Javier Fernández-Caballero
México se atavia de justicia, de juventud y de trapío. Tres toreros, tres historias y tres conceptos íntegros pasearán solemne y equitativamente el próximo domingo en la Monumental azteca. Con el permiso de la humildad pontifical del Papa Francisco y con el mismo espíritu jovial con que presentaba su “Alegría del Evangelio” –perdónenme- pero esta semana la nueva exhortación apostólico-taurómaca no reside sino en el Distrito Federal.
 Joselito
 Adame, Arturo Saldívar y Diego Silveti, bandera de la justicia europea y
 ahora americana convertirán en la próxima tarde dominical a la capital 
hidrocálida no sólo en centro neurálgico de la Fiesta, sino en corte 
suprema de la honradez que estos tres titanes del toreo charro han 
abanderado.
 Si bien la vocación de Joselito Adame es rúbrica de su ímpetu por vivir en torero –“aquella
 mañana trianera en que, aún siendo infame chavalín, lo vieron perdido 
por Sevilla mas andando ya como el más ortodoxo de los toreros”- No
 creo en la casualidad de una suerte nada probable en su carrera. Se lo 
merece por el Aguascalientes que lo vio nacer, por la Península lo ha 
hecho hombre y por el enorme momento que traspasa… ¡y por esa heroicidad
 y valor hierático del pasado octubre venteño!
 Y
 Saldívar. Bloque y quietud por concepto pero asentamiento conceptual 
por propia noción taurómaca e intelectual del que la Fiesta mexicana y 
europea no sólo son partícipes, sino sólidos cooperantes sobre los que 
proyectar su esperanzada carrera. Por último, la gracia dinástica –que 
no hereditaria- que desprende el mágico aroma con el que Diego Silveti 
caldeó las gotas primaverales en el mayo madrileño.
 Pero
 la noticia, por desgracia, está en el toro: va a lidiarse un encierro 
digno. El límite de la ética ganadera que nunca debió sobrepasar el otro
 lado del charco  hace ahora mella en aquella alma aficionada. Ese 
“vacío legal” sobre el que ha venido asentándose la falta de seriedad 
ganadera en América a lo largo de los últimos años  y que, por otro 
lado, no es reprochada ni por parte  de la autoridad, de toreros, 
empresarios, ganaderos o en menor medida aficionados -también debieran 
imponer su privilegio- puede hacer mucho daño a este tipo de fechas 
clave.
 Que
 un encierro con el trapío vaya a ser sorteado en cuatro días 
desgraciadamente no debería ser la noticia: los tres gallos punteros que
 priman la pelea mexicana por méritos propios son la verdadera buena 
nueva. Lástima que encumbre la polémica informativa, mucho más que el 
cartelazo que acompaña, el hecho generador de discordia ganadera. Nunca 
debió ser así.
 Afortunadamente,
 quiero pensar que todo vuelve a su cauce. No sé si vuelve o comienza a 
fluir: me lo tendrán que explicar aquellos que un día decidieron 
justificar la falta de trapío como un simple carácter genético de la 
fisionomía brava americana. Pamplinas.
 El
 encierro de la próxima tarde dominical es, al menos, meritorio de la 
afición y el listón ético que la Fiesta merece en cualquier emplace en 
que la seriedad tenga cabida. Cuestión de ética. Ética en la 
tauromaquia, sí. A veces, y aunque la mayor de las calumnias parezca lo 
más crédulo del orbe, er mundo der toro mantiene límites que nunca debieron sobrepasarse. Nunca es tarde y es de sabios rectificar.

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