. Castrar a millones de perros para que cohabiten mejor en nuestras casas de ciudad es maltrato, pero es natural. Qué decir de una sociedad que sortea el cuerpo tumbado de un ser humano en la calle y se agacha presto a recoger a un gatito. Qué decir. Pero sobre todo, qué hacer. Qué debe de hacer el toreo, cuya naturalidad se considera maltrato y lo que nosotros llamamos maltrato es la naturalidad. Somos supervivientes condenados a vivir sobreviviendo. Ese ha sido, siglo a siglo, año tras año, el precio que ha tenido que pagar el toreo: ceder parte de lo natural como impuesto que recauda voraz una sociedad que camina, irremediablemente, hacia lo antinatural. Y lo antinatural es, por derivación simple, inhumano. Lo llaman globalidad o globalización. Que se trata de hacer iguales a todos los distintos por naturaleza. Y es tan individual el toreo, pues es un ganadero quien selecciona y un torero el que torea, que se desubica de una forma de vida donde el individuo es después del colectivo. Incluso nos hicieron creer que el mismo euro nos igualaba a un alemán. Qué hacer entonces. Usar el talento del que tiene menos fuerza, pero más inteligencia natural, más creatividad, más sentido de la libertad: ceder poco a poco lo menos posible, dar señales de aceptar el juego global sin que sea cierto. No ir a una guerra perdida de lanzas contra misiles. La sociedad, ésta, dentro de poco, nos exigirá no matar al toro. Un día exigió ponerle el peto al caballo. Los públicos, educados en la adormidera enmariguanada de lo antinatural por lo global, no desean ver sangre, elemento natural que es esencia de cada cuerpo de un ser vivo. Si alguien piensa que podemos variar este rumbo desde el toreo, no forma parte de una ilusión sino que es un iluso. No se detuvo el peto. No se podrán detener otros impositivos o exigencias. Para sobrevivir. El toreo, que más que arte, es la posibilidad natural de crear arte, se relanzó hacia lugares de creatividad y evolución insospechados, apoyándose, precisamente, en una claudicación: la imposición del peto. De una norma considerada entonces como fin de la fiesta pura (sólo lo impuro es puro), evolucionamos hasta estos tiempos. Ahora se nos va a exigir cambios, cesiones. Quizá sea el momento de ir pensando en ello, pensar que hemos llegado al techo de una fiesta previsible, muy previsible en su orden administrativo y de lidia formal. Quizá agonice un tiempo sin que estemos buscando soluciones para la evolución. Porque las normas de prohibir o aceptar las dictan los políticos hombres y mujeres preñados de lo global. No podemos creer ni un solo minuto que los que hacen la norma no van a legislar en contra si no cedemos. Si no variamos. Puede que este artículo cause, como otros, una vez más, ese revoltijo de hoguera y horca entre quienes creen que la trinchera es la solución. Escribo en voz alta, no lo que siento mío (la muerte del toro) sino lo que presiento de ellos (el futuro cercano de la norma), y ante este dilema escribo, también en voz alta, que estemos preparados. El otro día se indultó un toro en Mérida. Lo toreó Talavante, creando arte. Más allá de la polémica sobre la excelencia de un toro que a mí sí me lo pareció, está algo superior: el arte creado. Y el arte es, entre otras cosas, un mensaje de vida. Perdonar, dar la vida, conceder la libertad no sólo por la lucha fiera sino por el arte. Porque se trata, en verdad, de hacer real esto de que el toreo es arte (la posibilidad de crear una arte inigualable). ¿Qué es la muerte del toro? Como toda muerte, el otro lado de la vida. La muerte da sentido al vivir y viceversa: la vida, perdonar la vida, dar libertar de regreso al campo, da sentido a la muerte. ¿Cómo es posible que nuestro mensaje de vida por el arte sea de una proporción cainita? De mil toros lidiados, apenas uno o dos. ¿Ese es nuestro mensaje de vida? ¿Ese es el final del arte cuando lo hay? ¿Esa es la proporción justa de toros merecedores de vida? Esa proporción es antinuatural. Trasladada al campo, en el epicentro de lo natural, necesitar mil toros para un semental nos llevaría al genocidio ganadero. Es hora de variar decisiones de muerte y vida, anclada esta percepción de muerte administrada en tiempos de chisquero y cuello duro. Hay que avanzar. Pensar. Usar el talento. Pero, ¿tenemos talento? El talento es potestad del hombre sensible. Decidamos.

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