rosario pérez Charo / madrid
El sevillano gusta al natural y es el único en pasear el anillo en las tres plazas señeras del Domingo de Resurrección: Sevilla, Málaga y Madrid
PALOMA AGUILAR
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«Salpicón» se llamaba,
aunque el ejemplar de nota del deslucido conjunto de Gavira -noble y
sin malas intenciones pero carente de muchos ingredientes bravos- fue el
primero.
En el epílogo andaba el festejo cuando Nazaré se plantó con inteligencia a izquierdas, su punto fuerte, y desgranó naturales que caldearon la temperatura. Tres series tres para navegar viento en popa, tratando de alargar el viaje. El sevillano volaba la muleta con gusto, temple y cierta hondura mientras la faena se dirigía a la isla del éxito. Pero el de Dos Hermanas se precipitó quizá
a la hora de coger la espada.
Abrochó con más muletazos zurdos, esta
vez a pies juntos, pero se echó en falta otra tanda rotunda para cuajar una obra completa y
que los tendidos adquiriesen mayor blancura tras la fulminante
estocada. No resultó suficiente la petición de oreja y el premio quedó
en una merecida vuelta al ruedo, que en Madrid otrora siempre tuvo su peso.
Con el anterior, que anduvo a un tris de ser devuelto por su mermada fortaleza, se vislumbró ya su buen concepto y mostró total disposición hasta acabar metido entre los pitones.
Lucha contra Eolo
El mejor toro de la corrida de Gavira -que sustituía a la titular de Los Bayones tras ser rechazada en medio de no poca polémica- no se hizo esperar y abrió plaza. «Carabinero» era un pavo que traía aires de estampa antigua. Curro Díaz, autor de los detalles más preciosistas, plasmó un torero prólogo por bajo mientras el viento se convertía en el enemigo más difícil de derrotar. En su lucha constante con Eolo buscó terrenos de sol,
donde pareció apaciguarse. Bajo el «6», se encontró con un pitón
izquierdo con clase que por momentos hacía el avión. La clave era
dejarle la muleta puesta, y hubo naturales con aroma y trincherillas pintureras, pero todo quedó a medio camino... La espada no se alió para dar lustre a la bonita faena.
Con el manso cuarto,
que iba y venía, el matador de Linares firmó un principio más que
ilusionante. Sin embargo, la embestida calamocheante del gavira no
pintaba dulce y optó por abreviar.
Morenito de Aranda, que había dibujado una media con sabor, quedó luego prácticamente inédito. Con el distraído pero noblote y obediente segundo no acabó de dar un paso al frente en una labor ligeray de excesivo metraje. Lo intentó sin lucimiento con el áspero quinto, en el que se sumaron los cinco silencios. Hasta que llegó Nazaré al natural...
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